Mikhael
—¡Feliz cumpleaños!—esas dos palabras cargadas de entusiasmo me tomaron desprevenido.
—¿Cumpleaños?—pregunté atónito.
Cada vez que abro la puerta ella logra sorprenderme.
A causa de mi pregunta ella se queda estática en su lugar. Hasta que sale de su sorpresa y avanza hacia a mi; no sin antes dejar el pastel que traía en sus manos en una pequeña mesa que está a su lado.
—Dios mío, Mikhael—había asombro y preocupación en su voz a partes iguales—, no me digas que te olvidaste de tu cumpleaños.
La verdad es que si.
—Si, supongo que es por el trabajo—me excuse. No había celebrado ésta fecha hace mucho tiempo. Hace dos décadas sin miedo a equivocarme.
Con su mano me guío a uno de los sofás.
—Debes estar muy ocupado para olvidarte de éste día. Tienes que relajarte, amor.
Hace tiempo que yo dejé de conocer esa palabra. “Relajarme”
—No es tan importante. Así que no te alarmes—le reste importancia.
—¡¿ómo que no es importante?!—dijo alarmada—claro que lo es. No puedo creer que te olvidaras de tu propio cumpleaños.
Tal vez lo sea para ella, para otras personas. Para mí no lo es. Las únicas personas interesadas en celebrar tal fecha, hace tiempo que ya no están conmigo.
Bueno, en realidad si hubo una festejo más. Con mis primos.
—Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti—cantaban al unísono los dos hermanos.
Yo estaba debajo de mis sábanas, tratando inútilmente de protegerme de sus infamias. Al ver que no salía de la muralla de tela, ellos la arrebataron violentamente.
—Hemos tenido el detalle de festejar tu cumpleaños y así nos agradeces—espetó uno de ellos.
—Pues mira lo que hacemos—y con eso dicho, el pastel fue directamente estrellado contra mi rostro.
—Esta bien, amor—su voz impidió la continuación del recuerdo—, no importa. Incluso si tú lo olvidas, yo lo recordaré por ti—soltó llena de convicción.
Suspiré cansado.
—No es necesario, Aitana. Por mucho tiempo ha sido así. Para mí es como cualquier otro día.
Ella negó suavemente con la cabeza. Sostuvo mi mano derecha y la llevo a sus labios para plantar un suave beso. La acción me causo un hormigueo en el estómago. Fue algo extraño y dulce.
—Tal vez tú no le des mucha importancia—comenzó a decir—, pero para mí es un día muy especial. ¿Sabes por qué? —no respondí —porque un día como hoy nació un hombre que ha enfrentado la vida una y otra vez, aún cuando todo parecía tornarse oscuro a su alrededor. Un día como hoy nació mi compañero de vida; mi esposo. Un día como hoy naciste tú, Mikhael Brown. El maravilloso hombre que tengo a mi lado.
Algo, algo me impedía pasar saliva por mi garganta. Parecía tener una bola que no me dejaba decir nada. Y mi vista se torno borrosa.
Aitana acercó sus manos y limpió las lágrimas solitarias.
En mi interior sólo había una pregunta. ¿Qué voy hacer con ésta mujer? Ésta mujer que derrite partes de mi que ni yo conozco.
La apreté entre mis brazos y su fragancia a flores me calmó.
Al separarnos pude percatarme de sus lágrimas.
—¿Y tú por qué lloras, cariño?
—Lloro porque tú lloras—la mire desconcertado —, verte sufrir me duele. Hace que mi corazón duela.
Besé sus lágrimas.
—¿Qué haré contigo? Eh, Aitana.