Corría un año, pero no importa cual, cuando un hombre o puede que un joven al que la edad no se le podía adivinar comenzó a vagar por el mundo, comenzaba con una búsqueda que le brindara respuestas. Ese joven no era más que un chico, uno de los tantos millones que habitaba por el mundo, mundo que con el mover de las manecillas de un reloj en buen estado avanzaba, nacían otros tantos cientos de miles de jóvenes, jóvenes varones.
Vistiendo una capucha y con el bolsillo lleno de dinero encaminó una travesía que declaraba durar mucho tiempo, tiempo que se podría catalogar en años, e incluso algunas décadas, pero sin importarle dejó todo, ese todo que él mismo lo consideraba como nada para buscar algo de lo que no estaba seguro. Debió salir con dudas y con la certeza de que debía encontrar algo que para fortuna del mismo destino él lo había comenzado a anhelar.
Un rostro era lo que él anhelaba.
Era fácil preguntarse cómo es que su búsqueda consistía en tener que conseguir un rostro, aún más cuando él joven tenía uno que le adornaba y que no desagraciaba estéticamente. Era más que complicado explicar porque aquel joven con rostro hermoso se alejaba de sus hogar para emprender la búsqueda de encontrar un rostro.
Su familia no quiso detenerlo, sabían porque lo hacía, pero comprendían que era más que necesario hacer que su hijo empezara su búsqueda como cada uno de los antecesores a él. Le bendijeron, le proporcionaron dinero en efectivo así como una tarjeta bancaría que le ayudaría en los momentos en que debería permanecer más tiempo en algún lugar del mundo.
El chico tomó la única mochila que podría llevar con al menos una muda de ropa, sus papeles por si tenía que viajar y el dinero que le ayudaría en esta nueva cruzada o puede que la llamemos aventura.
Su padre le entregó la capucha que le había pertenecido a él, su padre, su abuelo, y los padres de quienes fueran aquellos que estuvieran antes que él, capucha que traía consigo la esperanza de no ser el siguiente en emprender esa búsqueda. Comenzó con su caminata y dejo atrás la vida que una vez conoció, el rostro que se le había otorgado al nacer para tenerlo como préstamo mientras su hora llegaba para ir en búsqueda de lo que era su destino.
Sabía que el destino era relativo, que nada estaba dicho aunque se le dijera que era de esa manera, pero entonces como es que con él tenía que ser diferente. Era simple, la vida tenía excepciones y esas excepciones siempre tenían que dar con las personas menos esperadas.
Entonces se preguntarán de nuevo como es un muchacho se embarcaba en una misión por conseguir cumplir un destino, ¿Cómo es que el destino escrito en él tenía validez?, ¿Por qué buscaba un rostro?
¿Por qué le comenzaría a llamar el rostro de la Nada?
Esas fueron unas cuantas preguntas de las miles que a lo largo de su vida Milo se hizo e hizo a sus padres cuando se le hizo saber de su destino, pero entonces sabía que sí era completamente cierto lo que se le había dicho y que con el pasar de los años su rostro cambiaría de forma irremediable, debería marcharse para no sentirse en la nada vacía, en la nada absoluta.
Para Milo y la familia Firtz era común utilizar un lema, lema que marcaba un legado, una historia que no hacía más que evolucionar y causar cuantos problemas se le permitiese si no la controlaban. La llamaban Nada, justo como el lema que les daba reconocimiento ante la sociedad.
«Nada es el todo que adorna una Nada, como Todo es la nada que adorna y complementa un Todo.»
Era complicado, pero era cierto. En un mundo donde el todo representa una nada, y la nada representa el todo era fácil confundirlo de la manera opuesta a lo que el lema decía, sin embargo, existían personas como los Firtz que con el pasar de los años, década e incluso las generación sus vecinos y allegados miraban un primogénito de edad joven emprendía la travesía del descubrimiento espiritual y de la verdad absoluta. Descubrimiento que consistía en perder para ganar, en adolecer para el bienestar y la evolución para la adaptación humana.
Milo caminó por horas con la esperanza de que no pasara mucho para ver de nuevo a quienes a su vida le habían dado un poco de sentido, aunque sabía muy en el fondo que eso no podría ser o al menos no pronto como lo esperaba y lo.
Habían pasado unas cuantas horas cuando pasó frente a un escaparate, de esos que se conforman de un gran vidrio que le permitían a las mujeres bellas, desagraciadas y dotadas mirar lo que la tienda tenía para ofrecerle; miró por curiosidad su aspecto, su rostro, mirada y complexión. Pasó al menos un minuto cuando noto como en su rostro comenzaba a aparecer una mancha color negra que empezó a esparcirse por su mejilla hasta su quijada. Él joven asustado y con su pulso cardiaco en aumento decidió tomar la capucha que su padre le había otorgado y con esa cubrir su cabeza para oculta el anatema familiar que comenzaba a apoderar de su alma, cuerpo y mucho más importante, su rostro.
En su mente comenzó a pensar en el suplicio que en las próximas horas, días e incluso puede que hasta décadas pudiera pasar en busca de un equilibrio de un Nada siendo todo. Se alejo de manera apresurada de aquel escaparate para seguir con su caminata, seguir en la búsqueda.
La noche comenzaba a asomarse y pisar los suelos de aquella ciudad en la que Milo comenzaba a vagar como uno de los tantos seres sin fortuna o esperanza que habían decidido seguir por un camino disfrazado de facilidad, pero lleno de dificultad. El todo teniendo un nada, pero sin duda siendo un nada vacío y lejano del todo.