Ernest West, un psicoterapeuta un hombre con muchos escrúpulos, ya cerca de haber pasado 37 otoños y efectivamente, soy yo. Mi esposa acaba de casarse conmigo hace un par de semanas, y al sentir esta satisfación enorme, y al no poder creer aún que haya triunfado tanto últimamente, he venido a relajarme en una pradera gigantesca y intensamente verde, mientras respiro todo ese aire puro, y siento toda esta libertad y gozo , quiero poner a detalle nuevamente el por qué es que estoy aquí , algunos saben todo lo que me ha estorbado, pero, solo yo puedo decir que fue todo lo que he movido para proseguir.
Ese viento que sopla en mi cara, tan grato, me hace sentir tan débil e insignificante, me puede controlar a su manera, que detalle el suyo tener a su poder el querer hacerme recordarlo lo débil que soy;me recosté y decidí convertir a aquella ventosidad en mi amigo. Imaginé que podría escucharme y comencé a hablar: algunas personas creen que ese decaimiento intenso solo ocurre con adolescentes, que no es sensato, pero, ¿quién demonios se le ocurre pensar que la depresión es una etapa?, pregunté retóricamente. Hace 4 años salí de aquel mundo oscuro, en el que juré no encontrar alguna alternativa y ¡oh, vaya! yo no era una zagal. Volví a restregar.
Quiero contarte mi interpretación detalladamente del lugar donde no hace frío ni calor, el sitio donde jamás verás luz alguna, ni siquiera logras ver tus manos delante de tu rostro y ahí estaba yo, sentado, sujetando mis piernas, llorando sin cesar, el silencio era tan intenso que incluso dolía hasta llegar al alma. Así pasaban mis días y con ello mi vida. Al no poder ver a nadie me sentía tan solo y abandonado.
Era consciente de la existencia de seis puertas, las laterales, que aunque quiera o no, a mis alrededores moraban cuatro individuos más. ¿Cómo pueden existir más como yo?, me preguntaba sintiéndome tan desgarrado, había más vidas que se deploraban así mismos. Al preguntarme de aquellos seres me resentí vivo; en cada una de mis paredes se hallaba alguno que entre más tiempo pasaba, más putrefactos se percibían. Al instante mis paredes se volvieron cristalinas, eran tan traslúcidas que alcanzaban su propio brillo, en eso alcancé a contemplar unas pequeñas puertezuelas en cada costado, sus ranuras resplandecían con un brillo inmenso, de tal modo que gatée hacia ella, apoyé mi dedo, y abrió sin ninguna prisa. Pregunté si podría escucharme, pero, solo logré escuchar quejidos y una voz quebrada y lloradiza que me dijo que me marchara. Mi luz comenzaba a apagarse poco a poco, el pequeño cuarto se hacía más estrecho y el techo más elevado, era tan sofocante que incluso presionaba las entrañas hasta anhelar morir