Narrador omnisciente
Alec Montenegro era cruel, sádico y perverso. No había empatía en su mirada. No la había en su alma. No había una sola virtud en ese hombre. Al menos no una destinada al bien. Era tan insensible, tan desalmado que las serpientes le temían. Y era un hombre vengativo, y la naturaleza le había concedido la inmutación de sus emociones. Las emociones eran un lastre que él no cargaba y que mejor que no lo hagan en los negocios que el manejaba. Era un perro fiel del Don, y cuando el Don le ordenaba morder no dudaba. Justo como lo hizo al no dudar en dar la orden de cortar los frenos de una mujer embarazada. No dudó en sobornar y amenazar.
No dilató en secuestrar a los hijos de la mujer que atendió a Aitana Duarte.
—¡Mis amores!—dijo la mujer corriendo a abrazar a sus hijos.
—Que bien nos entendimos, Doc.
—¡Usted es una basura!
El hombre la miró serio. Ella paso saliva en correspondencia.
Era peligroso hablarle así, era un hombre sin escrúpulos. Lo demostró al amenazarla con sus hijos. Obligándola a mentirle a una madre, diciéndole la peor de las desdichas que una mujer embarazada puede oír.
—Cuidado con esa boquita, no queremos que ese órgano llamado lengua tenga que ser cortada, ¿verdad, doc?
La mujer cerró sus labios callando las maldiciones que querían salir directo al hombre.
—Largo de aquí, no sea que me abandone la misericordia y decida dejarte sin hijos. Pero a ti será de verdad.
La mujer salió rápidamente apretando consigo a sus hijos. La culpa la carcomería toda la vida, lo sabía, pero primero estaban sus hijos.
El hombre soltó una risa macabra y horrible, poniendo de punta los vellos de sus hombres. Camino lentamente hasta las incubadoras que portaban a dos bebés prematuros y pequeñitos que luchaban entre la vida y la muerte.
«Oh, Mikhael, conmigo las promesas se cumplen»
Era cruel, despiadado y…letal. Pero era un mortal, y todos caen.