El Refugio del corazón

20

No estaba segura de cómo había llegado a ese punto. Un error detrás de otro había ido construyendo una situación completamente ajena a cualquier plan que hubiera hecho en mi vida. En mi cabeza, las palabras "cita" seguían sonando extrañas, como un concepto que no se adaptaba a la realidad. Pero ahí estábamos, Owen y yo, caminando por un sendero en el campo, rodeados por la tranquilidad del paisaje. Todo había comenzado con una simple invitación, y de alguna manera había terminado en esto.

—¿Te molesta si paramos un momento? —preguntó Owen, deteniéndose junto a un árbol que parecía estar esperando nuestra atención.

Yo fruncí el ceño, dudando. Estaba tan acostumbrada a estar en lugares llenos de gente, en escenarios brillantes donde todo tenía un propósito claro. Aquí, en el campo, todo parecía… espontáneo. Imposible de controlar.

—No… no me molesta —respondí, sintiendo cómo la incomodidad se disolvía un poco al escuchar su tono relajado. Algo en su actitud hacía que me sintiera menos fuera de lugar. Él parecía estar disfrutando del momento, mientras yo no podía dejar de pensar en cómo había terminado allí.

Estábamos rodeados de naturaleza, de praderas verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Había algo en el aire que me hacía sentir más ligera, como si la quietud de este lugar me ofreciera un respiro.

—Es curioso —dije mientras observaba el paisaje—. Nunca me había detenido a pensar en lo hermoso que es este tipo de tranquilidad. En la ciudad, todo es ruido, gente corriendo, tráfico, edificios. Pero aquí… aquí todo está en silencio. Es como si pudiera respirar realmente.

Owen asintió, mirándome de una manera en la que no estaba acostumbrada. No era el tipo de mirada calculadora que solían darme los demás; era más como una observación tranquila, sin prisa. Como si estuviera realmente viendo lo que había más allá de mi imagen pública.

—Lo bueno de estos lugares —dijo— es que no hay distracciones. No hay expectativas. Solo estás tú y el momento. Sin presiones.

Me giré hacia él, sorprendida por su forma de ver las cosas. Había algo en su voz, en su manera de hablar, que me hacía sentir que no estaba sola en mis pensamientos.

—Tienes razón —respondí—. Pero en mi vida, las expectativas siempre han sido tan grandes que a veces olvido cómo es no tener que cumplirlas.

Hubo un silencio breve entre los dos, uno que no se sintió incómodo, sino más bien cómodo. Era el tipo de silencio que, sin querer, nos llevaba a algo más profundo, a una conversación no planeada. Y sin saber por qué, me encontré comenzando a hablar más de lo que normalmente hubiera hecho.

—Es raro… estar en un lugar así, con alguien como tú. Es decir, normalmente, yo… nunca haría esto. Las citas, los paseos por el campo, son cosas que no suelo hacer. Mi vida está llena de otro tipo de encuentros. De personas que tienen expectativas sobre mí, sobre lo que soy. Pero tú… tú no esperas nada. No hay una agenda. Solo estamos caminando, hablando, sin prisas.

Owen me miró un momento antes de hablar, como si estuviera procesando cada palabra que había dicho.

—Creo que lo que más me gusta de este momento es precisamente eso —dijo, sonriendo ligeramente—. No hay guion, no hay reglas. Solo dos personas compartiendo una caminata sin saber muy bien a dónde va. Y me parece que, a veces, esos son los mejores momentos.

Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus palabras. Era raro sentir esa conexión sin tener que forzarla. Sin la necesidad de que todo estuviera planificado, como si de alguna manera las circunstancias mismas nos hubieran empujado a estar allí.

—No sé cómo llegamos hasta aquí —dije, riendo ligeramente—. Pero me está gustando.

Owen soltó una pequeña carcajada.

—No lo sé, pero supongo que así es como las mejores cosas suceden, ¿no? Sin que lo planees, sin que lo busques. Solo… ocurre.

El viento sopló suavemente, acariciando mi cara mientras caminábamos más adentro del campo. Mi mente no podía evitar pensar en lo extraño que todo parecía. Había comenzado el día sin ninguna expectativa, solo con el deseo de despejar mi mente. Y ahora me encontraba caminando con alguien que, en un corto tiempo, había logrado hacerme ver el mundo de una manera diferente.

—¿Te molesta estar aquí conmigo? —preguntó Owen de repente, mirando al frente mientras caminábamos.

Me detuve por un momento, sorprendida por la pregunta. ¿Cómo podía molestarme? Todo parecía tan natural ahora. Era como si, al estar juntos en este espacio tan libre de juicios, yo hubiera dejado de preocuparme por las cosas que normalmente me causaban ansiedad.

—No, en absoluto —respondí con sinceridad—. No me molesta en lo más mínimo. En realidad, me está gustando más de lo que pensaba.

Owen sonrió, una sonrisa genuina, sin reservas. Esa sonrisa que hacía que todo lo demás pareciera más simple, más accesible. No había más en sus ojos que la pureza de un momento compartido.

—Me alegra escuchar eso —dijo—. Porque yo también estoy disfrutando de esto. No sabía qué esperar, pero ahora… no quiero que termine.

La verdad era que yo tampoco quería que terminara. Este paseo, sin la presión de las cámaras o las expectativas, había comenzado como un error, un malentendido de lo más trivial, pero había evolucionado en algo mucho más real, mucho más conectado. Era como si nos hubiéramos encontrado en un espacio donde todo se había detenido por un momento.

—¿Sabes qué? —dije, mientras mi voz se volvía más suave—. A veces creo que los mejores momentos de nuestras vidas son los que no planeamos. Aquellos que llegan de la nada, sin que los estemos buscando. Este… este es uno de esos momentos.

Owen no dijo nada al principio. Simplemente se quedó mirándome, como si estuviera absorbiendo mis palabras, y entonces, lentamente, asentó.

—Tienes razón. A veces, lo que no buscamos, es lo que más necesitamos.

Un pequeño suspiro escapó de mi pecho, y me di cuenta de que, por fin, en ese rincón del mundo, sin esperarlo, estaba disfrutando de un momento tan simple, tan inesperado, que era imposible no sentir que algo había cambiado. Sin saberlo, Owen y yo estábamos compartiendo una experiencia que, aunque accidental, había dejado una huella en mí.




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