El Neuchatel

Dannah Fray

 

Unas semanas después...

Dannah Fray

 

Cuando entra por la puerta es tal y como me lo había imaginado; ceño fruncido, hombros cuadrados y mandíbula apretada.

No nota mi presencia, pues empieza a hablar con alguien por teléfono mientras se queja de algo.

Bueno, de alguien: de mí.

- No necesito esto, Nel. Lo último que quiero ahora es gastar mi valioso dinero en una puta cualquiera. Estoy trabajando en un caso igual y recuerda que sigo con Meghan- trago saliva y él sigue hablando- Sí, sí. Ya lo sé. Es solo que… No Nel. No lo necesito. No, no te atrevas a colgarme. ¡Danielle!

Se separa del teléfono y lo lanza hacia el otro extremo de la cama. Se quita la corbata y la tira al suelo, luego se desabotona los primeros botones de su camisa y suspira, cansado.

Se ve tan mayor… tan agotado que mi corazón cruje involuntariamente.

- y ahora llamar a la puta -murmura para sí mismo, y entro en pánico cuando teclea un número en su móvil.

A los pocos segundos mi bolso empieza a vibrar ruidosamente, haciéndome estremecer. Me giro hacia el hombre y me obligo a mí misma a formar una sonrisa educada en mi rostro.

- llegó la puta – digo alegre, lo suficientemente alto como para que me oiga, pero no tan alto como para percibir mi incomodidad tras las palabras y su significado.

Sus oscuros ojos brillan, y sus labios se convierten en una fina línea.

- Disculpa. No debí haber dicho eso- murmura, en tono inexpresivo.

Me encojo de hombros tratando de quitarle hierro al asunto, aunque me duela oírlo hablar de mí de una forma tan grotesca y sí, realista.

- Nos suelen llamar peor, relájate- tras una pausa, arrugo las cejas- Perdona, Duque no me dijo tu nombre.

Él me mira confundido, pero luego frunce el ceño.

- ¿trabajas para Duque?

- Sí. No. Digo, ¿acaso importa para quién trabaje? – digo atropelladamente y me levanto ostentosamente, centrando la atención de este hombre en otra cosa: en mi cuerpo.

Me sorprende la rapidez con la que aparta la mirada de mi trasero y la posa en mi rostro.

- Soy James. ¿y tú eres…? – pregunta, enarcando las cejas

Estoy tentada a decirle mi nombre real, pero a último minuto me decanto por lo seguro.

- ¿y bien? - insiste, irritado. Seguro que muchas chicas se quedan sin palabras al verle, y sentir que no soy la excepción me molesta.

- Dannah. Llámame Dannah.

Por un momento me parece ver enfado en su rostro, pero mi estómago pega un bote cuando me regala una sonrisa pícara, desilusionándome por completo. Por unos segundos pensé que este hombre sería distinto, pero joder, es exactamente igual a los demás.

- Un gusto conocerte, Dannah.

-Igualmente, James -digo, usando ese tono de voz que nunca falla- ¿hay algo que te apetezca hacer?

Inicialmente James me mira desconcertado, pero luego cambia su expresión por una de esperanza.

- ¿a qué te refieres? - pregunta, desconfiado.

No puedo evitar reírme.

- Ya, pues resulta que me has pagado para estar media hora en una habitación contigo. Pensé que ya te habías enterado.

- ¿Puedo hacer lo que quiera? -pregunta, sin creérselo del todo.

- Lo que quieras- repito, empezando a impacientarme.

- Entonces dices que, si quisiera, me podría echar a dormir ¿y ya?

Asiento, aunque no le veo sentido a la pregunta. ¿para qué contratar a una prostituta si solo quieres dormir?

- No debe haber sexo- dice, asombrado.

Joder, ¿acaso era virgen o algo así? Casi nunca nos contrataban para hacer algo fuera del marco sexual.

Unos segundos después, James sonríe.

- Venga ya, ¿Cuánto tiempo me queda?

Miro mi reloj, y arrugo la nariz.

- Veinticinco minutos.

Lanza un quejido de asombro y se asoma a la ventana desde la cual se puede ver casi toda la ciudad de Nebraska.

Pasa tanto tiempo que incluso llego a pensar que se ha olvidado que sigo allí, pero en un momento me dice




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