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–¡Sargento! Lo hemos encontrado.
Manuel despertó, dándose cuenta de que estaba en medio de la carretera. Había mucha gente a su alrededor, y el movimiento lo mareó. Trató de levantarse, pero no lo logró, se dio cuenta de que sus dos piernas estaban heridas.
–Tranquilo– dijo un paramédico cercano –No es grave, son solo desgarres. Yo creo que usted ha sido muy afortunado. Creímos que su cuerpo jamás aparecería.
Entonces recordó lo que había sucedido.
–¡Mi familia!– gritó, tosiendo y escupiendo polvo –¿Dónde está mi familia?
–Aquí estamos, amor– dijo la voz de su esposa, pero estaba tan cansado, y tenía la vista tan nublada que no pudo distinguir cual de las figuras a su alrededor había dicho eso.
–Descuide– le reconfortó el oficial –Todos están a salvo. Alcanzaron a ocultarse nuevamente dentro de la casa. Quien nos preocupaba es usted. Es un milagro que haya sobrevivido a ese huracán.
–¿Huracán?– balbuceó, recordando de repente la figura del monstruoso ojo que había aparecido en medio de las corrientes de aire. Estaba demasiado confundido.
–Su esposo necesita descansar– dijo el policía mientras a pocos metros los rescatistas lo subían a la ambulancia –Ha tenido una experiencia traumática, así que es natural que lo noten un poco alterado, pero no se preocupen, con el tiempo y con su amor y cuidados, por supuesto, todo volverá a la normalidad muy pronto.
Pero Manuel no estaba seguro de eso. No podía dejar de pensar en lo que había visto, y si era verdad que lo había visto, pues era demasiado extraño para ser verdad.
La cabeza le daba vueltas, todo a su alrededor le parecía un sueño del que estaba cansado y desosó de despertar. ¿Qué había sido ese espantoso lamento, el cuál al recordarlo, le helaba más la sangre que los cortantes vientos del espantoso tornado?
Cuando cerraron la puerta de la ambulancia, la oscuridad alteró aún más sus nervios. Podía sentir aquella cosa observándolo, como si estuviera aún frente a él. En ese momento lo supo: su vida jamás (y esto podía subrayarse) ¡Jamás volvería a ser la misma!
En el hospital le atendieron heridas menores, no sin antes revisar que no hubiera daño cerebral, pues Manuel casi no reaccionaba cuando la gente le hablaba, y se quejaba muy poco del dolor de sus lesiones. Era como si se hubiera convertido en un zombi, y es que el hombre no podía dejar de pensar en lo que le había ocurrido.
–Y ahora les contaremos la milagrosa historia del padre de familia que sobrevivió después de ser arrastrado por un huracán en la capital del Estado de Morelos– era lo que sonaba regularmente en la televisión durante la hora de las noticias locales. Manuel escuchaba la noticia como algo lejano, como si aquello no le hubiera sucedido a él. Nada podía distraerlo de sus pensamientos.
Pasadas dos horas Manuel fue dado de alta y regresó a su casa, tras confirmarse que no había daños mayores. A pesar de ello, el médico les había pedido a los familiares ser muy precavidos.
–Por favor, no le hagan preguntas ni comentarios sobre lo ocurrido. Es mejor para su salud no recordar la traumática experiencia que vivió. Se lo digo más como amigo que como médico. Tenga cuidado de no mencionar el incidente.
Cuando Manuel sintió el abrazo de sus hijos, fue como si los viera por primera vez. Apenas pudo reconocer a su niña Laura y al pequeño Sam, cuyas voces apenas consiguieron sacarlo un poco del trance en el que se encontraba. A pesar de eso, él les devolvió un abrazo más por mecánica o costumbre que por verdaderamente sentirse feliz de verlos, pero ellos lo interpretaron como un gesto de profundo afecto. Habían visto morir a su padre y regresar, sano y salvo, como si nada hubiera pasado.
O tal vez no. Tal vez, Manuel había muerto en ese huracán, y el vegetal que había llegado caminando a casa sin dirigir los ojos en sus hijos, era un muerto en vida que no tenía la menor idea de quienes eran los niños que lo estaban abrazando.
Luego le llegó el turno a su mujer. La pobre Belén, que había visto al amor de su vida ser arrastrado por aquella mole de viento gris, exhaló un suspiro de alivio en señal de confort al descubrir sano y salvo al hombre que amaba. Esta vez la reacción de Manuel fue un poco más humana. Al ver esa dulce sonrisa en el rostro de la bella mujer, por primera vez pareció tomar consciencia de dónde se encontraba realmente.
No es un sueño, estoy aquí, se dijo. He vuelto a casa. Papá ha vuelto a casa, todo volverá a la normalidad.
Manuel le dirigió una sonrisa a sus hijos, aquellas bendiciones de Dios que le habían traído tanta alegría. Pensar que por un breve momento, en aquel terrible tornado, él pensó que nunca los volvería a ver, y ahí estaba, recibiendo los efusivos abrazos de su familia, que esperaba de todo corazón que su padre regresara de la tumba.
Manuel les devolvió el abrazo. Sintió una calidez como nunca en su vida, y por primera vez desde el incidente, aquel extraño ojo le pareció un recuerdo muy lejano.
…
Pasaron dos días, y aunque Manuel se veía considerablemente mejor que después de salir del hospital, había algo diferente en el esposo y padre de familia y su esposa e hijos lo habían notado. En las juntas de trabajo, el otrora flamante y alegre ejecutivo, se sentaba en silencio durante las reuniones a esperar el momento de llegar a casa. Una vez en casa, el hombre se encerraba en el sótano hasta la hora de cenar, cosa de la que no se acordaba si su esposa no le avisaba que ya era de noche.