El placer revelado (últimos días para leer)

92

El oficial aprovecha para levantarse y salir de la habitación. Siente que necesita respirar un aire distinto del que respira el comisario. Le duelen cada una de las palabras que acaba de escribir a máquina, en la cual Tito responde las preguntas sin haber abierto nunca la boca. La puerta del despacho se abre y se cierra, el oficial sale. Ahora el comisario tiene la sensación de haberse quedado solo, desde donde está sentado no logra ver a Tito, el muchacho se ha quedado dormido y antes de que se cayera de la silla el oficial lo ha recostado en el suelo. De costado, en posición fetal, Tito duerme mientras esos dos allá arriba redactaban la confesión que lo inculpaba; una mano entre las rodillas, la cabeza sobre el piso duro de baldosas, la oreja derecha aplastada contra la otra mano, acostumbrado a dormir así. No parece estar incómodo, y su expresión mientras duerme, o a lo mejor es que sueña con algo, es blanda, no diría que alegre, pero sí lejana a esto que sucede con el crimen de la señorita Lorena.

-Alguna novedad que trasmitir? pregunta el comisario cuando ve que el oficial está de vuelta en su despacho.

El oficial se queda callado. Mira a Tito en el suelo. El comisario dice

-Hay que hacerlo ya mismo, antes de que llegue el jefe inspector.

El oficial mira por la ventana. Como no ve ninguna luz de un auto acercarse agudiza el oído para querer escuchar el zumbido de algún motor a la distancia.

Afuera está la noche, nomás, quieta y en silencio.

-Capaz que no viene hasta que le digamos que se mató, dice el oficial.

-No sabe que va a ser acá. Quiere que hagamos de cuenta que se nos escapó y que lo reventemos en el monte.

El oficial ve como Tito se mueve en el suelo, estira y vuelve a encoger las piernas, deben estar incómodo o está oyendo lo que hablan.

-No le voy a hacer caso a ese hijo de puta que lo único que quiere es mandarse a mudar lo antes posible. Si lo dejamos suelto no va a correr para ningún lado, se nos va a quedar viendo como un estúpido. No le podemos meter un escopetazo en la puerta de la comisaria. Traéte la soga que está en la camioneta.

El oficial inhala y exhala por la boca abierta, como si le faltara el aire. Es el calor, piensa, se miente en realidad, la humedad que hace. Apoya las manos sobre el escritorio, y al cabo de un momento, para detener las intenciones del comisario, el oficial contesta

-A primera hora de mañana van a venir de fiscalía a tomarle declaración al detenido.

-Es por eso que tiene que ser ahora. Traé la soga y un balde por si vomita. Hacé lo que te digo.

El comisario cierra el cajón que ha quedado abierto, no va a necesitar de su arma.

-Despertalo de una vez y llevalo adentro.

El comisario se refiere al cuarto que usan de calabozo. Lo dice con algo de reserva, teme que el oficial se niegue a obedecer sus órdenes. Pero el oficial se inclina sobre Tito, lo sacude un poco para despertarlo, aunque Tito sigue dormido.

-¿Tenemos algo para darle? pregunta el comisario. ¿Alguna pastilla que lo adormezca por si se pone a patalear?

-Primero que firme esto, ¿no?, dice molesto el oficial.

El comisario se estira sobre el escritorio y toma la hoja de la máquina de escribir.

-Sí, sí. Que firme como pueda.

Tito se despierta, se sienta con ayuda del oficial que lo toma de la ropa para acomodarlo en la silla. Tiene un ojo abierto y el otro cerrado, como si la mitad de su rostro ya se hubiera dispuesto a morir. El oficial le ponen la lapicera en la mano, y el comisario nota que Tito no sabe cómo tomarla. Quisiera ayudarlo, pero mejor no. Debe ser una firma a mano limpia, no importa como salga, estampada en la hoja donde está su confesión. Tito hace un garabato donde el oficial le indica, un círculo y una línea en diagonal que no dice nada. Luego, con voz dormida, pregunta

-¿Qué es este papel? ¿Ya me puedo ir?

Cuando levanta la mirada hacia el comisario, ahora un poco más despierto, además dice.

-Yo me sepo de memoria los carteles de la carnicería.

-Cállate, no hables más, le pide el oficial por lo bajo.

Le pesa escucharlo hablar, el oficial quisiera que Tito vuelva a dormirse, que se apague, que se desintegre, que deje de existir aquí dentro y aparezca en otro sitio. En su mente aparece ese niño flaco, dormido a orillas del arroyo, con las piernas sucias de barro, evitando regresar a su casa y encontrarse con ese tipo que venía para meterse en la cama de su madre; un poco por los bichos que le zumbaban cerca de las orejas, aquel niño despertaba con la luz del alba ya clareando en el cielo, entonces se mojaba la cara y se lavaba el cuerpo en ese agua viva que algo le susurraba, y después buscaba el sendero de vuelta hacia su casa, con el frio en los huesos por haber atravesado la noche a la intemperie, odiando confusamente a esa mujer que no había venido a recatarlo.




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