El cielo se tornó gris en un abrir y cerrar de ojos. Al mirar por la ventana, vi cómo las nubes se acumulaban, oscureciendo el día. La brisa, que antes había sido suave, se transformó en un viento gélido. No tardé en percibir que una tormenta se acercaba, y una mezcla de ansiedad y emoción se apoderó de mí.
Mientras preparaba una taza de té en la cocina, escuché un golpe en la puerta. No era otro que Owen, empapado y con una expresión preocupada.
—Avery, creo que va a desatarse una tormenta fuerte. —dijo, tratando de sonreír, aunque sus ojos reflejaban un ligero temor.
—¡Entra! —exclamé, abriendo la puerta y dejándolo pasar—. No puedo creer que no te hayas traído un paraguas.
—El clima cambió demasiado rápido. —se encogió de hombros, sacudiendo el agua de su cabello.
El sonido del viento aullando fuera de la casa se intensificó. Me sentía un poco ansiosa por la fuerza de la naturaleza, así que le ofrecí una manta.
—Aquí tienes. Te va a ayudar. —dije, mientras me acomodaba en el sofá.
Owen aceptó la manta, y nos sentamos uno frente al otro, el ambiente tenso, como si la tormenta estuviera haciendo eco en nuestro interior.
—¿Te gusta la tormenta? —pregunté, intentando romper el hielo.
—La verdad, no mucho. —admitió, cruzando los brazos—. Recuerda el verano pasado, cuando hubo una tormenta similar. Fue aterrador.
—¿Te asusta? —inquirí, curiosa.
Él suspiró, mirando hacia la ventana donde la lluvia comenzaba a golpear con fuerza.
—No es el ruido. Es la incapacidad de controlar lo que viene. —respondió, su tono reflexivo—. Nunca se sabe cuándo algo puede cambiar radicalmente.
Su comentario me hizo pensar en mis propios miedos. La vida en Hollywood había sido un constante vaivén, donde lo inesperado siempre acechaba. Decidí abrirme un poco.
—Entiendo. La fama puede ser igual de impredecible. —confesé, sintiendo un peso en mi pecho. —A veces me siento como si estuviera en una tormenta constante.
Owen me miró con atención, como si mis palabras resonaran con algo en él.
—¿Te sientes así aquí? —preguntó, suavizando su mirada.
—No. Aquí, en este pueblo, todo parece más… real. Más sencillo. —respondí, sintiendo una conexión más profunda.
El ruido del trueno sonó con fuerza, haciéndonos sobresaltar. Ambos reímos, aunque el sonido era más nervioso que divertido.
—Es increíble cómo la naturaleza puede poner todo en perspectiva. —dijo Owen, con un tono más ligero—. ¿Quieres que compartamos historias? Algo que nos haga olvidar la tormenta.
Asentí, entusiasmada por la idea. Era el momento perfecto para abrirnos, dejar que las palabras fluyeran en ese refugio seguro.
—Está bien, pero tú comienzas. —desafié, sintiéndome audaz.
—Está bien, pero no se rían. —dijo, sonriendo con picardía—. Cuando era niño, tenía un perro que pensaba que podía volar. Se llamaba Max. Siempre que había tormenta, él se escondía debajo de la cama.
Solté una risa involuntaria, imaginando a un perro temeroso.
—¿Y tú? —preguntó Owen, curioso.
—Yo era bastante diferente. —comencé, recordando—. Mis padres me llevaban a acampar, y yo siempre intentaba hacer fogatas. Pero una vez, encendí una hoguera tan grande que tuvimos que llamar a los bomberos.
—¡Eso es impresionante! —exclamó, riendo—. ¿Cómo no lo recordé?
Nos reímos juntos, compartiendo anécdotas de la infancia, cada historia revelando más de nuestras personalidades. Hablamos de miedos, sueños y frustraciones, y descubrimos cuánto había detrás de las apariencias.
—Siempre he querido ser un artista. —admití, mientras la lluvia seguía azotando la ventana—. Pero el camino ha sido complicado. La presión me ha hecho dudar.
Owen me miró con seriedad.
—La presión nunca se detiene. Pero no dejes que eso defina quién eres. —dijo, su voz firme—. Hazlo por ti.
Un silencio cómodo llenó el espacio, y sentí que su mirada se adentraba en mí. La tormenta afuera se volvió un mero susurro. Estábamos en nuestro pequeño mundo.
—A veces, me pregunto si alguna vez podré volver a ser feliz. —dije, sintiendo el peso de mi sinceridad—. Todo ha sido tan complicado.
—La felicidad no siempre es una meta. A veces es un momento. —respondió, su tono suave y comprensivo—. Hay que buscarla en los pequeños detalles.
Le agradecí con la mirada, reconociendo la verdad en sus palabras.
El ruido del viento continuó, pero ya no me asustaba. La conexión que había formado con Owen me hacía sentir más fuerte.
Cuando el reloj marcó la medianoche, la tormenta empezaba a amainar. Pero nosotros seguimos hablando, inmersos en nuestras historias, compartiendo risas y sueños. Cada palabra intercambiada nos acercaba más.
—Gracias por estar aquí, Owen. —le dije finalmente—. No solo por refugiarte de la tormenta, sino por abrirte.
—Gracias a ti por dejarme entrar. —respondió, y su mirada reflejaba una sinceridad que me conmovió.
Al final de la noche, no solo la tormenta había pasado, sino también una barrera entre nosotros. A medida que el silencio se instaló, comprendí que algo profundo había cambiado. La vida en el pueblo había comenzado a tener sentido, y su compañía se había vuelto un refugio que jamás había anticipado encontrar.