El rostro de la Nada

Jeremías y los viajes

Las reuniones entre Jeremías y el rostro de la Nada continuaron los días posteriores a la llegada de él a Ontario, sabían que tenían poco tiempo, pero no sabían cuánto es lo que les quedaba.

Milo después de ser dejado en un hotel de apariencia rustica pero acogedora, en la intimidad de la habitación en la que pasaría más de una noche comenzó a escribir todo lo que había retenido de los relatos de Jeremías. Apuntó cada una de las características que el hombre de le había dado, incluso se aventuró a dibujar cada las características de aquellos que recordaba y de los otros que no pudo memorizar en su totalidad dibujó su capucha o capa que ayudaba a cubrir la nulidad de su rostro.

Pasó las siguientes horas dibujando cada detalle que las palabras narradas por Jeremías le habían otorgado, por esas horas se perdió entre susurros de una voz gruesa, tinta de un bolígrafo negro, páginas amarillentas de un cuaderno que de tratarse de la vida de una persona común sería lo más parecido a un diario de viaje. Milo escribió y tachó cuantas veces le permitieron sus equivocaciones al plasmar palabras e ideas sobre lo que podría tratarse.

Con bocetos de hombres de piel oscura y de rostro nulo se vio envuelto entre los rayos del sol al amanecer y los leves golpes a la puerta de la que en ese preciso momento era su habitación.

Saliendo del trance se vio en la necesidad de dejar descansar el bolígrafo y respirar a su diario, estiró su cuerpo y con los brazos alzándose lo más alto posible hizo sonar cada hueso de su columna vertebral mientras caminaba hacia la puerta y veía de quien se trataba.

Cubrió el poco rostro que le quedaba con su ya habitual capucha y abrió la puerta encontrándose con Jeremías afuera de su habitación, se hizo a un lado dejándolo pasar y cerrando rápidamente la puerta para poder quitarse la capucha de la cabeza y hacer que por primera vez alguien que no fueran médicos faltos de ética y moral profesional; y los que decían ser sus familiares viera la negrura que casi la totalidad de lo que un día fue un rostro de un joven que amaba la vida que poseía.

Un joven que para ese momento ya no recordaba las pequeñas grandes hazañas que había hecho.

Caminó al baño sin prestar y dar la mínima importancia hacia la expresión de asombro debía tener en ese momento Jeremías. Esperó a que sus manos se enfriaran un poco y sea asió cambiándose de ropa y poniéndose una nueva capucha ordenándose lavar después la ropa sucia.

Salió luego de unos minutos y encontró a Jeremías mirando el cuaderno que había dejado sobre la pequeña mesa que tenía el cuarto.

─Has dibujado exactamente a cada uno los hombres que te mencioné ayer a la perfección ─parecía atónito y lleno de sorpresa de ver por primera vez de nuevo a aquellos que una vez llegaron a su vida para marcarla de una manera irreversible.

─Sí, resulta que soy bueno con la memoria ─dijo acercándose a la mesa ─y dibujando.

─Son increíbles y chocantes al mismo tiempo.

─Gracias, supongo.

La mañana entre Jeremías y Milo transcurrió entre una amena conversación en donde compartieron un desayuno sencillo que mantendría satisfecho el apetito de Milo por al menos varias horas hasta que tuviera que salir a conseguir comida para el resto de su estancia.

Entre la charla que ambos mantuvieron llegaron a un punto en que Jeremías comenzó de nuevo con la narración detallada de cada uno de los hombres que habían hecho falta por describir minuciosamente.

─¿Todos eran hombres, no hubo alguna mujer? ─preguntó de pronto cuando notó que la constante aparición de hombres en esta cruzada era más que evidente. Jeremías le contestó con un «No» tras escuchar esa pregunta y recordando cada uno de los hombres que él había visto desde hace ya varios años. ─Bien, sigamos con los relatos.

Pasaron horas, incluso luego de que la noche cayera estas horas se convirtieron en días para luego pasar a semanas discutiendo sobre todo lo que el hombre le dijera Milo. Fue complicado ceder ante las complicadas preguntas que cada vez hacia más difíciles de responder el joven.

─Bien, creo que es momento de que busquemos los rastros de lo que me has dicho ─habló repentinamente tras comer el último bocado de manzana ─. Es momento de que me mueva.

─Espera... ¿Qué?

─Lo que has escuchado ─dijo ─, ya he estado demasiado tiempo en este lugar.

─¿Y qué piensas hacer? ─le preguntó.

─Moverme y buscar respuestas.

─No puedes solo marcharte ─ le dijo.

─Realmente no sé qué es lo que pretenda que haga ─contestó Milo ─. No puedo solo quedarme aquí.

─Pero Milo...

─Jeremías, tengo que buscar un rostro ─ lo interrumpió ─. Esa es mi misión, no puedo solo condenarme a vivir así, sin poder quitarme la capucha o con el temor de no saber qué es lo siguiente que sucederá.

─Bien.

Milo caminó dentro de la pequeña habitación en la que había estado viviendo esas semanas y comenzó a guardar cada una de las pertenencias que traía con él desde el día uno.

Fue entonces que mientras él se movilizaba en el lugar, escuchó las palabras que muy en el fondo de él había temido escuchar alguna vez.




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