Abro mis ojos ante el estrepitoso ruido de la alarma de mi primo. Me incorporo en la cama hasta quedar sentado y, durante unos segundos, me dedico a analizar la habitación. Desde las blancas paredes que contrastan con las dos puertas de madera negra, hasta la estantería que en este momento solo está habitada por un marco sin foto, que está al lado del armario empotrado, blanco también. Finalmente mi atención se la lleva lo único que sí que vi ayer, el balcón.
Poco a poco me levanto deshaciéndome de las sábanas que se enredan en mis piernas. La curiosidad me llama y me acerco a este para ver detenidamente el bosque. Ahí es cuando me llega la confirmación de que, como cabía esperar, me he enamorado de las vistas. Desde aquí puedo ver con todo detalle los preciosos árboles de hojas oscuras que crecen al terminar nuestro pequeño jardín, solo se separados de este por una pequeña verja metálica. Mis pies avanzan hasta salir finalmente y dejo caer mi peso sobre el barandal de cristal. Tras respirar aire puro durante unos segundos, decido arreglarme para el primer día de instituto.
Me dirijo a la puerta negra donde está el baño. Entro y me miro en el espejo donde veo mi reflejo pálido y mirándome con unos ojos cansados y con ojeras. Decido ignorar mi apariencia y quitarme la ropa para meterme de una vez por todas en la ducha.
Enciendo la llave y el agua comienza a caer helada, supongo que todavía no habrán encendido la caldera. Las gotas frías se deslizan por mi cuerpo y, aunque normalmente esté acostumbrado a ducharme con agua caliente, debo reconocer que acabo de descubrir que la helada me genera una extraña sensación placentera. Supongo que no estoy muy bien de la cabeza, ¿a quién en su sano juicio se le ocurre ducharse así en pleno enero? A mí, por supuesto.
Mis ojos se cierran y mi mente intenta quedarse con es placentera sensación y espero a la vez que esta no termine nunca. Pero, como todo lo bueno, debe llegar a su fin. Sin comprender muy bien el motivo dejo de escuchar el sonido de la ducha al igual que dejo de sentir el líquido transparente caer sobre mis hombros. Supongo que se habrá ido el agua pero, aun así, la sigo notando bajo mis pies, como si el agua restante no se hubiese ido y fuese un charco. En unas circunstancias normales esta hubiese desaparecido por el desagüe, así que decido abrir los ojos.
Mi expresión de sorpresa se expande por todo mi rostro al ver lo que veo. Aunque mejor dicho, lo que no veo. Una inmensa oscuridad me rodea, posiblemente del negro más intenso que haya visto en mi vida. Pero a pesar de eso, extrañamente si que llego a verme mis propias extremidades aun sin ningún foco de luz a la vista.
Me asusto... Mucho. No sé que hago aquí así que grito por ayuda, pero nada. La voz no me sale. Grito, grito y grito por ayuda pero nada parece funcionar. Mis nervios empiezan a aumentar al escuchar chapoteos como si alguien estuviese andando por ese charco de agua sobre el que estoy yo. Estos pasos van creciendo en número y unos susurros no entendibles me atacan como si de un enjambre se tratase. Con lágrimas amenazando por salir de mis ojos, me tapo los oídos con las manos y me acuclillo en el suelo. Estos van acercándose a gran velocidad e incluso llego a notar varias manos arañándome. Ya está, ha llegado mi fin, me digo. Pero de repente...
–¡ANDREA, RESPONDE!– la voz de mi tía me saca de vuelta a la realidad, lejos de ese trance. Los susurros paran y el agua cae sobre mí como si nada de lo anterior fuese real.
Me tiento a responder con un "ayúdame", pero recuerdo que no hay motivos para alarmarla ya que todo ha vuelto a la normalidad. Aun así tengo una conversación pendiente con ella, así que le digo:–Tranquila... espérame ahí un momento, por favor.
No escucho respuesta pero la conozco lo suficiente como para saber que ha asentido y se ha sentado a esperarme en mi cama. Me miro en el espejo y me seco apresurado. Al terminar, escaneo el baño en busca de mi ropa pero recuerdo que no he entrado con ella, así que rebusco entre los pequeños armarios hasta dar con un albornoz perfectamente doblado, me lo pongo y salgo. Efectivamente, mi tía está sentada en mi cama esperándome. Hace el ademán de hablar, pero yo soy más veloz y la interrumpo sin darle ningún tipo de tregua.–¿Por qué mentiste?¿Por qué dijiste que era tu hijo y no tu sobrino?
–Tenía que hacerlo. Es por tu bien, créeme, de verdad. –dice ella suspirando y bajando la mirada. – Tu padre era muy conocido en el pueblo. Pero era amado y odiado a partes iguales, no puedo arriesgarme así. Si alguien llegase a saber que eres su hijo, su heredero, haría cualquier cosa por quitarte del medio.– levanta su mirada y me mira firmemente con sus ojos avellana– Te matarían, Andrea.
Me quedo petrificado ante esta revelación, la verdad es que nunca esperé que alguien quisiese matar a mi padre. Es decir, hasta donde yo recuerdo era un buen hombre... el mejor, diría yo. Después de unos segundos mi mente regresa a mi cuerpo y reacciono con un pequeño asentimiento.
–Es importante que sepas que a partir de ahora serás oficialmente Andrea Benandante, no más Andrea Herschel– dice ella levantándose de mi cama. –Ya he puesto al día a Luka así que tranquilo, no tendrás que explicárselo tú. Te esperamos abajo para desayunar.
La veo salir con tranquilidad de la habitación cerrando la puerta tras de ella. Me dirijo hacia las puertas blancas del armario y, al abrirlas, no me sorprende ver que todo está perfectamente colgado y doblado. Agradeciendo a la magia por esto escojo lo primero negro que pillo, cosa muy común en mí ya que casi nunca me preocupo de como me visto siempre y cuando me quede relativamente bien. Y si no me quedase bien no lo hubiese comprado.
Tras vestirme, me pongo los zapatos, me ato los cordones, salgo por la puerta y bajo con tranquilidad las escaleras. A cada escalón que bajo las voces de la familia se hacen más fuertes y finalmente llego a la cocina saludando a todos con unos: "Buenos días".
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Editado: 25.12.2020