Sandra pasó prácticamente toda la semana metida en casa preparándose para las prácticas. Estaba un poco nerviosa y necesitaba tenerlo todo bajo control. No podía soportar la idea de quedarse en algún momento bloqueada sin saber qué hacer en una consulta o en una operación. Practicaba simulaciones de preoperatorios y primeros auxilios básicos con su perrita Nora, que era un cruce de chihuahua negra, la cual llegó a casa de sus padres en calidad de animal en acogida (recogida en la protectora de animales en la cual colaboraba su madre) y terminó quedándose gracias a los ruegos infinitos de Sandra.
Cuando Sandra y Alicia se fueron a vivir juntas, Sandra se llevó a Nora y Alicia se llevó a su mascota, Petronila, una tarántula Goliat (Theraphosa blondi) enorme y repugnante a los ojos de Sandra.
Siempre estaba sacándola del terrario y la paseaba por la casa sobre su mano diciendo: «Sandra, acaríciala. Mira qué suave es, si parece de peluche». A Sandra se le ponían los pelos de punta. Además, Alicia tenía una réplica de la tarántula a tamaño real de goma que estaba tan bien hecha que parecía la auténtica. Cuando venía visita, lo primero que solía hacer Alicia era enseñar a Petronila a todo el mundo y, después, cuando todos estaban relajados, dejaba la réplica en el sillón diciendo que se le había escapado. Esto lo hizo también una vez en casa de sus padres con una vecina amiga de su madre y casi se la carga de un infarto. La mujer se puso de todos los colores, y ninguno claro. Mercedes, de los nervios, le gritó que, si lo volvía a hacer, la araña salía por la ventana, la réplica y la de verdad. Así que allí no lo hizo más, pero cuando vivían juntas era una broma habitual, sobre todo cuando venía alguna amiga de Sandra.
Era jueves. El día anterior Sandra estuvo a punto de irse a dar un baño a alguna piscina, puesto que las acababan de abrir, dando así el pistoletazo de salida al verano. Pero, en vez de eso, pensó: «¿Y si sigo estudiando y voy al viaje con Alicia y sus amigas?». Según avanzaba la semana, le iba pareciendo cada vez mejor idea. A lo mejor Alicia tenía razón, le esperaba un largo verano en la clínica y merecía un descanso después de tanto estudiar.
Solo recibió una visita en toda la semana, de su amiga Raquel, que la avisó el lunes de que se pasaría a verla al día siguiente para felicitarla por su aprobado. Esto obligó a Sandra a pasarse el lunes entero limpiando. La casa no es que fuera muy grande, pero es como todo, para tenerlo todo limpio hay que dedicarle un rato todos los días, y eso era complicado. Estaba situada en un tercero, con ascensor, la puerta principal accedía directamente al salón; a la izquierda se encontraba la cocina, integrada en el mismo salón, tipo loft; a la derecha había un pequeño pasillo, del cual nacían dos habitaciones y el baño; y de frente, cruzando el salón, estaba la terraza, que era generosa y cuyas vistas se limitaban a un parque sin columpios y bastante dañado.
Raquel era su mejor amiga, aquella amiga de la infancia que conoció en el colegio con la cual, a pesar de los años, mantiene intacta su amistad. Se llevaban bien porque eran de personalidades parecidas: metódicas, ordenadas, aplicadas… Vamos, dos aburridas de órdago, según Alicia, que, cada vez que venía Raquel a casa, además de sacarle la araña, no paraba de reírse de ellas y de sus conversaciones aburridas.
Lo único que diferenciaba a Raquel de Sandra era la memoria. Sandra tenía una memoria privilegiada, además de ser tremendamente cotilla. Roberto, su padre, siempre solía decir que el 90 % de las cosas que sabía Sandra era porque se había enterado cotilleando. No había conversación en la que no metiera las narices para enterarse, siempre tenía las antenas preparadas para captar todo lo que se decía a su alrededor. Y eso, complementado con una buena memoria, la convertía en una auténtica máquina de recopilar y almacenar información.
Por el contrario, Raquel no disponía de tal virtud. También era cotilla, y en cotilleos precisamente se basaban normalmente las conversaciones con Sandra, pero de memoria no andaba muy fina.
—¿Te acuerdas del viaje que te comenté la semana pasada? Al que iba mi hermana con sus amigas…
—¿Qué viaje? No me dijiste nada de un viaje —contestó Raquel mientras miraba al techo pensando.
—Sí, joder, sí te lo dije, que no iba a ir ni de coña.
—¡Ah, sí! ¿Qué pasa? —preguntó Raquel, que seguía intentando recordar esa conversación.
—Pues no sé… Lo mismo finalmente sí que voy. Se van tres amigas de mi hermana y ella a Jávea el fin de semana. Que veo que no te acuerdas, no te esfuerces.
—¡Ah!, ya me acuerdo. ¿Y ese cambio de opinión? ¿Con esas locas?
—Pues no sé. A lo mejor resulta divertido, ¿no?
—Hombre, si te parece divertido emborracharse y bañarse por la noche en pelotas en la playa a grito pelado…
—Anda, exagerada, no será para tanto. Un poco de relajación sí me hace falta.
—¿Cuándo empiezas las prácticas?
—La semana que viene no, la siguiente. ¿Y tú tienes vacaciones este año?
Raquel tenía la carrera de Turismo y trabajaba en un museo.
—Creo que una semana solo —se lamentó Raquel—. Por cierto, ¿sabes quién se ha casado?
Comenzó una de sus larguísimas conversaciones sobre cotilleos varios que tanto aburrían a Alicia cuando vivían juntas.
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Editado: 12.12.2021