Mikhael
Acaricié su tersa espalda, era tan suave. La sensación me embriagaba, y también sus clavículas con lunares, en especial uno que tenía entre sus pechos, era un lunar más grande que los demás y me parecía lo más sensual del mundo.
La noche era diáfana y taciturna. Tranquila. Me parecía un momento lleno de paz. Una paz que no había estado muy frecuente en mi vida, su presencia era un lujo que yo no tenía, no era un poseedor frecuente de ella.
La convicción de hace tan sólo unas horas se estaba desvaneciendo. Y la responsable dormía tranquilamente, sin conocer nada, sin saber absolutamente nada. El sólo hecho de saber que se enterará y la posibilidad de que me deje me llena de ansiedad y angustia. Pero algún día se sabra, eso lo supe desde el principio. Pretendía utilizarla y luego dejarla, pero ahora soy yo el que se aterra con la idea. Jugué con fuego y estoy empezando a temer.
Mi codicia es demasiada. Porque quiero el sufrimiento de ese hombre y el amor de su hija.
Mis yemas recorriendo su piel la despertaron. Abrió sus ojos con pereza y cuando se percató de mi acción sonrió.
—¿Sabes la magnitud de sensaciones que provocan en mi, el sólo toqué de tus dedos, esposo?—negué como un niño travieso, que elude su culpa, aunque la evidencia de ella es innegable—. Es tanta que sólo añoro que se congelé el mundo, sólo para quedarme contigo en éste preciso instante.
Futuro, esa palabra era incierta para mi. Lo empezó a ser desde que ella invadió mi mundo con su dulzura. El amargo sabor de la soledad y la venganza estaban cediendo su lugar a algo más. Y era peligroso. Porque yo hace tiempo que firme mi futuro, ya no había algo distinto para mi. No tenía alternativas, pero ella parecía ofrecerme una llena de promesas y, era tarde para mí.
Qué irónico, antes añoraba el futuro. Su promesa de una venganza me sedujo. Ahora atesoro al presento. El hoy, que me ofreció una dulce mujer. El hoy, en el que la podía tener entre mis brazos. El futuro no estaba en la posición de ofrecerme a mi esposa, antes al contrario, me amenazaba con quitármela. Porque el precio de su venganza era ella.
Le retiré la sábana.
—¿Ya te has vuelto adicto a mí, esposo?
—No lo se, necesito averiguarlo—dije juguetonamente.
—Entonces deja que te ayude—subió su cuerpo al mío—, porque soy una esposa codiciosa. Quiero que solamente me veas a mi.
La mire expectante.
Ahora ella recorría un camino de besos por mi abdomen. Se detenía entre momentos para lamer, besar y chupar.
Solté un gruñido cargado de satisfacción cuando logró su cometido. La vi relamerse los labios como lo hacía con sus postres.
—Eres delicioso, esposo.
—¿Tanto como tus postres?—le pregunté apretando sus glúteos.
Me miró con un brillo especial en sus ojos.
—Mis creaciones son buenas, pero tú, tú eres sublime.
Sus palabras provocaron que la volviera a poseer con mi virilidad. Sus gemidos entre momentos decían mi nombre.
—Te amo, Mikhael.
Escuchar esas palabras y ver su rostro sonrojado y con el cabello pegado a su rostro a causa del sudor ocasionaron que la llenará de mi esencia blanca, espesa y caliente.