El cielo se quebraba en una maraña de relámpagos durante aquella noche turbulenta.
El mar rugía, embravecido, como si quisiera tragarse el horizonte entero.
El Dirty Johnny avanzaba entre olas que se alzaban como montañas negras, mientras los hombres corrían por la cubierta con sogas enredadas y miedo en los ojos.
-¡Sujeten las velas, malditos! -gritó el Capitán John, su voz rasgaba el viento-. ¡No dejaremos que el mar nos reclame todavía!
El casco gemía bajo el peso de la tormenta. La lluvia caía con la furia de mil lanzas. Entre relámpagos, el capitán se desprendio del timón, sus dedos estaban rígidos, los ojos encendidos por la obstinación.
Su chaqueta empapada se pegaba al cuerpo, y el salitre le cortaba la piel,sabiendo lo que se le avecinaba, como si viera al futuro pasar delante de sus narices.
Se dirigió con algo de prisa hacia la penumbra de su camarote, un cofre descansaba sobre una mesa.
-"El Imperio no debe hallarlo..." -susurró-. "Ni siquiera los cielos sabrán dónde cae la marea final."
Pero el mar rugió como si lo hubiera escuchado.
Un relámpago partió el mástil principal. La cubierta se estremeció y los hombres gritaron.
El Dirty Johnny se abrió como una herida; la madera se astilló, y el agua irrumpió con violencia, tragándose hombres, sogas y esperanza.
El capitán soltó un último grito, más desafío que súplica, mientras el mar lo engullía junto con su secreto.
---------------------------------------------------------------------------------------------
La tormenta había dejado un silencio pesado, un amanecer teñido de gris que olía a muerte y sal.
Dos soldados del puerto patrullaban la costa, sus botas hundiéndose en la arena mojada.
-¿Ves eso? -dijo uno, señalando hacia los restos de un barco encallado.
Tablas astilladas, barriles flotando, un cuerpo arrastrado por las olas.
Corrieron hacia el cuerpo. Era un hombre de barba canosa y piel curtida por el sol.
El más joven se inclinó, intentando reanimarlo.
-¡Eh, marinero! ¿Qué ocurrió allá afuera?
El hombre abrió los ojos apenas un instante. Su voz era un hilo débil, ahogado por el agua salada.
-El mar... -tosió-. El mar... nos tragó vivos...
Y se desvaneció en un último suspiro.
Los soldados se miraron en silencio. Entre los restos, uno de ellos notó un cofre semienterrado en la arena, cubierto de algas.
-Debe haber un botín -dijo el más joven, mientras intentaba forzar la cerradura, que después de un rato cedio ante su insistencia.
Y dentro del cofre, un pergamino envejecido y sellado con cera roja.El soldado lo tomó. Sus dedos temblaron mientras lo desplegaba un instante, dejando ver símbolos, coordenadas y un trazo que parecía bailar sobre el papel.
-¿Qué será esto?- se notaba una leve intriga en su voz
-Sea lo que sea -respondió el otro soldado-, no nos pertenece. Llevémoslo al gobernador. Que él decida su valor.
El viento sopló otra vez, frío y húmedo, arrastrando el olor del naufragio y del destino.
Sobre la arena, el cofre abierto volvió a cerrarse, como si el mar aún reclamara lo que era suyo.