El precio de una venganza

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Narrador omnisciente

Habían pasado varias lunas después de aquella noticia que catapulto al hombre en una gran agonía. Su cabello pulcramente peinado en vísperas pasadas ahora lucia sin brillo, seco y desordenado. Debajo de sus ojos se podían contemplar dos bolsas oscuras que anunciaban al mundo que el sueño no se había apiadado de él; no le había brindado las alas de su cobijo para cubrirlo momentáneamente de la cruel realidad. Le era difícil distinguir un día de otro, desde su perspectiva todos parecían iguales. Casi como un bucle, nada cambiaba, su esposa yacía inerte sobre una cama de hospital y lo único a lo que se aferraba en medio de la tinieblas era aquella máquina que le recordaba que aún vivía.

—Vuelve, por favor vuelve—volvió a repetir como en todos los días que la visitaba, prácticamente ese hospital se había vuelto el reemplazo de su hogar.

Mikhael tomó las manos de Aitana. Ella no portaba su anillo, pero él si, se sentía poco merecedor de hacerlo, pero, era algo que le brindaba una gota de consuelo.

El hombre había aprendido que incluso un futuro a un segundo de distancia no existía. Todo podía cambiar en un instante. Hoy podías sonreír y en un segundo podrías estar preguntando a las compuertas del cielo porque te han negado la dicha de su magnificencia.

Mientras tanto, el alma de Aitana vagaba en algún lugar del que no quería regresar, no porque el lugar fuera el cielo, era porque sabía en el fondo de si, que al despertar desearía volver a dormir. Caer en un letargo y no volver. La realidad era cruda, hermosamente cruda, teñida de hermosura cruel. Pero alguien siempre la tomaba de las manos, rogándole una y otra vez que regresará. Y ella siguió esa voz, anhelando a su vez no regresar. Pero al final, lo hizo. Siguió a la notas musicales de la voz y despertó.




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