el escoses de mi destino

CAPITULO 4

 

CAPITULO 4

 

Gavin frunció el ceño, la hermosa mujer que minutos antes se había sentado frente a él con una actitud desafiante y provocadora, ahora parecía un cervatillo asustado, los ojos de la florista reflejaban miedo, y eso no le gustó. El día que arrestaron a la florista en su oficina, el no había visto miedo en la cara de la joven, vio un poco de lastima hacia él y vergüenza por lo que había hecho, sin embargo en ningún momento vio miedo.

 

Margaret por su parte se arrebujó en su asiento, el corazón parecía querer salírsele del pecho. No le podía estar pasando eso, no a ella.

 

—Mi buen amigo Gavin—saludó alegremente Bryan, le extendió la mano a Gavin y miro a en dirección a Margaret.

 

Gavin que se caracterizaba por ser un buen observador notó que la sonrisa de su amigo se borró en cuanto miró a su acompañante, pero se recompuso inmediatamente.

 

— ¿No me presentas a tan bella señorita?—preguntó con coquetería.

 

Margaret estiró su mano sobre la mesa y apretó la de Gavin, el magnate sintió el fuerte agarre y levantó la vista hacia su acompañante encontrándose con unos ojos suplicantes, había tanto en la mirada de la florista, en ese momento esa mirada oscura le mostraba muchas emociones juntas, ninguna de ellas positivas, es como si esos ojos negros le contaran una historia que con solo pensarla trajera terror a su poseedora, la súplica en esos pozos negros le hizo soltar una maldición interna y soltó lo siguiente:

 

—Bryan, te presento a mi novia, la señorita Butler —Gavin suspiró, él no era de hacer buenas obras, al menos no para que la gente se diera cuenta, lo que él hacía, lo hacía de manera anónima, sin embargo un sentimiento de protección lo embargo en ese momento, tenía que proteger a ese asustadizo cervatillo del depredador que vio en la mirada de su amigo y esperaba que Bryan se alejara de Margaret si pensaba que estaban juntos, al menos eso esperaba.

 

—Enhorabuena, Gavin—se obligó a decir Bryan y forzó una sonrisa. Margaret Butler era suya, de su propiedad. El la había buscado hasta por debajo de las piedras y ahora que el destino se la había servido en charola de plata, no iba a permitir que nadie se la quitara, y menos un miserable inválido—mis felicitaciones, señorita Butler—continuo diciendo y tomó la mano de la pelinegra para depositar un beso en su dorso—a pescado usted uno de los solteros más codiciados de Inverness.

 

Margaret no pudo responder, el nudo en su garganta se lo impidió, su mano sudorosa y temblorosa ejerció más fuerza en el agarre que mantenía sobre la mano de Gavin.

 

—Gracias—Gavin se obligó a responder. Esa sería la única vez que el dejaría que Bryan le pusiera un dedo encima a la pelinegra.

 

—Cuando me llamaste y me dijiste que venias con una chica un tanto peculiar no creí que sería con  una tan hermosa—el pelirrojo apretó la mandíbula, podía ver la lujuria bullir en los ojos del que creía su amigo.

 

—Mi chica es muy hermosa—Gavin soltó el agarre que Margaret tenía en su mano y le acarició la mejilla—soy un hombre muy afortunado.

 

Bryan asintió—Espero que disfruten la velada—dicho esto se retiró de la mesa—disfrútenlo mientras se los permita—esto último lo dijo para el mismo..

 

Con manos temblorosas Margaret se llevó a la boca la taza y dio el ultimo sorbo al te de tilo que le ofreció el pelirrojo. Ella pasó de estar sentada degustando una rica pasta a estar frente a aquel hombre al que tanto le temía, ese hombre que la había obligado a salir huyendo de su natal Italia y refugiarse en aquella fría ciudad escocesa, y ahora, sin saber cómo, estaba recostada en una amplia cama que nada tenía que ver con la suya.

 

—Vine lo más rápido que pud…—Eliot guardo silencio rápidamente. La escena que sus ojos miraban nada tenía que ver con la vio en la oficina de su hermano. Margaret estaba recostada en el regazo de su hermano, y él, le acariciaba la negra cabellera y le susurraba palabras al oido.

 

—Hola—Eliot leyó el saludo en labios de su hermano.

 

Gavin había llamado a su hermano, Eliot era el médico y seguramente el sabría qué hacer, la pelinegra se había quedado ensimismada en sus pensamientos y el, con ayuda de Tom, su chofer, habían tenido que sacarla del restaurante; la florista ni siquiera había protestado cuando la llevo a su departamento, y todo por el encuentro que tuvo con Bryan.

 

— ¿Qué le hiciste?—preguntó Eliot una vez estuvieron en la sala, le había ayudado a su hermano a recostar a Margaret sobre la cama.

 

El pelirrojo gruñó— ¿Por qué crees que fui yo que le hizo algo?

 

—Sera porque hace unas semanas la enviaste a prisión—masculló el médico—o porque la obligaste a salir contigo esta noche y ahora está en tu departamento.




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