El precio de una venganza

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Aitana

Ver aquello me dejó aún peor y no había salido de mi recamara. Mikhael y yo dormíamos separados, pero el siempre venía a hablarme, yo no lo hacía, me limitaba contestar con monosílabos.

En la segunda noche después de cenar, por nostalgia me acerqué al cuarto de mis bebés y él estaba ahí. Estaba llorando, su llanto era sofocado por la ropa pequeña a la que se aferraba, y la imagen me impacto con demasía. Quise acercarme a consolarlo, pero, al final opte por dar la vuelta. Había pensado que tal vez él no estaba desolado como yo, me dí cuenta que no era así. Él también sufría. A él también le dolió la perdida de nuestros hijos.

—Aitana, ya me iré. Regresaré en la noche—como todos días, el me avisó y yo asentí con la cabeza.

Apreté un oso de peluche de mis niños y me tape con con el cobertor. Nuevamente dormí.

Mikhael

Salí sabiendo que seguramente ella se dormeria . Mel me había avisado sus movimientos. Seguramente si supiera se enojaría, o tal vez no. De todas maneras quería saber sobre su estado.

No quería dejarla sola, pero tenía que seguir manejando algunas cosas en el trabajo. Tanto las legales como las no legales, necesitaban de mi atención. Además algo no me cuadraba. Todo era tranquilo. Los Montenegro no habían hecho algo y eso no era bueno, eran conocidos por su ferocidad para con sus enemigos. Y la última vez no sali bien parados con ellos. Algo definitivamente estaban planeando. Ya había puesto más guardias para que cuidarán a mi esposa, pero, no era suficiente.

Cuando llegue al edificio, fui directamente a mi oficina. Antes de sentarme Osvaldo entró. Osvaldo era un hombre que estaba en constante comunicación con su hermano Samuel y éste a su vez le reportaba las novedades sobre Robert. Samuel estaba infiltrado entre su línea de mejores hombres. Uno de los más importantes. Lo había puesto en ese lugar desde que inicie mi plan contra el padre de mi esposa.

—Señor, hay algo importante que tengo que informarle.

—Dime.

—Mi hermano colocó grabadoras y cámaras dentro de la casa de Robert. Captó una conversación por teléfono de éste con el Alec Montenegro.

La mención de esos dos nombres juntos captó toda mi atención.

—Habla.

—Mi hermano no estaba muy seguro. Pero cree que sus hijos están vivos y en realidad nunca murieron.

Mi corazón se aceleró rápidamente. Lo que estaba diciendo era como un sueño. Un sueño hecho a mis caprichos.

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo?—pregunte incrédulo.

—Si, señor. Alec Montenegro quería hacer un intercambio. Dos bebés por dos estados. Dos territorios. Pero Duarte se negó rotundamente.

¡HIJOS DE PUTA!

La cabeza me estalló en rabia, pero tuve que tranquilizarme. Primero tenía que averiguar que putas había pasado en el jodido hospital.

«Que estén vivos, que sean ellos»




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