Juliette estaba enfadada, de nueva cuenta Dominic había desaparecido de su radar, podría seguir el rastro de huellas sobre la nieve, pero eso le parecía molesto, no quería parecer una mascota detrás de su amo. Ella sólo buscaba respuestas y si el azabache no se las quería dar, las buscaría en otro lado.
Regresó sobre sus pisadas, esta vez observando con detenimiento el entorno que le rodeaba, llegó a la conclusión que aquel sector del Jardín Imperial era como una cristalería, con flores congeladas, escarcha en los secos arbustos y un frío viento envolviéndola.
Los recuerdos regresaron a ella, se vio como una adulta jugando con sus pequeños en la nieve, Myra intentando hacer un muñeco de nieve mientras que Nicholas hacía angelitos. Todo lo relacionado con los niños que perdió era un tesoro único, la verdadera felicidad que la vida le había dado.
Quería sumergirse más a fondo en la laguna de los buenos recuerdos, pero varios gritos de mujeres la alarmaron. Corrió de regreso al kiosko solo para encontrarse con una alarmante escena.
Había por lo menos una decena de gitanos saqueando la reunión de Olivia, por instinto corrió a buscar a Alice, pero no la encontró con las invitadas.
—Les pedimos de forma amable que apartaran sus carruajes del camino para abrirle paso a nuestra caravana, ya que no aceptaron tendrán que pagar el precio —argumentó uno de los gitanos, este sostenía a Alice y la amenazaba con una daga, ella permanecía tranquila aunque era inevitable notar lo agitada que se encontraba su respiración.
—¡Esperen a que regresen nuestros hijos! —exclamó Olivia mostrándose reacia a entregar sus pertenencias—. ¡Son jóvenes hábiles en el manejo de la espada!
Los gitanos rieron y continuaron tomando todo lo que podían, Juliette lentamente se fue acercando hasta donde tenían a Alice.
—Déjela ir —pidió con voz neutra.
El hombre estaba a punto de responderle cuando otro de los gitanos avisó que se acercaba la Guardia Real, todos comenzaron a subir en sus respectivas carretillas dándoles la orden a sus caballos de correr. El hombre abrió la puerta de su carruaje y arrojó a Alice dentro, Juliette replicó de nueva cuenta que la dejase ir, pero solo recibió como respuesta un golpe, después el gitano la cargó y también la echó dentro.
—¡Si los guardias se atreven a seguirnos no aseguro la seguridad de la mujer ni la de la nila! —advirtió antes de echar a andar su caballo.
El carruaje estaba completamente a oscuras, Juliette apenas pudo vislumbrar algunos barriles de agua y varias cajas de madera con legumbres, el único sonido que escuchaba era el galopar de los caballos y la agitada respiración de Alice.
—Estoy aquí —murmuró mientras se arrastraba para llegar a ella.
—Juliette.
Alice por instinto la abrazó y comenzó a acariciar su cabello, esa era la primera vez que alguien le tranquilizaba en medio de una situación difícil. Pasó por lo menos una hora y al no detenerse el carruaje, Juliette decidió hablar.
—Hace rato Dominic mencionó otra guerra donde nuestro Imperio estuvo envuelto, creí que era el conflicto entre Tarab y Alanis pero...
—Saudade y Orenda. —Alice se apartó un poco de ella y sonrió—. Por alguna extraña razón siento que ese chico y tú tienen tanto en común.
Juliette frunció el ceño.
—Saudade es la nación de donde yo vengo, es la tierra natal de tu madre, también de Amelie y de la difunta reina Violet Castlemore —musitó con melancolía—. No estoy lista para hablar de ello... Perdóname.
El carruaje se detuvo, se escucharon varias voces de hombres poniéndose de acuerdo para bajar la carga mientras algunas otras voces femeninas y de infantes les daban la bienvenida.
—¡Sara! ¡Enzo! Encárguense de nuestras invitadas.
—¡Si, papá! —respondió una chica.
—Creo que hablan de nosotros —susurró Juliette.
La puerta del carruaje se abrió dejando entrar una ráfaga de frío Invernal y de luz solar, una femenina silueta se abrió paso y dejó ante ellos un par de mantas.
—Hola —saludó la desconocida, dejando a la vista una deslumbrante sonrisa.
Juliette la reconoció al instante, su delator fue el par de ojos lila que adornaban su rostro.
—Sara, yo me encargaré de ellos —interrumpió alguien.
Esa persona era sin duda el joven gitano que había participado en la caza del zorro.
—Pero, Enzo, papá también me lo pidió —reclamó la joven.
—Ellos son parte de la familia Grimaldi, no quiero que te involucres con esa caótica familia.
Sara hizo caso omiso de la advertencia de su hermano, con cuidado les puso las mantas a Juliette y a Alice en forma de capas y las ayudó a bajar.
—Tu mano —advirtió Sara con tono preocupado cuando Juliette bajó del carruaje.
Su mano tenía varias raspaduras y una herida profunda en la palma, Juliette no lo había notado antes. Sara dejó a Alice bajo el cuidado de su hermano mientras ella se llevaba a Juliette con su abuela, según ella, era una de las pocas brujas que quedaban en toda la faz de la Tierra y que contaba con múltiples ungüentos y pócimas que ayudaban a mejorar la salud.