El Rostro Prestado

Capítulo 2: Jaula de Cristal

El auto avanzaba suavemente por las calles iluminadas de la ciudad. Alba miraba por la ventana, con la cabeza apoyada contra el cristal frío, dejando que las luces de neón y los edificios pasaran como un borrón. El alcohol aún hacía estragos en su sistema, otorgándole una sensación de calma que contradecía la noche caótica que acababa de vivir.

—Y si vamos a un bar, yo los invito —dijo Alba al guardia y al chofer.

—Tu padre te está esperando en casa, señorita —dijo el guardia Juan con un tono respetuoso.

Alba desvió la mirada hacia él, frunciendo el ceño.

—Puedo decidir sola que quiero hacer—respondió—. No necesito niñeros, ¿sabés?

El guardia no contestó, permaneciendo impasible mientras volvía su atención al frente. Alba chasqueó la lengua con frustración y se giró hacia la ventana, buscando consuelo en el paisaje nocturno. El silencio en el auto era casi ensordecedor, interrumpido solo por el suave rugido del motor.

Cuando el auto finalmente se detuvo frente a la mansión familiar, Alba suspiró. Sabía lo que venía. La puerta principal estaba iluminada, y una figura imponente se recortaba contra la luz del interior: Héctor, su “reverendo” padre.

Juan abrió la puerta trasera y la ayudó a bajar, aunque Alba lo apartó de un empujón, tambaleándose ligeramente. Otros dos guardias se unieron, flanqueándola mientras la escoltaban hacia la entrada. Héctor la observaba con una mezcla de furia y decepción. Los ojos del hombre brillaban en la luz del vestíbulo.

—Adentro —ordenó con voz seca.

Los guardias la guiaron hasta el amplio comedor, donde Héctor se sentó al extremo de una mesa de madera pulida, con un vaso de whisky a medio terminar frente a él. A la chica la dejaron en un sillón, como si fuera una delincuente entregada a la justicia.

—¿Te parece bien cómo llegas a la casa? —empezó Héctor, con un tono afilado como un cuchillo.

Alba cruzó los brazos, resistiéndose a su mirada intimidante.

—¿De verdad vamos a hacer esto otra vez? —replicó, rodando los ojos—. Me parece que te encanta hacerte el drama.

—¡Cállate! —espetó Héctor, golpeando la mesa con el puño. El sonido resonó por la habitación como un trueno—. Estoy harto de tu actitud, Alba. No sé por qué te cuesta entender que todo lo que hago es para protegerte... y para proteger a ésta familia.

Alba bufó, sin molestarse en ocultar su desprecio.

—Ah, claro, porque “proteger” significa controlar mi vida.

Héctor se inclinó hacia adelante, apuntándola con un dedo acusador.

—No entiendes nada. Tengo planes para vos, planes que van más allá de tus caprichos. Ya es hora de que madures.

—¿Planes? —repitió Alba con incredulidad—. ¿Qué clase de planes?

Héctor se inclinó un poco más.

—Te voy a casar con el hijo de uno de los empresarios.

El rostro de Alba se congeló por un instante, y luego estalló en una carcajada amarga.

—¿Perdón? ¿Casarme? ¿Con quién?

—Ya tengo tres candidatos en mente —dijo Héctor, ignorando su sarcasmo—. Solo debo decidir quién es el mejor para los intereses de la familia.

Alba se levantó del sillón, enfrentándolo con furia.

—¡Tu no me puedes obligar a hacer algo así!

—Puedo y lo haré —sentenció Héctor, levantándose también—. Si no te gusta, puedes irte adonde quieres. Pero te aviso: sin mi apoyo, no tendrás nada. Sin dinero, sin contactos... no durarías ni una semana.

—¿Eso crees? —Alba lo miró directamente a los ojos, con una determinación que Héctor no esperaba—. Preferiría vivir en la calle antes que ser una prisionera en tu mundo. La libertad vale más que cualquier cosa que me puedas ofrecer.

Alba sabía perfectamente que el padre no la va a dejar irse de la casa. No por el amor a ella como hija, sino por el valor que ella representaba para él. En este caso – para casarla por negocios.

Héctor apretó los labios.

—Entonces, te vas a quedar encerrada aquí hasta que recapacites. No más salidas, no más boliches, no más amistades que no sirvan a mis planes. A partir de mañana, te enfocarás en estudiar una carrera que te sea útil para mis futuros negocios.

—¡Eso no va a pasar! —gritó Alba, dando un paso hacia él.

Héctor alzó una mano, silenciándola de inmediato.

—He tomado mi decisión. A partir de ahora, no tendrás acceso a tu celular, tu computadora ni Tablet. Los guardias te vigilarán las 24 horas.

Alba lo miró con furia, pero no dijo nada más. Sabía que sus palabras serían inútiles contra alguien como él.

Héctor hizo un gesto hacia los guardias.

—Llévenla a su habitación.

Alba fue escoltada fuera del comedor. La mente de la chica empezó a trabajar a mil. Si Héctor pensaba que podía doblegarla, estaba equivocado. Ella encontraría la manera de salir de esta jaula, cueste lo que cueste.

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El libro se actualiza todos los dias de lunes a viernes.

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