Mikhael
—¿Qué haces aquí?—dije con fastidio —. No recuerdo haberte invitado.
El sonrió burlonamente.
—Ser hospitalario no es lo tuyo, no deberías de tratar así a tu querido primo—tocó las orillas del retrato que nos mostraba a Aitana y a mi en nuestro día de bodas.
—Parece que te llevas muy bien con tu “esposa”—hizo comillas en el aire al decir la última palabra—. Demasiado bien para ser la hija de aquellos que te arrebataron a tus amados padres. O debería decir “papitos” como los llamabas cuando eras niño sin nada ni nadie. ¿Lo recuerdas, primo? —su maldita lengua se jactaba de lo que decía—. Lo patético que eras.
El miedo a que Aitana escuchara nuestra conversación me acechaba la puta nuca.
—Dime de una vez que quieres—espeté—¿Mas dinero?
El sonrió aún más.
—Mi hermano y yo queremos el ochenta porciento de las ganancias.
Por su puesto, para ellos nunca era suficiente. La jodida palabra de más no los abandonaba nunca.
—Sabes—comencé a hablar—, ya soy bastante generoso dándoles el cincuenta por cierto de algo que nunca han trabajado.
La sonrisa fue remplazada por la molestia.
—Deberías estar besándonos los pies—golpeó mi escritorio—, gracias a nosotros puedes ocupar el lugar que dejó nuestro padre.
Estaba a punto de reírme por su estupidez. Pero me guarde mis sentimientos.
—Tienes razón en algo. Gracias a su cobardía fue más fácil abrirme camino en la jerarquía. Pero fui yo quien hizo un imperio de lo que mi tío tenía. No me vengas con mierdas como ésta.
Lo vi volver a tomar en retrato en sus manos.
—Tu esposa parece muy gentil. Sería una lastima que alguien como ella se enterara que su querido esposo la ve como una herramienta. ¿No lo crees?
Si pensaba que eso me asustaría estaba muy equivocado.
—Si lo sería—dije con confianza—. Exactamente de la misma manera que sería una lastima que tú esposa se enterara que la has engañado ni más ni menos que con su hermano—tragó saliva—. Una completa asquerosidad.
Aitana
Vi salir de la oficina a lo dos hombres. Estaba preocupada, sabía que mi esposo no tenía una buena relación con sus primos y no sabía si ésta repentina visita terminaría bien.
—¿Todo bien, cariño?—le pregunté en un murmullo.
—No te preocupes, amor—me tranquilizó, y tomó un mechón de mi cabello para colocarlo detrás de mi oreja—. To está bien. ¿Cierto, primo?
Percibí cierta hostilidad en el ambiente que me abrumaba.
—Si—fue toda la respuesta que salió de ese hombre. Claramente esa charla no había terminado bien para él.
Cuando llegó lo hizo de manera arrogante y ahora parecía impotente.
—De todas maneras, mi primo ya se va. Sólo nos visitó rápidamente.
—Entiendo—la verdad no entendía nada. Pero era mejor revolver mis dudas cuando la situación lo permitiera. Es decir, cuando estuviéramos solos. Algo por lo que no tendría que esperar, pues ese hombre ya se dirigía hacía la puerta.
No sé despidió. O tal vez su forma de despedirse es con un gran azote de puertas ajenas.
Me volví para mirar a Mikhael.
—¿Qué pasó en esa oficina, amor?—crucé mis brazos.
Soltó un suspiro.
—Nada, amor. Estupideces, sólo estupideces suceden cuando esos hombres se hacen presentes.
Parecía algo malhumorado, así que dejé el tema por la paz.
—Bueno, seguramente ya querrás descansar, así que dejemos la película para después, amor—no quería agobiarlo.
—No te preocupes, volvamos en lo que estábamos.
Solté un pequeño grito cuando me alzó y me cargó en sus brazos. Envolví mis brazos en su cuello.
—¿Ver la película?—pregunté inocente.
—Se me ocurre algo mucho mejor—y con esas palabras me llevó a nuestra habitación.