Alanis era el nombre del imperio donde vivía Juliette, este se distinguía del resto del mundo al ser el único que se dividía en castas, estas a su vez eran reinos pequeños.
La Casta del Norte era la más cercana al palacio del Emperador y por años había sido gobernada por la familia Castlemore.
La Casta del Este era cuna de la familia Lawrence, quienes por siglos habían portado la corona. Según rumores, los Lawrence eran arrogantes y pretenciosos, las castas vecinas por generaciones habían mantenido su distancia en un intento de no empaparse con sus males.
La Casta del Sur era gobernada por los Nansen, gracias al Emperador Yang pudieron asumir la responsabilidad de resguardar a dicha casta. Por último, se encontraba la familia Nekola gobernando la Casta del Oeste.
Otra de las particularidades de Alanis era la forma en que se elegía al Emperador. El hecho de ser hijo de la corona Imperial no era el factor que te daba el pase al trono.
Todos los príncipes de las castas tenían derecho a reclamar la corona, a base de sus logros escalaban a grandes pasos para ser el favorito, pero la decisión final recaía en el Emperador, la cual no era necesariamente imparcial.
En la antigua vida de Juliette, el Emperador escogió como sucesor a Oliver gracias a que lograron desprestigiar y borrar del mapa a la mayoría de los príncipes.
En esta oportunidad apostaría todo por los demás príncipes, no le importaba quién de ellos fuera, solo quería que alguien de la verdadera familia real fuese quien gobernara al Imperio.
Juliette miró el gran portón que le daba la bienvenida, recordando la primera vez que estuvo ahí. Aquella vez se había presentado sin modales y sin ropaje limpio. Incluso los sirvientes denotaron la gran falta de valores que tenía con tan solo verla caminar por el pasillo principal. Por suerte, ahora tenía oportunidad de callarlos sin la necesidad de dirigirles palabra alguna.
El portón se fue abriendo poco a poco hasta dejar al descubierto un hermoso jardín, la hierba verde y vibrante le dio la bienvenida en compañía del colorido arco iris que formaba la variedad de flores en el lugar. Un camino empedrado marcaba el rumbo que debía seguir para llegar hasta la puerta principal, esta era de madera de roble y tenía detalles de oro y plata en el contorno.
La puerta se abrió y una fila de sirvientes de todos los rangos le recibieron con una humilde reverencia.
Sin inmutarse comenzó a andar con gracia y delicadeza, con la cabeza alta y sin dejar de mantener la vista al frente. A sus espaldas los cuchicheos no se hicieron esperar.
—Dicen que viene del campo, pero se comporta como alguien digno de la realeza.
—Creí que tendría que limpiar después de que ella pasase por aquí...
—Shhh, no hables así de la joven ama.
Amelie miró de reojo a Juliette, temía que los malos comentarios le afectaran pero, para su sorpresa, la pequeña sonreía.
Suspiró con alivio y se detuvo frente a la puerta del estudio del señor Carlo Grimaldi.
—Su abuelo se encuentra detrás de esta puerta, entraré primero para presentarla y cuando se lo indique podrá pasar.
Amelie no esperó la respuesta de Juliette, entró y salió en un instante.
Los ojos de Juliette se iluminaron de una manera peculiar al ver a todos los presentes. Hasta el fondo, sentado frente a un escritorio, se encontraba su abuelo. A su derecha estaban dos mujeres, una de ellas era Ruth Bradford, poseía unos fieros ojos verdes que resaltaban gracias al opaco y recatado vestido gris que portaba.
La acompañaba Olivia Giacometti, era inevitable no dirigir la mirada hacia el pronunciado escote de su vestido púrpura y a su larga cabellera castaña. A comparación de Ruth, Olivia era menos conservadora y más liberal.
Juliette juraba que ambas habían salido del mismísimo infierno, Ruth soñaba con casarse con su padre y asumir todo el poder de los Grimaldi, mientras que Olivia creía que usando a su hijo podía escalar alto y para ello no le importaba pisotear a algunas cuantas hormigas en el camino.
Un poco más al frente había una mesa de té, ahí se encontraban dos mujeres que Juliette casi no conocía. Una de ellas era María Rossi, era bien sabido que su familia era la segundo al mando de su Casta hasta la aparición de los Grimaldi. Pero todo fue en picado para ellos cuando la familia desapareció misteriosamente.
Con 22 años y una nula dote era casi imposible que contrajera matrimonio pero, para su beneficio, quedó bajo la tutela Ava Thompson, la mujer a su derecha. Ella era una de las mujeres más influyentes de la Casta así que mientras María fuera su protegida le esperaba un futuro alentador.
Ambas doncellas no fueron relevantes para su vida, solo las había visto un par de veces. La primera era justamente en la misma escena y la segunda cuando encontraron un cadáver en los territorios de los Giacometti.
Tenía la corazonada que debía investigar más ese asunto para prevenirlo, contar con la bendición de Ava le ayudaría mucho.
Toda la atención fue directamente a ella, pero la única opinión que importaba era la de su abuelo, este mantenía un semblante duro. Juliette hizo una reverencia antes de entrar y caminó hasta quedar a mitad de la habitación.