El pasado nos condena

Capítulo 1- Tormenta

Mi nombre es Payton Campbell y pertenezco al escuadrón de élite de Birmingham en West Midlands, formo parte de la división contra el crimen organizado.

 

Para ser honesta, nunca soñé con llevar una placa. Sólo se trató de cumplir el deseo de un moribundo jefe de policía que en su lecho de muerte intercambió más palabras con su única hija que en sus cincuenta y cinco años de vida. Padre exigente pero ausente, la ironía en su máxima expresión; y de familia de policías durante cuatro generaciones.

 

— Hazme sentir orgulloso, "Pixie"— susurró el agonizante hombre gracias a la morfina que lo mantenía sin dolor mientras el cáncer terminaba de consumir lo que quedaba de él.

 

No había escuchado ese apodo en años. Me lo puso de pequeña mi difunta madre haciendo alusión a las criaturas ficticias "Pixie" del folclore nacional, similares a hadas que habitan en los bosques. Al igual que yo, que acostumbraba a corretear por los jardines de casa afirmando que tenía poderes mágicos, bajo la estricta mirada del viejo Campbell.

 

— Descansa, padre— le dije en voz baja sosteniendo su débil mano hasta que dejó de respirar. Debo admitir que aunque no llegamos al extremo de odiarnos sí pasamos gran parte de nuestras vidas ignorando la existencia del otro siempre que fuera posible. Él nunca fue un padre cariñoso y a decir verdad yo nunca cultivé afecto por el hombre.

 

Tampoco me gusta mi trabajo. En ocasiones me pregunto qué rayos hago viviendo una vida que no es mía, sobretodo cada vez que la arriesgo por el "deber", o por seguir manteniendo vivos los ideales de mi padre. 

Como ahora, a punto de realizar la cuarta redada más grande del año a uno de los narcotraficantes más importantes de los suburbios de Birmingham. Sobra decir que debo lucirme dejando el nombre de los Campbell en lo alto como así lo indica la tradición, ya que todos esperan a que ponga el ejemplo cuando se trata de luchar contra el crimen organizado.

 

Aunque esta noche me encuentro agotada física y emocionalmente, los sentimientos nunca forman parte de un operativo, la obligación principal es enfocarse en el trabajo y no dejar lugar para nada más.

 

— Campbell, avanza al frente, Mclean ¡cúbrela! —mi superior nos da la orden por radio a mi compañero y a mi a la cual respondemos inmediatamente.

 

De pronto se desata una intensa tormenta que cae furiosa sobre la ciudad, más fuerte de lo que acostumbra a ser en esta época del año, y los cientos de goteras que hay en el edificio que caen sobre nosotros nos dificulta la visión y, por ende la misión.

 

Uno de los uniformados se coloca delante nuestro y frente a la puerta de entrada del apartamento con el ariete apuntando hacia el frente. Una vez recibida la orden la golpea con fuerza tres veces hasta tirarla abajo, seguido por otro de ellos que arroja una granada de gas para darnos ventaja a mi pareja y a mi aprovechando el camuflaje que nos proporciona el humo.

 

Nunca sabes lo que te espera una vez que la puerta cae: puede tratarse de un padre usando a su propio hijo de rehén y como escudo humano o un tipo que se cree la reencarnación de Rambo y dispara indiscriminadamente a todo lo que se mueve mientras grita cual maniático.

 

Esta vez somos recibidos con repetidos disparos provenientes de diferentes puntos del apartamento antes de que siquiera alcancemos a responder al fuego. Los hombres del capo nos esperaban bien preparados, lo cual significa una cosa: sabían que íbamos.

 

Mientras que el suertudo de Mclean recibe un par en el chaleco antibalas que lo arroja al suelo pero no lo deja totalmente fuera de combate, a mi me impacta una directo en la pierna derecha demasiado cerca de la femoral, haciéndome caer al suelo al instante.

 

— ¡Agente caído, repito, agente caído! ¡Respondan todas las unidades!— Mclean corre a mi lado pidiendo refuerzos por el radio mientras me arrastra detrás de un sofá destartalado para resguardarnos de la lluvia de balas. El resto del equipo entra enseguida y logra contener la situación después de unos eternos cinco o siete minutos de feroz balacera.

 

— Te ves pálido Mclean— bromeo mientras me hace un torniquete en la pierna, sintiendo cómo mi presión arterial se desploma rápidamente— ¿Tan mal estoy?— pregunto sabiendo lo impresionable que el sujeto es al ver demasiada sangre. No me quejo, no es la primera vez que sucede, ni tampoco será la última. Como quien dice, "gajes del oficio".

 

— Guarda el aliento, Campbell. Estás perdiendo demasiada sangre pero ya viene la ambulancia, quédate conmigo— me habla quitándome el casco y es lo último que le oigo decir antes de perder el conocimiento.

 

Lo siguiente que recuerdo es despertar con la lluvia cayéndome en el rostro mientras soy transladada en una camilla hasta la ambulancia; si bien los fragmentos desordenados en mi cabeza no son muchos, de algo sirven como para recordar la odisea que resulta el viaje hacia el hospital en medio de la tormenta que ya parece más un huracán que otra cosa.

 

En el camino somos golpeados por un rayo, o eso creo que fue, porque la sensación que tengo es como si se tratase de una explosión, sumado a que la ambulancia comienza a ir en zigzag con el conductor perdiendo el control del vehículo que derrapa cada vez más hasta terminar dando varias vueltas sobre el resbaladizo pavimento. Mi cuerpo golpea contra una de las paredes de la ambulancia y acabo tendida en el suelo semi-inconsciente.

 

Al recuperar el conocimiento me encuentro en medio de cristales rotos y suplementos médicos regados por doquier. Intento incorporarme un poco para descubrir con horror que tanto el paramédico que venía conmigo atrás y el conductor yacen inconscientes o probablemente muertos en la calle bajo la lluvia a tan sólo unos metros de la ambulancia. Me pregunto si fuimos víctimas de alguna especie de  atentado, ya que el nombre de mi familia ha sido un claro objetivo durante generaciones por parte de cientos de integrantes de la mafia en venganza por ponerlos tras las rejas.




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