El Neuchatel

James Andersen

Lo primero que noto al entrar en ese oscuro vestíbulo, es el olor: una horrorosa mezcla entre Bourbon y productos de limpieza, que pega a la perfección con las desgastadas y tenues luces que recorren el pasillo hasta sabe dios dónde.

Mi primer impulso es darme vuelta y salir inmediatamente de ese lugar, pero esa misma sensación es la que me indica que estoy en el lugar correcto.

Pero puede que no en el momento correcto.

Cuando estoy a punto de irme de allí, me fijo que en la esquina hay un muchacho desgarbado detrás del mostrador, concentrado en un comic.

- disculpa, ¿es este el famoso Neuchatel? -pregunto usando mi tono de abogado con el que consigo lo que quiero.

El muchacho me mira entre sorprendido y asustado, mientras entrecierra los ojos para verme mejor.

- Sí - se limita a decir. Me acerco al mostrador, hasta quedar a unos pasos del chico. Me cruzo de brazos y me paro recto, intimidándolo.

- estoy buscando al Duque ¿sabes dónde lo puedo encontrar?

Antes de que el chico pueda responder, aparece un hombre tan alto como yo, con un enorme tatuaje en el cuello y una barba de tres días.

- Ese soy yo- dice, y avanza hacia el chico- ya te puedes ir, Paco- el muchacho no le da oportunidad al hombre de decir algo más, porque desaparece inmediatamente. El hombre se gira hacia mí- y bien, ¿se puede saber qué quieres?

- Soy el abogado que contrataron hace unas semanas. James Andersen.

- No lo creo- dice el hombre, y se cruza de brazos- el abogado es un viejo de cincuenta y tantos. Tú pareces recién sacado de la preparatoria. Seguramente mariscal de campo. ¿me equivoco?

A pesar de la inocencia con la que habla, sé que hay burla detrás de sus palabras. Pero no me dejo intimidar. Llevo años haciendo este trabajo mientras algunos me subestiman por mi edad y mi “falta de experiencia”, cuando es gracias a mí que ganan los casos.

- Donald no pudo seguir con el caso, está hospitalizado. Me dejó a cargo de este trabajo, así que le aconsejo que muestre un poco de respeto o váyase buscando alguien más que lo defienda en la corte.

El hombre parece pensar un poco mis palabras y mis intenciones, pero finalmente cede.

- Tiene razón, lo siento. Siga por acá, James- me dice, y me guía hacia otro cuarto, uno que no tiene nada que ver con el anterior.

Miro con poco disimulo toda la decoración de esta habitación que, a comparación con el vestíbulo, parece una habitación digna de la tercera empresa más grande de prostitución de Estados Unidos.

Me quedo mirando durante un buen tiempo un cuadro de una ciudad, que luego noto que es Nueva York.

- Bonito, ¿verdad? – me pregunta el hombre, orgulloso. Asiento y él sonríe, enseñándome sus dientes amarillentos e irregulares- lo hizo una de mis mejores trabajadoras, Dannah. Es buenísima con la pintura, y no solo con eso- añade, guiñándome un ojo.

Me hago una idea de cómo debe ser esta tal Dannah: alta, senos grandes, morena, y completamente maquillada para cubrir sus imperfecciones. Un alma de artista desperdiciada en la prostitución.

 Sí, es buena pintando- admito. Luego me siento en una de las sillas de terciopelo frente al supuesto Duque y hablo sobre lo que debí haber hablado en primera instancia- dígame, señor Duque ¿le importaría contextualizarme un poco sobre la situación, por favor?

El hombre me mira con el ceño fruncido, y entrelaza los dedos sobre su regazo.

 Me muerdo el interior de la mejilla mientras saco mi portátil y me dispongo a anotar todas las babosadas que tenga que decirme este sujeto.

- Hace un mes nos llegó una demanda por parte de Anonim’s Enterprises, algo sobre un abuso de menores y trata de blancas.

- ¿Y quién cree que fue el que los demandó? Me refiero, tras esta empresa.

- Alguna persona insatisfecha con el servicio, supongo. O tal vez alguien que quiere dinero- dice Duque, encogiéndose de hombros.

- ¿y es cierto? Me refiero, ¿es cierto que han abusado de menores y han participado en la de trata de personas?

Aunque el Duque me responde con seguridad, los segundos que tarda en hacerlo me dan la respuesta que necesito.

- No. Nunca hemos abusado de menores.

Levanto una ceja, dándole otra oportunidad para que me diga la verdad.

- Verá, señor Duque. Si no me dice la verdad, no puedo hacer nada para ayudarlos, y creo que eso es lo que necesitan. ¿o no?

- Está bien, está bien. Hemos usado unas cuantas chicas menores de edad, pero ahora todas son mayores. La menor que tenemos tiene diecinueve.




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