Platos de fina cerámica se encontraban ya sobre la mesa, dos sirvientas de cuarto rango se apresuraban a colocar la cristalería y los cubiertos, habían atrasado un poco la hora de la cena por petición de su superior, pero la paciencia de Carlo Grimaldi ya se estaba poniendo a prueba.
—¿Dónde está mi nieta? —preguntó mientras observaba el cielo nocturno por la ventana más cercana a su asiento.
Amelie les indicó a las demás sirvientas que guardaran silencio y ella se apresuró a responder.
—La distancia entre la torre del Este y su comedor es algo... larga para una niña tan pequeña —se excusó torpemente.
—Si eso es cierto, entonces, ¿por qué no partió contigo cuando le hiciste la invitación?
—Ella...—Amelie por primera vez en años se veía intimidada por la frialdad de su amo, nunca había visto tan ansioso a Carlo.
Y mucho menos hubiera creído que Juliette se demoraría demasiado, cuando la pequeña le pidió que atrasara la cena un poco, no dudó en aceptar. De haber sabido que su demora sería extrema se hubiera negado rotundamente y la hubiera obligado a ir con ella.
—Solo un par de pasos más y llegamos. —La infantil voz de Juliette resonó al otro lado de la puerta.
Su abuelo se apresuró a regresar a su lugar mientras que Amelie ahuyentó a las sirvientas del comedor y se dispuso a abrir.
Tanto Amelie como Carlo se mostraron sorprendidos al ver que Juliette ingresaba al comedor en compañía de Alice, la mujer caminaba con torpeza y permanecía aferrada a las manos de la niña.
—¡Dios! ¡Esto sin duda es un milagro! —exclamó Carlo mientras corría para auxiliar a Alice.
—Abuelo, ¿no hay problema con que ella cene con nosotros? —preguntó con inocencia Juliette.
Su abuelo acarició su dorado cabello y le regaló una enorme sonrisa.
—Es una bendición para mi poder cenar con mi nieta y mi nuera, ¿cómo podría negarme?
Una vez que Alice tomó asiento, Juliette corrió a sentarse en el lugar que estaba entre ella y su abuelo.
—Agradezco sentirme bienvenida, querido suegro.
Carlo estaba a punto de hablar cuando los gritos de Misha mataron la calma y alegría del momento, alarmado le pidió a Amelie que fuera a ver que estaba ocurriendo ya que no era común que Misha perdiese la compostura sin motivo aparente.
—¡¿DÓNDE ESTÁ?! TIENEN QUE ENCONTRARLA AHORA.
Juliette cerró los puños y bajó la mirada, era obvio que su padre estaba furioso por no encontrar a su querida esposa en su habitación.
—Viene por mí —murmuró mientras sonreía con tristeza.
—Tranquila, yo te protegeré —aseguró Alice.
—No —respondió con determinación—. Le pido que permanezca en silencio, limítese a escuchar.
Alice no tuvo oportunidad de negarse, la puerta del comedor se abrió con violencia dejando al descubierto a una verdadera bestia.
—¡Misha! ¡¿Por qué tanto alboroto?! —exigió saber el abuelo.
Misha irradiaba furia hasta por los ojos, una vez que localizó a Juliette caminó hasta ella y de un puñetazo la derribó, dejándola con el rostro sangrando en el suelo.
—¡Maldita bastarda! —gritó mientras la sujetaba de la camisa y le propinaba un par de bofetadas en su delicado rostro.
Carlo le gritó a su hijo que dejara a su nieta en paz pero Misha no escuchaba razones.
Amelie ya no pudo contener las lágrimas al ver cómo su amada sobrina estaba empapada en su propia sangre.
Llegó el punto en el que el puño de Misha se tornó de un tono carmín y fue cuando botó a Juliette contra la pared.
Ver esa escena afectó tanto a su abuelo que comenzó a tener indicios de un infarto, de inmediato Amelie lo socorrió con sus medicinas.
Para sorpresa de todos los presentes, Juliette se puso de pie y le sonrió a su padre.
—¿Ya terminó, padre? —Internamente reía al ver el rostro de sorpresa de su despreciable progenitor.
En esa vida no era más que una infante pero contaba con la experiencia y dolor de toda una vida pasada, una paliza de su padre no se comparaba en nada con el dolor de perder a un ser querido.
Ante tal burla, Misha elevó su mano con la intención de darle otro golpe pero su acción fue interrumpida por su amada Alice.
—¡Basta! —gritó la mujer a la par que se ponía de pie mientras decenas de lágrimas eran derramadas por sus apagados ojos—. ¡Tratas así a sangre de tu sangre mientras tienes en un altar a la asesina de nuestro hijo!
—Estás delirando de nuevo, cariño. ¡Todo es culpa de ese adefesio! —acusó injustificadamente a Juliette.
—Sabía que me había casado con un monstruo, fui capaz de amarte y perdonar todos los crímenes que cometiste, pero sigo sin olvidar...—Misha intentó abrazarla pero ella se alejó de inmediato—. ¡Sigo sin olvidar como te aprovechaste de Josephine! ¡Más que una empleada, era mi amiga! Y aun así... te atreviste... ¡Te atreviste a abusar de ella!