Viajar a Egipto pareció en su momento buena idea, pensó que podría encontrar algunos indicios y aunque no viajaba solo seguía teniendo esa sensación de soledad que desde su perspectiva se sentía eterna e inagotable.
Una vez el avión tocó tierra y ellos se encontraban fuera del área internacional no pensaron demasiado para ponerse en marcha, tal vez pudieron tomar otro avión o viajar a una central de autobuses para ser llevados hasta donde de Milo sentía más fuerte el llamado de lo que lo guiaba. Pero simplemente estaban ahí como dos extraños con ropa extraña que no encajaban para nada.
Jeremías había empacado ligero y llevaba puesto ropa ligera y que le cubriera del sol, pero Milo llevaba la misma ropa que había estado usando en Canadá. Ropa que no era para nada ligera desde la perspectiva del hombre.
Claro que el clima era diferente e incluso sofocante para el joven, por lo que pronto debería dejar de resistirse a cambiar un poco su atendo.
Aunque solo había un pequeño problema que le impedía hacerlo.
Temía lo que podría pasar si descubría su rostro inexistente para las personas que lo observaban o llegaran a observar. Él chico sabía que había llegado demasiado lejos, más que lo que muchos antes de él lo lograron, así que no sabía que hacer o cómo actuar ahora que se encontraba ahí, con un indicio más para llegar a su búsqueda.
Entonces descubrir su rostro de nuevo aunque sea por equivocación le hacía temer causar otro escándalo como en la gran ciudad y que al mismo tiempo terminara dañando a otros, pero lo que más temía Milo es que fuera apresado por las autoridades o los mismos ciudadanos.
Sería tratado como un fenómeno y tendría tras de sí captores con sumas enormes para que en el futuro lo pudieran exhibir como la rareza jamás vista después de todo no tenía papeles que confirmaran su identidad o que al menos él mismo lograra confirmar su identidad con ayuda de éstos, ya que el solo hecho de llamarse a sí mismo Milo era una razón que mantenía con él para no despegarse de su humanidad o de los recuerdos ahora casi inexistentes que permanecían aferrados a su memoria. Pero lo cierto era que no había recuerdo alguno en su mente que le dijera por qué se seguía llamando así mismo por ese nombre, una contradicción más de lo que ahora era su mente.
Se mantuvieron caminando por un buen rato escuchando mormullos a sus alrededores, conversaciones en un idioma que no dominaba y sobre todo miradas puestas sobre ellos.
Jeremías seguía al joven sin despegarse de él, después de todo no tenía a donde ir y temía que en cualquier momento este pudiera marcharse sin dejar rastro y dejarlo ahí varado en un país el cual no conocía en absoluto.
Sabía también que no tenían dinero para moverse, pero comenzaba a cansarse de solo andar en medio de un día soleado y caluroso entre las calles. Quería admirar el lugar y tomar cuantas fotos pudiera y así guardar más recuerdos que los de su memoria, pero ya saben, el miedo a ser abandonado era más por lo que se contuvo de dejar libre sus deseos de turista.
La caminata continuó por un largo rato hasta que Jeremías no pudo más y tuvo que detener su andar, gritándole a Milo que se detuviera por un momento.
─Necesitamos un descanso ─pidió jadeante y con perlas de sudor en su frente ─, al menos yo lo necesito. Ya no puedo seguir si no bebo agua al menos.
Milo quería seguir caminando hasta llegar a su destino, pero tener a Jeremías cerca le representaba grandes impedimentos. De alguna manera u otra sabía que debía dejarlo atrás porque tenía la sensación de que en algún momento lo pondría en un inminente peligro.
Esta travesía no era como en las películas de acción o aventura, en donde el más débil siempre buscaba la forma de sobrevivir, de hecho, esta situación, su vida, su mandato, su búsqueda o lo que sea que representaba para el joven sin rostro representaba la cruda realidad de un anatema familiar que mandaba a un joven desde hace tantos años en busca de un rostro y una solución a una causa que ni siquiera el conocía, pero lo instaba a seguir para descubrir que era lo que había detrás porque de cierta manera los instintos que poseía Milo, nuestro joven sin rostro le decían que ésta búsqueda que ahora el encabezaba podría ser el final
─Buscaremos un lugar en donde quedarnos ─respondió mirándolo sentado.
─¿Estás seguro que tenemos suficiente dinero? ─preguntó y no recibió respuesta más allá de un asentimiento donde su capucha se movía de manera ascendente.
Jeremías no quiso insistir más y aceptó la respuesta que le había dado.
Permanecieron en ese lugar por unos minutos más hasta que Jeremías le aseguró al joven que podía seguir sin preocuparse por si desfalleciese a causa de un golpe de calor. Milo le creyó y esperó a que este se pusiera de pie para seguir caminando.
─Pareceré insistente, ¿Pero a dónde vamos? ─preguntó cuando ya habían pasado unas calles, Milo ni siquiera le respondió solo siguió caminando.
Jeremías por el contrario dejó de insistir y lo siguió en silencio mientras miraba a su alrededor a las personas con las que se topaban ocasionalmente. En el fondo seguía queriendo observar cada detalle, pero no quiso sentirse mal por no poder hacerlo.