El precio de una venganza

28

Cuando la ignorancia es felicidad, es una locura ser sabio”

Thomas Gray

Aitana

Horas antes

Lamí uno de mis dedos probando un poco de pay de limón que había preparado para comerlo junto a mi esposo. Él había salido mucho antes que el sol y no probó bocado alguno, bueno, creo que bebió un jugo de naranja con yemas de huevo. Aún así, yo estaba preocupada por él. Dicen que “Panza llena, corazón contento” y yo quería que mi esposo fuera el hombre más feliz, o , al menos lo más humanamente posible.

Planeaba sorprenderlo en la oficina que tenía en la ciudad, las ultimas veces que pise ese lugar fue antes de nuestra boda. Y en vista del tiempo que no había ido seguramente lo sorprendería; y había avisado a sus hombres que no le dijeran nada, tuve que decirlo con autoridad o simplemente ante pondrían primero las ordenes de mi esposo.

Quite la música del toca discos y me cambié de ropa. El vestido rosa con flores se adhiero perfectamente a mi cuerpo. Era uno de los pocos vestidos que aún con mi vientre abultado podía usar.

¡Lista!

Siempre me había gustado conducir, sin embargo, ésta vez tenía que disponer de los servicios del chofer de mi esposo.

—Buen día, Julián —salude al hombre de rostro curtido—. Iré a las oficinas de mi esposo.

—Claro, señora.

Me abrió la puerta y con su mano derecha me ayudó a subir. Mis bebés a penas me dejaban mover.

Hice movimientos suaves sobre la zona abultada al tiempo que avanzaba el auto.

Ansiaba tanto tenerlos conmigo, los bañaré, les daré de comer, los amaré mucho. Imaginar que tendré en mis brazos a mis hijos con ese olor inconfundible a bebé me llena de ilusión. Les enseñaré muchas cosas, a tocar el piano, tal vez a pintar o lo que sea que deseen, lo aprenderán.

El trayecto sería largo así que cerré mis parpados.

«««»»»

—Hemos llegado, señora—avisó Julián.

Alce mi rostro viendo el imponente edificio en el que mi esposo hacía inversiones. No importaba cuánto lo viera, pensar que él creó su propio imperio me generaba admiración por él.

Pensar en el trabajo me hice soltar un suspiro de nostalgia, yo también quería regresar a trabajar en el bufete, pero con el embarazo tendría que esperar. La idea de regresar ha estado pasando por mi mente una y otra vez. Tal vez mi esposo no esté muy de acuerdo, pero pienso ser firme. No voy a dejar que esos títulos se queden guardados. Tengo que sacarles filo.

Entré al edificio y saludé a algunos rostros conocidos, pero no me detuve, me picaba el corazón por ver a mi esposo.

—Hola, Mary—saludé a la secretaria de mi esposo. Era una mujer grande de edad, que llegó soltera a su vejez y sin un hijo. Siempre se dedicó a otras cosas. Todo eso lo sabía por la veces que platiqué con ella mientras esperaba a mi entonces novio.

¡Señora, Aitana! ¿Cuánto tiempo hace que no viene?—su característico entusiasmo me contagió rápidamente y sonreí en respuesta—. Si no fuera porque el señor Mikhael ha presumido sobre su embarazo ni me enteraría. Que abandonados nos tiene.

—Si, Mary lo se. No he puesto pie aquí desde la boda. Pero justo hoy he decidido visitar a mi esposo.

—Ya veo que es una esposa amorosa. ¿Le ha traído su postre al señor?—observo el pay que cargaba.

—¡Así es!—dije orgullosa—y por cierto ya puse en práctica la receta de galletas que me has dado. No habría encontrado una mejor.

—Me habría sentido desairada si no la hubiera probado. Me hace feliz saber que alguien continuará las rectas de mi familia—por el tono de su voz, supe que se refería al hecho de no tener hijos.

—Por supuesto, una receta así no puede dejarse en el olvido. Bueno, mi Mary. Siento no poder hablar más contigo, pero mi corazón pide a mi esposo. ¿Sabes si está en reunión?

—No, señora. Pero está con el señor Albert.

—Voy a pesar, no le avises por favor—pedí— Quiero sorprenderlo—asintió cómplice.

Rápidamente pasé en medio de las lujosas paredes en las que colgaban cuadros de arte. Llegué a su oficina, pero antes de tocar me detuve acomodando mi cabello, en ese momento escuché la voz del amigo de mi esposo.

—No, ya lo sabes. Entonces ¿cuándo piensas decirle?

Hubo un silencio antes de haber respuesta a la pregunta de Albert.

—¿Y cómo se supone que se lo diga? —escuché con atención— ¡Oh! Esposa, sabes, al inicio me case contigo para joder a tu padre, no porque te quisiera o te amara, simplemente para utilizarte a mi antojo y después deshacerme de ti. Después de todo sólo eras para mí la hija de los asesinos de mi familia. Pero ahora ya no es así y…— el sonido del refractario con el pay estrellándose contra el suelo cortó la conversación mientras mis vista se nublaba.

—¿Ai-Aitana?—su voz sonó temblosa.

—¿Todo fue mentira?—cuestioné en un hilo de voz. Casi como si no pudiera hablar.

¿Soy la hija de quiénes asesinaron a sus padres? Entonces solo fui un medio, una herramienta. Una mentira.




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