Al día siguiente, desperté con una mezcla de emoción y nerviosismo. Después de nuestra reveladora tarde en el taller de Owen, había decidido que quería acercarme más a él. Tenía que intentar romper esa coraza que lo rodeaba. Pensé que un gesto simple, como un café acompañado de algunos pasteles, podría ser el comienzo de una nueva amistad.
Me vestí rápidamente, eligiendo una blusa cómoda y unos jeans. Salí de casa, decidida a encontrar una panadería local que sirviera dulces. Mientras caminaba por el pueblo, observé la tranquilidad que me rodeaba. La gente pasaba con sonrisas y saludos, y eso me animó aún más. Me detuve en un pequeño local con un letrero de madera colgante que decía “Panadería de la Montaña”. Al entrar, el aroma a pan recién horneado me envolvió.
—¡Hola! —saludé a la amable panadera—. ¿Cuáles son tus especialidades de hoy?
—Buenos días, querida. Hoy tenemos brownies de chocolate, pasteles de manzana y galletas de avena. —respondió, sonriendo ampliamente.
—Me llevaré un par de brownies y un pastel de manzana, por favor. —dije, mientras contaba el dinero.
Después de hacer mi compra, caminé con el corazón latiendo con anticipación. Al llegar al taller de Owen, la puerta estaba entreabierta. Toqué suavemente antes de asomarme.
—¿Owen? —llamé, sintiendo que un poco de nerviosismo me invadía.
—¿Quién es? —su voz sonó desde dentro, un poco incrédula.
—Soy yo, Avery. —dije, sonriendo al entrar—. Te traje algo.
Él apareció en la entrada del taller, mirando con sorpresa las cajas que sostenía en mis manos.
—¿Qué es eso? —preguntó, su expresión neutral.
—Café y pasteles. Pensé que podríamos disfrutar de un descanso. —respondí, intentando que sonara casual.
Owen se acercó, tomando la caja de pasteles.
—No sé, Avery. No quiero que pienses que estoy siendo grosero, pero no suelo aceptar favores. —Su tono era cortante, pero había una curiosidad en sus ojos.
—No se trata de un favor, Owen. Solo quiero ser tu amiga. —dije, sintiendo que era necesario ser honesta—. Todos necesitamos compañía de vez en cuando.
—Yo no. —Él frunció el ceño, pero su mirada se ablandó al abrir la caja y ver los brownies.
—Solo prueba uno. Si no te gusta, prometo no volver. —reté, sonriendo de manera desafiante.
Owen se quedó en silencio, contemplando la oferta. Finalmente, cedió.
—Está bien, solo uno. —dijo, tomándolo y dando un mordisco. Su expresión cambió de desconfianza a sorpresa—. No está mal.
—¿Ves? —exclamé—. Te dije que era bueno.
Después de un momento de vacilación, decidió sentarse en una mesa de trabajo. Yo me acomodé junto a él, sintiendo que estaba logrando un pequeño avance.
—¿Y cómo fue tu día ayer? —pregunté, intentando romper el hielo.
—Lo mismo de siempre. Trabajando, como siempre. —respondió, encogiéndose de hombros.
—¿No te aburres de hacer lo mismo una y otra vez? —inquirí, intrigada.
—A veces. Pero también es un refugio. —dijo, mirando su obra con un aire de nostalgia.
—Entiendo. A mí también me gusta encontrar un refugio en mi trabajo. —dije, recordando los días de rodaje que solía disfrutar—. Pero a veces es bueno salir y compartir.
—Eso es fácil de decir. —murmuró, con una sonrisa irónica—. No todos tienen esa opción.
—Owen, no tienes que ser tan duro contigo mismo. La vida no tiene que ser así. —le respondí, sintiendo que era el momento de ser directa.
—Lo sé, pero he aprendido a lidiar con esto a mi manera. —dijo, su tono se volvió más serio.
Un silencio cayó entre nosotros, y decidí cambiar de tema.
—¿Qué tal si me muestras más de tus trabajos? —pregunté, con un brillo de emoción en mis ojos.
Él pareció pensarlo, y luego asintió.
—Está bien. —Se puso de pie y comenzó a señalar algunas de sus creaciones—. Aquí tienes una silla que hice el año pasado.
Mientras hablaba sobre cada pieza, su tono se volvió más entusiasta. Describía las técnicas que había utilizado, los desafíos que había enfrentado. Poco a poco, la rigidez que había notado antes comenzó a desvanecerse.
—Me encanta ver cómo hablas de tus creaciones. —dije—. La pasión que tienes es evidente.
—Es lo único que realmente me motiva. —dijo, con una mirada más suave en sus ojos—. Aunque no siempre es fácil.
—Te entiendo. —respondí, recordando mis propias luchas—. En mi mundo, la presión a veces es abrumadora.
Owen se detuvo, mirándome con atención.
—¿Y cómo lo manejas? —preguntó, genuinamente curioso.
—Intento recordar por qué empecé. —dije—. La pasión por actuar y cantar. A veces, el ruido se vuelve demasiado fuerte, pero creo que lo importante es mantenerse fiel a uno mismo.
Él reflexionó un momento antes de responder.
—Tal vez debas compartir tu historia. —dijo, con una chispa en los ojos—. Así como lo hago con la madera.
—Quizás lo haga. Pero ahora mismo, estoy más interesada en tu historia.
—No sé si es interesante. —dijo, encogiéndose de hombros.
—No subestimes lo que tienes que ofrecer. Cada vida tiene matices únicos. —le respondí, sintiendo que me acercaba a él.
Finalmente, la conversación fluyó de manera natural. Risas y momentos de complicidad comenzaron a sucederse. Owen aceptaba mis gestos amables, y poco a poco, la pared que había construido a su alrededor se estaba desmoronando.
—Gracias por el café y los pasteles, Avery. —dijo, mientras terminábamos nuestra pequeña merienda—. No esperaba esto, pero ha sido agradable.
—Me alegra que te haya gustado. —respondí, sintiendo que había logrado un pequeño triunfo.
A medida que me levantaba para irme, su expresión se volvió más seria.
—Avery, la verdad es que no estoy acostumbrado a que alguien se preocupe por mí. —dijo, con una sinceridad que me conmovió—. Lo aprecio.
—Eso es lo que hacen los amigos. —le sonreí, y por un instante, pensé que había un destello de conexión genuina entre nosotros.