CAPITULO 2
Eliot y Evan entraron en el despacho de Gavin y la escena los perturbo.
En la oficina había dos hombres de seguridad junto a dos policías, Eliot abrió los ojos de par en par al ver que a la chica que recién acababa de escoltar hasta la puerta del despacho de su hermano, se la llevaban esposada.
Eliot se alarmo y se acercó hasta su hermano, este tenía una cara de cabreo monumental, pero eso era común en su gemelo, lo que le llamo un poco la atención fue ver que el rostro de Gavin estaba totalmente mojado al igual que su traje, su regazo, en pocas palabras todo él era un colador del cristalino líquido, no obstante fuera de eso su hermano parecía estar bien, bueno, eso sí, muy seguramente el ego del amargado estaría hecho polvo.
— ¿Te encuentras bien?—pregunto Eliot un poco sorprendido, era verdad que su hermano tenía un carácter un tanto difícil, pero de allí a que hubiese llamado a la policía y se estuviesen llevando a aquella chica que no tenía cara de delincuente, le parecía un tanto exagerado, sin embargo por la mirada asesina que Gavin le lanzaba a la pobre muchacha, le hizo saber que la charla entre la pelinegra y el pelirrojo no había salido nada bien.
De camino a la oficina de Gavin, Margaret le había comentado a Eliot que ella necesitaba más de dos semanas para poder mudarse a un nuevo lugar y que esperaba que su hermano se lo otorgase, y no solamente a ella sino a los demás que seguramente se encontraban igual que ella.
Eliot ya sabía quién era Margaret, él ya la había visto en una de las visitas que hizo a la propiedad, Damián el antiguo dueño le había contado un poco de la historia de la joven florista, por lo cual el no vio inconveniente en que tuviera una charla con el pelirrojo de su hermano. Grave error, con Gavin nunca se sabía que esperar, su temperamento amargado junto a su volatilidad lo habían convertido en un ser déspota y ahora esa pobre muchacha lo estaba pagando.
—Te pregunte si estás bien—repitió Eliot.
—Estoy bien—respondió Gavin entre dientes—pero estaré mejor cuando se lleven a esta delincuente de mi oficina.
Margaret solo agacho la cabeza, lo que acababa de hacer no tenía nombre, minutos antes le había lanzado una jarra de agua a la cara a aquel hombre que le hizo perder los estribos.
Él estaba en todo se derecho de mandarla a la cárcel.
Ella se había horrorizado cuando había visto que aquel pelirrojo se erguía y salía en su silla de ruedas de detrás de aquel escritorio, el hombre al que había ido a buscar para cantarle unas cuantas verdades se encontraba frente a ella mojado de arriba abajo y la miraba con furia.
Gavin por su parte tenía el ego de macho herido, y no porque la pelinegra le hubiese tirado el agua a la cara, sino por la cara de lastima con la que lo había visto cuando el hecho a andar su silla, por lo que pudo leer en la mirada de la jovencita, no se había percatado de su condición. Claro, quien iba a esperar que el dueño de un conglomerado fuese un lisiado como el- eso era lo que Gavin se decía así mismo cada vez que alguien lo miraba de la forma en la que Margaret lo había hecho.
Evan también sabía quién era Margaret, ya que él y Eliot fueron los encargados de revisar la propiedad, mientras que Gavin solo lo había visitado el lugar una vez, bueno si es que se le podía llamar visita a una mirada rápida desde su auto; su primo se había convertido en un ermitaño del trabajo desde su accidente y trabajaba como si fuera lo único que lo mantuviese a flote.
—Oficiales un momento—intervino Evan—no creo que sea necesario que se lleven a la señorita Butler—los dos oficiales que conocían muy bien a los Mackenna dirigieron su mirada hacia Gavin.
—Por supuesto que es necesario—masculló Gavin—la señorita Butler vino a mi oficina con toda la intención de agredirme.
Margaret negó con la cabeza, eso no era cierto, nunca tuvo la intención de hacer la barbaridad que había hecho, sin embargo su furia y la burla que había visto en la cara del señor Mackenna fueron una combinación peligrosa, bien le decía la señora Pía, una de las tres encargadas del orfanato, que su impulsividad un día la iban a meter en problemas, y pues, allí estaba con sus manos en la espalda y un par de esposas.
—Estoy seguro que se trata de un mal entendido—repuso Eliot.
—No, no se trata de ningún mal entendido—farfulló el pelirrojo—llévensela, ya iré yo a la comisaria a poner la denuncia.
—Gavin—gruñeron al unísono los dos Mackenna restantes.
Los dos oficiales solo asintieron y salieron junto a los dos hombre de la seguridad del conglomerado, llevándose a Margaret bajo la atenta mirada de los trabajadores del lugar, la pobre pelinegra no pudo resistir las miradas de lástima que le lanzaban por lo cual agacho la cabeza.