El Refugio del corazón

11

Había pasado tiempo desde que comencé a conocer realmente a Owen. Nuestras conversaciones en el bar habían creado una conexión inesperada, y la curiosidad por su mundo crecía cada día. Decidí que era momento de acercarme a su taller, un lugar que había evocado en sus palabras como su refugio, y descubrir por mí misma el talento que escondía.

El sol brillaba con fuerza aquella mañana, iluminando el camino que conducía a su casa. Caminé por la calle empedrada, respirando el aire fresco y limpio de la montaña. Al llegar, vi la puerta de madera abierta, invitándome a entrar. Toqué suavemente antes de asomarme.

—¿Owen? —llamé, sin saber si estaba allí.

—En el taller —respondió desde adentro, su voz sonaba clara y firme.

Cruce el umbral y entré. El taller era un espacio encantador, repleto de herramientas dispuestas cuidadosamente, madera apilada en diferentes formas y tamaños, y un aroma a frescura que impregnaba el ambiente. Allí, Owen estaba concentrado, trabajando con una pieza de madera, sus manos moviéndose con destreza.

—Vaya, este lugar es impresionante —dije, admirando el entorno—. Nunca había visto algo así.

Él se detuvo, dejando la herramienta a un lado y sonriendo levemente.

—Gracias. No es nada del otro mundo. Solo un espacio donde puedo trabajar. —Su tono era modesto, como si no pudiera ver la belleza de su propio entorno.

Me acerqué a una mesa donde había varias creaciones. Había desde muebles rústicos hasta esculturas intrincadas.

—Esto es hermoso —exclamé, tocando una pequeña escultura de un pájaro—. ¿Lo hiciste tú?

—Sí, es un proyecto que tenía en mente desde hace tiempo. —Dijo, observando mi reacción.

—Realmente has capturado la esencia del ave. Se siente viva. —Mi admiración era genuina, y quería que lo supiera.

Owen se encogió de hombros, como si elogiarlos fuera un hábito extraño.

—Lo agradezco, pero a veces siento que me falta inspiración. —Sus ojos se nublaron por un instante, reflejando una lucha interna.

—¿Qué necesitas para inspirarte? —pregunté, intrigada.

—No lo sé. Tal vez un cambio de perspectiva. A veces, lo cotidiano se vuelve monótono. —Se sentó en una silla cercana, y por un momento, pareció perdido en sus pensamientos.

Decidí aprovechar el momento.

—¿Qué te parece si trabajamos juntos en algo? Podría ayudarte a ver la madera desde otro ángulo.

Él levantó la vista, sorprendido.

—¿Tú? ¿Trabajar con madera? No sé si sería una buena idea. —Su tono era escéptico, pero había una chispa de curiosidad en su mirada.

—Nunca lo he intentado, pero estoy dispuesta a aprender. —Sonreí, esperando contagiarle un poco de entusiasmo.

Owen se rió, y me sentí aliviada al ver una sonrisa en su rostro.

—Está bien, ven. Te enseñaré lo básico. —Dijo, levantándose y guiándome hacia la mesa de trabajo.

Pasé la tarde en su taller, aprendiendo a cortar, lijar y moldear la madera. Owen era paciente, mostrándome cada paso con precisión. Mientras trabajábamos, las risas y las bromas comenzaban a fluir, y el ambiente se sentía más ligero.

—No está tan mal para ser tu primera vez —comentó, mientras observaba cómo intentaba dar forma a una pequeña figura.

—Gracias, pero creo que la figura tiene más de pájaro que de lo que intentaba hacer. —Me reí, sintiéndome un poco torpe.

—No te preocupes. La práctica hace al maestro. —Él sonrió, y su tono había cambiado, volviéndose más cálido.

Después de un rato, tomamos un descanso. Nos sentamos en un banco de trabajo, y el silencio que nos rodeaba se llenó de una tranquilidad reconfortante. Observé cómo la luz del sol entraba por las ventanas, iluminando el polvo en el aire.

—¿Te gustaría mostrarme más de tus trabajos? —pregunté, intentando acercarme a su mundo.

—Claro, aunque no sé si son tan interesantes. —Dijo, inclinándose hacia adelante como si fuera a compartir un secreto.

—Todo lo que haces es interesante para mí. Quiero conocer más sobre ti.

Él se puso de pie y se dirigió a una esquina del taller donde tenía varias obras. Comenzó a mostrarme piezas que había hecho a lo largo de los años. Una silla tallada a mano, un estante elegante y una hermosa mesa con detalles intrincados. Cada una contaba una historia única, y mientras él hablaba de su proceso creativo, me di cuenta de la pasión que había detrás de cada obra.

—Esto lo hice para un amigo. Quería algo especial para su casa. —Dijo, señalando una mesa con un acabado brillante.

—Es increíble. ¿Sabes? Tienes un don para esto —comenté, sintiéndome cada vez más fascinada por su trabajo.

—A veces, solo se necesita una chispa. —Dijo, un brillo de orgullo en su voz.

Mientras miraba la mesa, una idea cruzó mi mente.

—Owen, ¿alguna vez has pensado en exponer tus obras?

Él se detuvo, mirándome con sorpresa.

—No, nunca lo consideré. No creo que sea lo suficientemente bueno.

—¿Cómo puedes decir eso? Tus creaciones son maravillosas. —Insistí, sintiendo que debía empujarlo a creer en su talento.

—Lo aprecio, pero la idea de mostrarme al mundo me aterra. —Confesó, bajando la mirada.

—A veces, es necesario salir de nuestra zona de confort para crecer. —Le respondí, recordando mis propias luchas con la fama y la presión.

—Tú lo dices porque ya estás acostumbrada a estar en el centro de atención. —Dijo, con un toque de ironía.

—Eso no significa que no sienta miedo. Solo trato de enfrentar mis temores. —Contesté, sintiéndome conectada con su lucha.

Owen se quedó en silencio por un momento, y en su mirada podía ver que estaba considerando mis palabras.

—Quizás tienes razón. Tal vez debería intentarlo —dijo, finalmente, y sentí una ola de esperanza al escuchar su decisión.

A medida que el día avanzaba, continuamos trabajando juntos, compartiendo risas y secretos. Había una alegría palpable en el aire, y mientras sus manos manipulaban la madera, me di cuenta de que estaba viendo una faceta de Owen que antes no había vislumbrado.




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