el escoses de mi destino

CAPITULO 7

 

CAPITULO 7

 

En la actualidad

 

—Hola—saludó perezosamente Gavin, el insistente timbre de su teléfono lo había despertado, sin embargo no abrió los ojos, esperaba que la llamada se hubiera cortado y que quien fuese que lo llamara se cansara de insistir; pero no tuvo suerte.

 

—Gavin Mackenna ¿Dónde te encuentras?—Penélope, la asistente del pelirrojo se saltó el saludo—dime que estás por llegar, no sé de qué otra forma entretener al señor Collins.

 

Gavin miró su reloj, eran las nueve de la mañana, se arrastró por la cama y pegó su ancha espalda al cabecero acolchado de la cama. ¡Se había quedado dormido! Y todo porque pasó la noche entera en vela, su hermano se había ido alrededor de las dos de la mañana, pero él se había dormido cerca de las cinco, se dijo que solo descansaría un par de minutos, sabía que tenía una reunión con Charly Collins, su principal proveedor de diamantes, empero se había quedado dormido.

 

—Reprograma la cita con Collins—se frotó la cara con las manos—cancela mis citas del lunes, quiero a Charly en mi oficina a primera hora.

 

—Pero Gavin—protestó Penélope.

 

—A primera hora—dicho esto colgó la llamada

 

El pelirrojo miró a su alrededor y dio un suspiro, recordó porque estaba en el cuarto de invitados, una invasora de cabellera negra y mirada profunda se adueñó de su cama la noche anterior, el no había imaginado que la velada terminaría así, en otros tiempos nada le hubiese gustado más que terminar compartiendo la cama con una belleza como lo era la florista, no obstante se había limitado a susurrarle palabras que la hicieran sentir protegida y así ella se quedó dormida por un par de horas y luego Eliot le había suministrado un calmante haciéndola dormir como un bebe.

 

Gavin salió de la habitación rumbo a la cocina, tenía un poco de hambre, tomaría un poco de jugo y pediría algo de comer para él y su invitada; con esos pensamientos en mente iba cuando un tarareo en la cocina lo detuvo, Margaret llevaba una de sus camisetas que le cubría cuanto mucho medio muslo, Gavin siguió con su mirada el bamboleo de las caderas de la chica, sonrió, la escena le recordaba a una escena de película, pero agitó la cabeza, él no era Cristian Grey ni la pelinegra era Anastasia Steel.

 

Los ojos verdes de Gavin contemplaron el momento exacto en que la estufa agarraba fuego, desde su posición vio a la joven tomar la cacerola por el mango y lo siguiente que escucho fue un grito, el había echado a andar su silla cuando miro las llamas, sin embargo no previó que Margaret tomaría el sartén sin ningún tipo de protección en sus manos. Maldijo internamente, si él no estuviera anclado a esa silla, eso no hubiera ocurrido, él hubiera corrido a sofocar las llamas y hubiese alejado del lugar a la florista, quien seguramente ahora tenía una dolorosa quemadura.

 

— ¿Estas bien?

 

Margaret que hasta ese momento no se había percatado de la presencia del pelirrojo soltó un grito y se echó hacia atrás trastabilló y calló sentada. Gavin volvió a maldecir, si tan solo la hubiera podido coger por la cintura, ella no se estaría quejando por el dolor de la quemadura y ahora por la caída. Definitivamente ellos nada tenían que ver con los personajes de cincuentas sombras de Grey, ese pensamiento lo hizo sonreír pero sacudió la cabeza desechando ese hilo de pensamientos.

 

— ¿Qué te causa tanta gracia?—preguntó ella en un gruñido.

 

—Lo siento—se disculpó el pelirrojo y sus mejillas se tiñeron de rojo.

 

 

El sonrojo en la cara de Gavin nada tenía que ver con que ella pensara que se burlaba de ella; a la florista la camiseta se le había subido y él podía ver su ropa interior, ella no solo se había puesto una de sus camisetas sin mangas, sino que además había tomado uno de sus bóxeres, y vaya que se miraba exquisitamente bien.

 

—Pues más lo siento yo—dijo y soltó una sonrisa nerviosa—acabo de quemar tu cocina.

 

Gavin le extendió una mano y la ayudó a ponerse de pie.

 

—Déjame ver tu mano—él  tomo la mano que ella se había quemado y la examino, sin duda la quemadura no era nada grave que requiriese ir al hospital, pero esa sería una excusa para seguir en contacto con ella.

 

—No es nada—dijo y retiro la mano del escrutinio del pelirrojo.

 

Definitivamente ese hombre la ponía nerviosa.

 

—Déjame cambiarme y regreso a arreglar este desastre.

 

—No es necesario—Gavin habló pero solo el logro escucharse, porque la pelinegra había desaparecido en una veloz carrera. Miró el desastre que era su cocina, vio lo que imagino era jugo de naranja esparcido en el piso, dirigió su mirada hacia un lado, si, definitivamente era jugo, la pelinegra preparaba jugo y en su apuro por quitar el sartén de la estufa lo había derramado, miró el lavamanos y vio el sartén tirado, era evidente que el desastre pudo haber sido peor, el sartén que se había incendiado estaba lleno de aceite, si Margaret no hubiese dejado caer al piso… cerró los ojos, no quería ni imaginarse.




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