El precio de una venganza

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Aitana

Era una tonta, mi mente decía no, y me repetía una y otra vez las razones por las cuales no debería desear un futuro con él. Pero mi corazón era necio y hacia oídos sordos a sus razones. Lo quería. Quería abrazarlo y refugiarme en él, pero tenía mucho miedo. Miedo a volver a ser lastimada. Miedo a volver caer en una mentira.

Y sobre todo, me sentía poco mecedora de la felicidad.¿Cómo iba a ser feliz cuando provoqué la perdida de mis hijos? Cómo podría continuar mi vida sin ellos. ¿Cómo me atrevería a crear un futuro feliz cuando les prive de ese privilegio a mis niños? Ni si quiera tuvieron un nombre. Los habíamos pospuesto para cuando los tuviéramos en nuestros brazos; pero ese día nunca llegó, ni lo haría.

—No me rendiré, Aitana. Se que puedo volver a hacer que confíes en mi.

Con esas palabras dejó un casto beso en mi frente y salió. No lo aparte, no me moví. Simplemente me deje caer en la cama. Queriendo dormir. En mis sueños podía tener a mis hijos. En mis sueños Mikhael nunca me usó. En mis sueños yo era feliz. Pero cuando abría los ojos, la realidad me golpeaba como ella solo puede.

Mi madre seguía con sus visitas frecuentes, al igual que Victoria. Pero mi padre ya no volvió. No desde la última discusión. Me dolía, a pesar de ya conocer su carácter. Al fin y al cabo era mi padre, por supuesto que me dolería.

«««»»»

Ya habían pasado varios días y por fin hoy me darían de alta. Le habían avisado a Mikhael por ser mi esposo, así que aquí estaba. A un lado mío.

—Te ayudaré a ponerte los zapatos.

No pude evitar dirigir mis ojos a la manera en que delicadamente metía mis pies a los zapatos negros. Parecía que desde su perspectiva yo era alguna clase de muñeca hecha de vidrio que se rompería ante cualquier percance.

No lo entendí, él era incomprensible para mí. ¿Por qué me cuidaba? No, la pregunta exacta era ¿Por qué cuidaba a la hija del asesino de su familia? No me atreví a hacer que mis cuerdas vocales pronunciarán tan dolorosos hechos.

Hoy regresaría a la casa de Mikhael. Aún no veía algún departamento para refugiarme del mundo. Pero pronto tendría que hacerlo; sólo quería despedirme por completo de todo lo que había en esas paredes, lo cual no era lo material sino los sueños . Por un momento pensé en regresar a la casa de mis padres, pero, si soy sincera, hay algo que no me deja estar en paz con ellos; era tanto aquello que me molestaba, que prefería regresar a ese lugar lleno de ilusiones rotas.Tal vez una parte de mi anhelaba encontrar entre los escombros de las promesas una soga que me sostuviera. Algo a lo que aferrarme.

—Vamonos—dijo tomándome de la mano. Salimos y durante el viaje a casa nos hablamos. De soslayo él me miraba y a veces yo también. Era un intercambio de miradas.

Cuando llegamos una mujer nos recibió.

Su cabello era negro con algunas hebras blancas que delataban la edad avanzada.

—Buenas tardes, señores—dijo con voz casi ensayada.

—Buenas tardes Mel, ella es mi esposa—la salude sin sonreír y cuando ví que regresó a sus labores de limpieza, voltee a verlo.

—¿Quién es?—cuestione.

—Ella se encargará de la limpieza y las comidas. La comida la hará desde la mañana y una vez acabe de limpiar la casa se retirará. Se que te gusta la privacidad.

—Esta bien, de todas maneras solo me quedaré una semana.

—Aitana, ésta es tu casa, no tienes que irte.

No respondí nada, mi vista fue acaparada por dos cajas negras que portaban una cruz.

—¿E-Esas son las...—antes de acabar de preguntar él asintió.

Eran las cenizas de mis niños.




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