-¡Dime qué pedazo de imbécil lleva a una viajera apenas registrada a su tumba! ¿Qué tenías en la cabeza cuando se te ocurrió semejante idea? ¿Qué diablos hacían en ese maldito cementerio?
-No fue mi culpa, ella comenzó a correr como una desquiciada y no podía dejarla sola. Luego apareció él... y el único lugar cercano donde podíamos ocultarnos era el cementerio, ¿cómo iba yo a saber que allí estaba enterrada Ana?
-¡Todavía eso! Te he dejado en claro que no podías permitirte llamar la atención de él. Pero ya veo que no sirves para nada. Ahora nos hará la vida imposible a ambos.
-Tranquila, cálmate, ¿querías perderla a ella también o qué? Nos ocuparemos de eso.
-¿Nos ocuparemos?- rió irónica. - Te ocuparás.
Eso fue lo que escuché de una conversación lejana y difusa, mientras comenzaba a despertar. Aún no había abierto los ojos, solamente empecé a tomar consciencia y control poco a poco de mi propio cuerpo, de mis sentidos. Moví los dedos de las manos y al tacto pude sentir una textura suave y lisa. Mi olfato me decía que me encontraba en un hospital, lo cual pude comprobar cuando al fin mis párpados hallaron la fuerza necesaria para levantarse.
Me encontraba en una sala de emergencias, recostada en una camilla con una aguja intravenosa en el antebrazo. Observé mi ropa. A decir verdad tenía un aspecto terriblemente descuidado y mi cuerpo desprendía un olor poco agradable. Parecía que había vuelto de la mismísima guerra para ser descriptiva, pero había vuelto de... un cementerio. Entonces lo recordé. Jhamsa, el tipo que nos perseguía, la inscripción en mármol y piedra... mi padre.
En ese momento me pregunté seriamente para mis adentros si estaba en una sala de emergencias o en un internado psiquiátrico, hasta que Jhamsa apareció en mi campo de visión junto a su tío, el señor que vivía en aquella casa en Forestal Este.
-Ana, ¿cómo estás?- se acercó compasivo con pena en la mirada.
Decidí no responder. Proseguí a contemplar todo el ambiente a mi al rededor, me observé las manos, los pies. Me ardía un poco el brazo derecho por un par de raspones pero nada grave. El calmante que me estaban pasando me hacía sentir relajada y liviana.
-Ana... ¿cómo te sientes?-preguntó ahora el señor en una actitud amable.
Lo observé de arriba a abajo y de pronto me hizo acordar a un abuelo...¿Tendré abuelos?
Me senté en la camilla incorporándome, acomodé mi cabello desgreñado hacia un costado y me puse de pie.
-Nunca me has dicho tu nombre...
Esbozó una pequeña sonrisa.
-Tulio Sanata.
-Oh. Ha sido un placer. Yo... me temo que ya no soy Ana. -comenté desviando la mirada hacia Jhamsa con triste picardía. Acto seguido arranqué la aguja de mi brazo y salí por la puerta hacia afuera de la sala con intención decidida: volver al cementerio.
-Espera, ¡Ana! Debes recuperarte. -Jhamsa venía detrás de mí.
Me tomó del brazo suavemente y me giré enseguida. Él observó su mano, mi expresión, y me soltó de inmediato.
-Déjame explicarte todo, por favor. Yo no te haré daño... quien nos perseguía quería hacerte daño. Yo solo he intentado mantenerte a salvo.
-Me lo explicaras en el cementerio.-ordené con frialdad en una actitud lo más neutra posible.
-¿El cementerio? ¿Realmente quieres volver a ahí? -preguntó extrañado.
-Quiero visitar mi tumba... ¿No hay flores para mí? ¿No merezco a caso ni un mísero Lirio o Pensamiento?
Y su cara se transformó por completo... ¿A caso esperaba que no recordara nada de lo que había pasado el día anterior? ¿Acaso le convenía que yo no recordara?
Sin decir más continué mi camino hacia afuera de Emergencias.
Jhamsa no tuvo otra opción que acompañarme en silencio. No estabamos muy lejos, llegamos a pie en un par de minutos.
Eran cerca de las tres de la tarde.
La lápida estaba allí, con mi nombre, mis apellidos y la fecha. Me crucé de brazos al llegar a su encuentro y me limité a observarla. Dosmil diecinueve. ¿Y si en verdad estaba muerta? No. Si estuviera muerta las personas no podrían verme ni hablarme. ¿Y si todas las personas que me hablaron están muertas? ¿Y si toda la gente que veo está muerta, si así es el mundo de los muertos? Luego de tantas preguntas mentales realmente aterradoras desde el punto de vista de lo absurdas que son, recordé aquella lejana conversación que escuché en la sala de emergencias mientras despertaba.
Supuse que era Jhamsa y alguien más... ¿Hablarían de mí?
-¿Con quién hablabas en la sala de Emergencias?- preguté sin correr mi mirada de mi propia tumba.
Jhamsa estaba junto a mi, inmóvil.
-Con Tulio.- minitó. Porque yo había escuchado una voz femenina, una voz... como la de aquella noche en que ladraron los perros.
-Estaba esperando que me contaras todo lo que dices saber de mí, que me explicaras lo que ibas a explicarme, en lo posible esto... -señalé la lápida con el mentón- pero no encuentro motivos para pedirle peras al olmo... eres un mentiroso. ¿Por qué esperaría que me cuentes la verdad? Fíjate que no soy tan tonta como parece.
-La verdad sólo la sabes tú en realidad... -se lo veía incómodo, preocupado. Cada dos segundos peinaba su barba y vigilaba por encima de su hombro.
-Claro. Lástima que no la recuerdo.-comenté irónica.
-Sí. Aquí descansan los restos de Ana Walker, pero no de ti.- declaró al fin, observando la lápida con amargura y pesar.
-¿Que quieres decir con eso? Yo soy Ana Walker Saavedra... tengo mi cédula de identidad si quieres comprobarlo. En algún sitio debo tenerla.
-No no, lo sé. Sé que eres Ana pero no eres la misma Ana. Debo explicartelo mejor, pero no aquí, por favor. - suplicó angustiado.
Era muy extraño verlo de ese modo, hasta el momento siempre se había presentado rudo, frío y calculador. Pero ese día parecía un patito mojado, el cementerio y la aparición de aquel hombre habían sido los detonantes que cambiaron su actitud. Curioso.