Aitana
Apenas abrí mis ojos me vi obligada a volver mi mirada a otro lado, una luz blanca desde el techo me había cegado. Sentí la calidez de unas manos sobre las mías y lo vi. Y también vi aquel lugar vacío, el lugar donde deberían estar mis bebés. Mi corazón se alarmó.
—Mi bebés, ¡¿dónde están mis bebés?!—grite presa del pánico.
Él se levantó rápido y trató de tranquilizarme.
—¡Mi amor! Por fin has despertado—me abrazó pero yo lo aparté no sin aferrarme a sus brazos para que respondiera mi pregunta.
—¿Dónde, dónde están mis hijos?—lo cuestioné al borde de la locura. Necesitaba saber que estaban bien—los tienen en incubadoras ¿verdad? Ellos son aún muy pequeños así que deben estar siendo muy bien cuidados.
De sus ojos vi lágrimas. Y eso hizo que yo también llorara advirtiendo lo peor.
—¡Responde, Mikhael! ¡¿Dónde están mis bebés?!
Lo vi tragar grueso y me levanté, pero un dolor horroroso en mi cabeza me volvió a tirar sobre la almohada.
—No te levantes, llevas varios días inconsciente y temí lo peor—dijo con voz apagada.
¿Por qué estaba así? Lucía diez años mayor, como si de pronto hubiera envejecido. No, eso no importaba ahora.
—Mis hijos, necesito ver a mis hijos. Llévame con ellos.
El silencio y la tensión me estaban poniendo los pelos de punta.
—¡Habla! Di algo, deja de guardarte las cosas Mikhael y por una vez deja de callar—le reproché.
—Ellos, ellos no sobrevivieron. Debido al golpe del accidente, ellos no sobrevivieron.
Me quedé inmóvil en mi lugar. Sintiendo el frío helarme, recorrerme y asfixiarme.
—Mientes—susurré—, mientes, tu sólo mientes. ¡¡Es mentira!!
Me levanté y quite la intravenosa y todo lo que me estorbaba para salir.
Mikhael me detuvo y brame para que me dejará salir, pero no me dejó. Al escuchar mis gritos vi entrar una doctora y enfermeras que junto a Mikhael me agarraron para que la maldita doctora me inyectara algo.
—Mis bebés, mis hijos—dije llorando—, no puede ser verdad.
Mikhael me abrazó llorando mientras me decía que todo estaría bien. Qué mentira más cruel.