el escoses de mi destino

CAPITULO 1

Capítulo 1

 

La pequeña Margaret dio un bufido nada femenino y nada propio de ella, ya que poseía una educación digna de una jovencita de la alta sociedad, no porque ella fuese de una familia adinera, todo lo contrario, ella era una simple muchacha que había crecido en un orfanato, pero allí, en ese humilde lugar, se les enseñaba a los niños que la educación y los buenos modales no son exclusivos de las personas con muchos dígitos en su haber.

 

La mañana había comenzado muy bien, pero todo cambio cuando el dueño del local donde estaba ubicada su floristería le comunico que contaba con treinta días para desocupar el local donde tenía su pequeño negocio, ya que había vendido la propiedad a un conglomerado -treinta míseros días-pensó Margaret, ese hombre era un miserable, como se atrevía a avisarle con tan poco tiempo. ¿Cómo iba a encontrar un lugar y se iba a mudar en tan pocos días?

 

El dueño del local era un anciano avaro al que solo le importaba el dinero, ella había llegado tres años atrás con las manos vacías pero con el corazón lleno de sueños; y su sueño de niña era tener una floristería y llevar a las personas la alegría que transmitían las flores y gracias a la ayuda que había recibido en el orfanato en el que había crecido, pudo inaugurar una pequeña floristería, mucho más pequeña que la ahora tenía, pero había sido un comienzo; su comienzo. Cuando Damián, el usurero que tenía por arrendador, vio que le estaba yendo bastante bien le subió al precio de la renta a tal punto que ahora pagaba el triple del arriendo original.

 

—Hola, mi bella pelinegra—Coby entro como un huracán y tomo una margarita, para luego ofrecérsela a una enfurruñada Margaret, acto que la hizo sonreír.

 

—Hola guapo—Margaret tomo la flor que su amigo le ofrecía. Ellos eran amigos desde hacía unos dos años, se conocían porque el guapo abogado había puesto un pequeño bufete de abogados junto a su floristería.

 

—Supongo que esa cara larga es por la visita del vejete de Damián

 

La pelinegra hizo una mueca y soltó un suspiro— ¿Cómo vamos a encontrar un lugar en tan poco tiempo? Treinta días se nos van a ir en un suspiro.

 

— ¿Treinta días?—pregunto Coby y entrecerró sus ojos— ¿hace cuánto no revisas tu correspondencia?

 

Margaret hizo una mueca como recordando—creo que no la he revisado esta semana.

 

—Muy mal—protesto Coby y se dirigió hacia la caja donde su amiga guardaba la correspondencia y que revisaba cuando tenía tiempo; el revolvió el contenido de la caja hasta que dio con el sobre que buscaba—toma—extendió un sobre muy fino hacia su amiga que lo veía de manera expectante.

 

Margaret leyó el papel en silencio y lo arrugo—Ese vejestorio es un…un…

 

Coby no pudo evitar reír, su amiga no era buena con los insultos, vejestorio era el peor insulto que le había escuchado decir; para él, la pelinegra era la mujer más dulce y tierna que él conocía.

 

—No te rías—bufo Margaret lanzándole el papel— ¿Qué vamos a hacer? Si treinta días me parecían pocos, imagínate lo que me parecen dos semanas.

 

—Serena morena, como yo si leo mi correspondencia ya me puse en contacto con una agente de bienes raíces y le hable también de tu negocio y me envió algunas propuestas ¿Qué te parece?

 

—Eres un sol—Coby recibió gustoso el abrazo que su amiga le dio— ¿Qué haría yo sin ti?

 

— ¿Leer más  a menudo la correspondencia?

 

—Tonto—ambos rieron

 

Margaret paso un rato más con su amigo y revisaron las propuestas que le habían enviado al correo, los locales y las ubicaciones le parecían perfectas, pero ella se sentía apegada sentimentalmente a aquel lugar, siempre había pensado en expandirse y tener más de una floristería, pero en su cabeza nunca había pasado la posibilidad de cambiar de ubicación su primera florería, amaba ese lugar, los vecinos que rentaban los otros locales le agradaban mucho, incluso había soñado despierta más de una vez con poder comprar el pequeño local, sin embargo eso ya no sucedería, ya el viejo avaro había vendido los quince locales que conformaban la propiedad y, ¿quién era ella para impedir que Damián vendiera la propiedad? ¿O para exigirle al nuevo dueño que no los desalojara?

 

Bueno, no soy nadie—se dijo a ella misma sacando del tacho de la basura la nota que le habían enviado del conglomerado Mackenna—pero al menos le hare saber a ese tal Mackenna que no solo puede agitar su mano y esperar que se cumplan sus deseos, por muy millonario que sea.

 

 

Veinticinco minutos más tarde se encontraba discutiendo con la recepcionista del conglomerado Mackenna.




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