Milo preocupado porque pasaban los días y no encontraba las respuestas que aquel día sus ancestros le habían dicho seguía caminando como alma en pena por aquellas calles infinitas que se habitaban en su ciudad natal. Ya con la esperanza flaqueando y con al menos varios meses afuera de su hogar por su mente pensó en desertar y volver a lo que conocía como hogar.
Sin embargo, ya no podía, él no podía regresar y aunque quisiera por alguna razón no recordaba cómo hacerlo, como reconocerlos. Siguió caminando por Central Park hasta el momento en que se encontraba con una fuente a su lado y miró su reflejo en este; no le costó mucho tiempo decidirse mirar en lo que se había convertido luego de unas semanas, luego de lo que había sucedido en aquella calle al inicio de su búsqueda, pues su rostro ya no estaba solo era una mancha negra.
Desconcertado pero no sorprendido supo en ese preciso momento en que se miró una vez más que el Milo Firtz que había conocido ya no no estaba y que hasta ese día lo que conocía y la vida que tenía antes de comenzar a vagar en busca de ese rostro se había marchado.
Mirando de manera disimulada y esperando que no hubiese ningún alma vagando por esos caminos en ese preciso momento decidió acuclillarse y acercarse lo más que pudiera al agua para así bajar por al menos una última vez la capucha que desde ese instante se convertiría en su protección contra todo aquel que quisiera curiosear tratando de verificar que él fuera El rostro de la Nada. Aunque en realidad fuese él.
Negando con su cabeza ante el pensamiento lleno de obviedad sobre como él era El rostro de la nada, pero que no lo aceptaba al menos aún mojó sus manos y las frotó contra el rostro que no se encontraba ahí.
Era curioso e incluso confuso, ya que después de todo él ya no tenía rostro y lavaba o al menos intentaba lavar uno.
─ «Anybody can make history. Only a great man can write it.» ─se dijo a si mismo recordando como la voz gruesa y profunda de su abuelo la recitaba siempre que él parecía querer rendirse ─Yo no soy cualquiera.
Secó sus manos en la tela de su pantalón y con eso volvió a ubicar su capucha. Levantándose emprendió nuevamente su caminata notando que era momento de marcharse a descansar nuevamente.
Había conseguido un lugar, uno que aunque era rústico le serviría para pasar las noches y resguardarse de todo aquel peligro que aún no lo tocará afrontar.
En su viaje a lo que ahora llamaba hogar se preguntaba cuando comenzaría la verdadera búsqueda, ya que hasta el momento solo había estado vagando por cada uno de los rincones que pudiera haber en Nueva York y aunque evitaba merodear las zonas donde el peligro abundaba sabía que de mucho no se perdería, pero sobre todo dudaba que pudiera encontrar un indicio que le dijera por donde debería buscar.
Una vez resguardado en la privacidad de su pequeño lugar tomó uno de los cuadernos que se había encargado de comprar y comenzó su escritura habitual en donde narraba todo lo que había ocurrido.
"Ya no hay un rostro al que pueda mirar cuando me miro en el espejo, incluso me parece atemorizante ver un mancha negra esparcida por lo que debería ser mi rostro, por donde deberían estar ubicadas cada una de mis facciones.
Cada día crece más el sentimiento de parar y evitar la búsqueda, pero entonces las palabras de mi abuelo me llegan a la mente y me recuerdan que yo no soy cualquiera..."
Los días transcurrían como debían transcurrir y Milo con estos se aventuraba a seguir explorando lugares cada vez más alejados de su lugar en la espera de ese rostro al que sin permiso y consentimiento de él se le había mandado encontrar y adueñarse de él.
Exactamente habían pasado quince días después de su plática interna sobre como aunque quisiera marcharse ya no podría lograrlo.
Quince días fueron suficientes para que el rostro que tanto buscaba dejara de torturarlo y de ver como el joven que un día lo conoció como Milo le buscaba por los lugares equivocados. Cualquier persona creería que el rostro no existía y que solo se le había llamado de esa forma por aquel momento en que decidió comunicar de manera precipitada a aquellos que un día lo habían buscado.
─Deberías dejar de ser tan juguetón ─se escuchó la voz de un hombre a lo lejos ─, ya han pasado meses desde los primeros indicios en que Milo comprendió que era el momento.
─ ¿Entonces qué caso tiene ser yo si no me puedo dar a desear? ─preguntó el rostro, un ente desconocido y sin forma para aquellos que yo jamás le habían visto ─, además veo que tiene poca voluntad, ya quiere desertar.
─Porque no sabe lo que busca ─dice otra voz igual o más grave que la anterior a él ─. Sabes que debes tener contacto con él.
─Lo sé, pero yo soy la nada ─dijo con arrogancia ─. Yo decido cuando salir a la luz.
─Esta vez no, Nada ─ le reprendió como si de un niño pequeño se tratase ─. Te informo que en esta ocasión tu tiempo será limitado y te recomiendo que vayas pensando la forma en darle los indicios para que te encuentre.
─ ¿Por qué?
Parecía muy molesto el ser al que llamaban Nada, el rostro que era indefinido de alguna u otra forma se frunció causando de una forma extraña asombro. Nada se giró de manera brusca y le miro esperando una respuesta.
─Te he preguntado algo ─dijo alzando la voz ─, te recuerdo que...