El precio de una venganza

21

Mikhael

Aitana no estaba en casa, se había ido con su amiga Victoria y la empezaba a extrañar. Era extraño estar en casa y sin ella. Sus canciones de fondo y el olor de sus comidas no estaban presentes. Sólo la soledad y me abrumaba. Hace tiempo que no había estado solo, no desde nuestra boda, ella se volvió parte de mi vida, y ni una sola noche después de trabajar ella había estado en otro lugar. Por supuesto que salía pero lo hacía cuando yo no estaba y por lo tanto no notaba su ausencia; la cual ahora mismo me estaba inquietando.

Tal vez ésta era una oportunidad para que yo la sorprendiera a ella. Después de todo, es ella la que siempre lo hace conmigo.

Me ajuste las mangas de la camisa negra y me puse manos a la obra. Sabía preparar algunas comidas sencillas.

Arroz, ¿tal vez con pollo?

Tuve que averiguar dónde estaban los ingredientes, todo la cocina era más de mi esposa que mía. La que se desplaza de un lugar sabiendo donde estarían las cosas, es ella.

Mientras me movía de un lugar a otro escuché la puerta ser abierta.

Ésta vez fui yo quien salió de la cocina hacia su encuentro.

—¿Amor?—la llamé, pero creo que ni siquiera había notado mi presencia. Ella veía el piso como si su vista no pudiera subir más.

Después de unos segundos me miró. Su silencio me tenía con la duda, su esencia de alegría y optimismo estaba casi ausente.

—H-Hola, cariño—su tono de voz carente de fuerzas me asustó.

—¿Todo bien?¿Sucedió algo con tu amiga?

Ella evadió la mirada. Extraño.

—No, bueno si—no la estaba entendiendo .

—Ven—ahora era yo quien la guiaba a uno de los sofás. Le quite las zapatillas y me senté a su lado.

Tenía dudas, pero no creía que la mejor forma de sacarlas era abalanzarme a ella con preguntas. Al no verla hablar le dije:

—Estaba preparando la cena. Que tal si tomas un ducha en lo que la termino. ¿Te parece?

—Si, gracias—se paró y estaba por irse a la recámara, pero detuvo sus pasos abruptamente. Giro a verme—gracias por preparar la cena, amor—con esas palabras volvió a su camino. Y yo también regresé a la cocina.

«««»»»

Con la comida en la mesa esperé a Aitana. La vi entrar aún con el cabello húmedo.

—Siéntate, amor—toqué el asiento a mi lado.

Yo comía, pero ella solo miraba su plato.

—¿No te gusta?—pregunté.

—¿Qué?—dijo como si saliera de sus pensamientos.

—¿No te gusta lo que preparé? Si quieres otra cosa podemos…

—¡Ah! ¡No! No es eso, amor. Me gusta si, me gusta—empezó a comer.

Estaba muy extraña. Fuera de si. Sin poder contener más mis dudas hablé.

—Sucedió algo. Te conozco Aitana.

—Bueno—dudó—, si, hay algo. Pero, no sé cómo lo vas tomar. Es importante.

Sus rodeos me estaban agobiando. Era asombroso que muchos hombres pudieran apuntarme a la cabeza y no me inmutara en lo absoluto. Pero ésta mujer con un solo gesto podría casi derrumbarme de miedo.

Estuve a punto de invitarla a hablar, pero se adelantó.

—Estoy embarazada.

Aitana

Silencio. Esa fue la respuesta a las dos palabras que dejé salir en el aire. El miedo estaba en mi garganta, y pese a no ver probado bocado alguno, tenía ganas de vaciar mi estómago en el váter de baño.

¿Por qué no respondía? Las infinitas respuestas a esa pregunta me estaban matando de nervios. ¿Qué haría si él aún no quiere tener hijos?

—¿Mikhael?

—Yo—ésta era una de esas pocas veces que lo veía y él no sabía que responder—, ¿de verdad estás embarazada? ¿Cuándo te has enterado?

—Fue hace unas horas, cuando estaba con Victoria. Me di cuenta que aún no había tenido mi periodo, y ella insistió en que me hiciera una prueba—expliqué—. Salió positiva.

Lo vi pasarse las manos por el rostro. Me enfoque en el anillo que lo proclamaba como un hombre casado.

—Tengo que salir, necesito un momento—dijo levantándose.

Yo también me pare de mi asiento.

—¿Saldrás ahora? Necesitamos hablar—traté de hacer que las emociones no estallaran en cualquier momento.

—Si, necesito un momento, Aitana.

No lo detuve cuando salió. Me quede inerte, con el reloj de fondo haciendo un Tic-tac que me recordaba lo silencioso de la estancia.

Quería ir tras él. Pero sabía que él necesitaba su espacio, aún así el deseo de tenerlo aquí no se apagó.

«No me dejes sola, Mikhael. Tengo miedo»

Mucho miedo.




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