CAPITULO 3
Margaret bufó y dirigió su mirada hacia los dos atuendos que reposaban sobre su cama, centro su mirada al primero; era una falda lápiz roja, una blusa color crema y unos zapatos del mismo color, hizo una mueca al recordar que ese o conjuntos parecidos eran los que usaba cuando tenía alguna reunión con algún posible cliente que requería los servicios de su floristería para algún banquete o cumpleaños; ese conjunto la hacía verse muy atractiva, pero con aires de ejecutiva y esa no era la imagen que quería proyectarle al horrible hombre con el que iba a cenar esa noche. Sin más tomo el vestido negro en sus manos y se lo puso, lo había comprado para la inauguración de su floristería, sin embargo su amiga le había prohibido usarlo aduciendo que no era un funeral, por lo cual había tenido que usar uno de estampado floral que muy poco le gustaba, pero que las mujeres que habían asistido al evento habían alabado. Se miró al espejo y el resultado le gusto, el olvidado vestido negro ya tenía tres años en su armario y nunca había encontrado la ocasión ideal para ponérselo, sin embargo esa noche era la ocasión ideal, se sentía como una viuda negra en busca de un macho al que devorar. Agrego un par de tacones rojos y se miró nuevamente en el espejo y el resultado le seguía gustando, sin embargo recordó que esa no era una reunión social a la que quisiera ir o mucho menos una cita. Ya le demostraría a ese hombre que a ella no se le obligaba a hacer algo que no quería.
Gavin miró de arriba abajo a la que durante la cena sería su acompañante, la chica lucía un tanto peculiar, por así decirlo. Pero él, que era un conocedor de los dramas de las mujeres y que en su momento alardeaba de conocer sus sucios trucos, hizo un amago de sonrisa, ya imaginaba lo que la florista se traía entre manos y él, no se iba a amedrentar por lo ridícula que estaba. Le gustaba el vestido negro que la joven llevaba puesto, ya que acentuaba su figura y dejaba ver lo esbelta que era, los tacones la hacían ver elegante, el problema estaba en el maquillaje.
La pelinegra se había maquillado de forma escandalosa, con ayuda de un tutorial hizo que sus labios ya carnosos, lucieran aún más gruesos, se aplicó un labial rojo y sobre este se aplicó glos, muchísimo glos, en los ojos se aplicó sombra también roja, un delineado de gato y unas pestañas nada discretas.
—Hola señor Mackenna—había saludado con voz chillona Margaret una vez que entró al auto en que la esperaba Gavin y se abalanzó hacia el dándole un beso en cada mejilla.
—Buenas noches, señorita Butler—respondió secamente. Sabía que todo aquello era un teatrito de la muchacha, pero él, le iba a seguir el juego. Sacó un pañuelo de uno de sus bolsillos y se limpió el glos que Margaret se encargó muy bien de dejarle en ambas mejillas. Y ella le sonrió triunfal.
— ¿Hacia dónde vamos?
Gavin iba a contestar, pero toda su atención se dirigió al mentón de la florista, la muy pilla se había maquillado un enorme lunar negro, lunar que él estaba casi seguro que horas atrás no existía. Giró su cabeza hacia la ventanilla, no quería que ella lo viera sonreír.
Esa sin duda, sería una noche muy interesante.
—Buenas noches, señor Mackenna—saludó el anfitrión del restaurante sin quitar la mirada de Margaret. La pelinegra se había metido en la boca unas cinco gomas de mascar y ahora masticaba una gran bola, y hasta hacia bombitas que luego explotaba, llamando con eso la atención de los comensales por donde pasaban hasta llegar a su mesa.
El magnate estaba seguro que si no le hubiese escrito antes a su amigo y dueño del restaurante, seguramente de nada le hubiese valido su reservación. El restaurante era de mucho prestigio y se reservaban el derecho de admisión, y su acompañante dejaba mucho que desear. Se dio cuenta que le asignaron una mesa diferente a la que el usaba siempre, estaba ubicada en un lugar más privado y muy poco visible de los demás clientes.
—Nunca había venido a este restaurante—dijo Margaret dando una repasada visual al lugar con sus grandes ojos negros—mi amiga tenía razón al decir que me gustaría el lugar.
Gavin iba a decir algo cuando fue interrumpido por el mesero del lugar que se acercó para darles el menú y recomendarles la especialidad de la casa.
—Yo muero por una pasta—dijo Margaret con una enorme sonrisa y desde ya paladeando la que esperaba fuese la mejor pasta que comiese en toda su vida, porque con lo poco que ganaba en su floristería no podía darse el lujo de comer en lugares como en el que se encontraba en ese momento.
—Yo tomare la especialidad de la casa—contestó Gavin devolviéndole el menú al mesero—puedes traernos el mejor vino que tengan—pidió.
—Oh no—replico la joven haciendo una mueca, ella recordaba muy bien lo que el alcohol podía hacer. No, por supuesto que no estaba dispuesta a vivir nuevamente un episodio tan feo como el que vivió hace años, todo por culpa del maldito alcohol—yo no tomo vino—dijo muy segura de su respuesta.