“─Prometo darte respuestas ─dijo ─, tan pronto como yo
comprenda algo. Descansa Milo”
-Ezeq.
Las ocasiones en las que Milo no comprendía nada de lo que sucedía alrededor suyo comenzaron a ser tan constantes como los vestigios de lo que había sido su vida alguna vez. Representaban esos episodios subidas y bajadas que hacían de su búsqueda un enfrentamiento más para encontrar el tan esperado rostro de la Nada.
Momentos que representaban confusión total sobre el que hacer, recuerdos vagos y memorias que se escurrían por sus manos al abrir los ojos o al cerrarlos y atravesar ese extraño umbral donde permanecían almas que al verlo bajar cada uno de aquellos misteriosos niveles lo miraran con desconcierto y asombro. Parecía entonces que más allá de la amnesia obligatoria tras el comienzo de su búsqueda, era también el inicio para desarrollar lagunas mentales aún más grandes que el hecho de olvidar los detallas de su vida previo al comienzo del anatema.
Eso sin duda era más que alarmante pues la mente que mantenía consigo, esa que pocas veces lograba retener algo en los últimos días comenzaba a ser un obstáculo más de su búsqueda que lo hacían preguntarse una y otra vez si lo que había preguntado a Ezeq -Uno de los pocos nombres que retenía en su confusa mente- ya lo había hecho con anterioridad.
Era tanta la confusión que mantenía consigo que había ocasiones en las Milo no comprendía nada de lo que sucedía alrededor suyo. Nada lo que veía, escuchaba o sentía parecía comprenderlo. Era confusión absoluta para la mente que mantenía consigo, así que de vez en cuando algún pensamiento se le escapaba, pero en vez de tocar la superficie del mundo consiente estos se trasladaban a un plano en el que solo pocos tenían acceso.
Era como si cada travieso e importante pensamiento decidiera escabullirse por aquellas capas de realidad que mantenía el universo.
Uno que en medio de confusiones comenzaría a explorar y que mejor que estar en tierra santa y maldita.