—Ahm, ¿hola? —susurró, a través del micrófono de su telefono.
—Buenas noches señorita Elsa, ¿ya ha llegado a la ciudad? —contestó Estoico, el hombre que le había entregado el folleto.
—Sí, pero ya es muy noche y no hay taxi cerca —el labio le tembló en la última palabra, signo de que tenía mucho miedo y estaba nerviosa.
—No será necesario, le ordené a mi empleado de confianza a que fuera por usted, seguro no tarda en llegar —no sabía si estar más tranquila con eso o preocuparse. Ya que no conocía a fondo estas personas.
Vio a su alrededor, no había nadie más que ella en esa fría y oscura noche. Empezó a pensar que esto era una malísima idea, quería salir corriendo y huir de ahí, volver con Anna.
—¿Señorita Elsa, sigue ahí? —repitió Estoico tras el teléfono.
—Sí —titubeó.
—El empleado ya llegó.
Un auto negro y con los vidrios polarizados se estacionó frente a ella.
—Creo que ya lo vi.
—Suba, llegarán a la mansión en treinta minutos. Ya adentro, le entregará un impermeable, se lo pone antes de bajar, está lloviendo mucho por acá y no podrán meter el auto por el barro. Bienvenida a Scottville —dicho esto, la llamada finalizó.
Inhaló profundo, guardó el teléfono en su bolsillo y avanzó hasta el coche. Tocó la ventana del piloto, queriendo asegurarse de que sí era ese al que debía subirse.
La ventana abrió, y al otro lado se topó con un muchacho de leves rasgos asiáticos.
—¡Hola! ¿Tú eres Elsa, verdad? -la–mencionada asintió–. Soy Tadashi, déjame ayudarte con eso –salió de ahí, le quitó la maleta y la puso en el portaequipaje–. Si gustas sentarte enfrente, adelante.
—Gracias —siseó, pero aún así, tomó asiento en la parte trasera.
El chico cerró la puerta y encendió el auto, ya listos para partir.
—¿De dónde eres, Elsa? —preguntó, mirándola por el retrovisor.
—Noruega.
—Con razón, tus facciones se me hicieron muy finas para ser de América —y rió, quizás pensando en lo tonto que pudo haber sido su pregunta.
—¿Y tú?
_Soy de aquí —encogió sus hombros, con simpleza.
—Pero tus...
—¿Mis ojos son rasgados? Sí –volvió a reír–, los heredé de mi papá. Él venía de Tokyo.
Elsa relajó sus hombros, ya se sentía más tranquila. El aura que Tadashi desprendía era dulce y amable, además de que otorgaba confianza.
—Entonces vas a cuidar a Hipo.
—Eso creo, digo, ¿qué muñeco necesita niñera?
—¿Ya lo sabes? —se giró a verla.
—¿De que es un juguete? Sí. Por eso no estaba tan segura de aceptar el empleo, me parecía extraño, sospechoso.
—Tal vez te parezca raro, pero son buena gente. Yo llevo mucho tiempo trabajando con ellos —dijo, llevando su mano a la palanca de direcciones.
—Eso espero —suspiró, recargándose en la puerta.
Pestañeó repetidas ocasiones, pero finalmente cae rendida ante Morfeo.
Señorita Elsa, despierte...
Se removió en su lugar, incómoda.
—Ya llegamos Elsa, ponte tu impermeable. Anda —le pellizcó las mejillas divertido.
—No, quiero dormir —balbuceó, alejando la mano del joven con un empujón.
—Baja ya floja, te esperan adentro.
La rubia gruñó fastidiada, realmente tenía sueño y quería llegar a su cama para poder dormir.
Le tocaron al vidrio de la puerta en la que estaba apoyada, insistente.
—Ya voy, maldita sea –susurró, exhausta–. Acabemos con esto de una buena vez —se motivó, tomó el impermeable y lo puso sobre su figura, agarró su bolso y la lonchera, ya lista para salir del auto.
No le tomó mucho tiempo llegar a la puerta, el único inconveniente era el barro, que ya había hecho de las suyas con sus zapatos favoritos. Hasta a sus calcetines les había tocado mancharse.