El señor de las cabras

Primera parte

...

El frío azotaba la ruta de manera intensa; la nieve no amainaba y Julio sentía qué si no encontraban un hotel pronto, él y su esposa, Ana, terminarían sepultados. Ambos estaban viajando de noche hacia una ciudad noruega llamada Hamar, donde los padres de su pareja los estaban esperando para pasar las vacaciones de invierno.

Ella le había insistido en ir en un micro, pero el hombre se había negado, afirmando querer disfrutar del paisaje noruego mientras manejaba; por lo que terminó alquilando un auto ni bien arribaron en Oslo. Inclusive había recibido advertencias, por parte de los de la agencia de coches, respecto a grandes tormentas heladas que se aproximaban a la región; pero Julio estaba emocionado y decidió arriesgarse. Se decía a sí mismo que no podría ser peor que una lluvia intensa.

La cuestión era que en esos momentos se estaba arrepintiendo de haber insistido en aquello; el único paisaje que estaba apreciando era la blancura infinita que caía desde el cielo oscuro, mientras los limpiaparabrisas no alcanzaban a aclarar del todo la visión.

Dentro del auto la calefacción estaba prendida, a diferencia de la radio, que había dejado de transmitir de manera fluida algunas horas atrás producto de la intensa nieve, llevando a la decisión de apagarla por completo. Ana jugaba con su celular mientras apoyaba la cabeza en la ventana. Julio al ver esto tuvo un arrebato de enojo y se le quejó.

- Podrías ayudarme en vez de boludear con el celu – Su tonada y expresión argentina fue más que notable.

- Vos fuiste el de la idea de viajar en auto, yo te aclaré que no teníamos que hacerlo. Así que ahora vos poné atención al camino y asumí toda la responsabilidad – Todo ese reproche fue emitido con un tono noruego muy característico en Ana, a pesar de haber estado viviendo varios años en Argentina aún poseía aquel distintivo en su voz.

- Claro, claro – Fueron las últimas palabras que emitió Julio, dando por cerrada la discusión.

Unos minutos más tardes pensó en decirle a Ana si podía buscar en el GPS para saber por dónde andaban, pero sabía que sería inútil, la señal era inalcanzable en esos parajes y más con aquel temporal. Se insultó a sí mismo por no haber comprado un mapa antes de salir de Oslo.

- Amor, mirá – Ana lo sacó de su estado de “auto-sermón”, señalando un cartel que había a la derecha del camino.

“Tangen Dyrepark innen 5 kilometer”, anunciaba el rectángulo verde con letras blancas.

- Estamos a menos de cinco kilómetros del zoológico Dyrepark, ¡En unos minutos ya vamos a encontrar estaciones de servicios y un santo lugar para frenar! – Explicó la mujer.

- Dios te escuche – Pero en realidad otra presencia los estaba escuchando… y observando.

Había algo en el paisaje que los rodeaba que incomodaba de manera alarmante a Julio; los árboles altos y finos que estaban de un lado y otro del camino le auguraban una mala vibra, como si algo estuviera a punto de salir de manera horrible. <<Un choque>> Dijo una voz interna dentro de su cabeza. <<Callate un poco. No hay nadie en esta ruta, ni de la otra mano inclusive, es imposible que choquemos con otro auto>> Se defendió de aquel pensamiento poco agradable. <<Un animal>> Le respondió la voz. Julio volvió a mirar de un lado a otro, si bien estaban completamente acaparados por un bosque gigante, los costados de la ruta estaban asegurados con alambre, seguramente para prevenir accidentes con animales que perdieran su rumbo y terminaran abajo de cuatro ruedas, completamente destrozados. Se dijo a sí mismo que todo saldría bien, que solo estaba un poco nervioso.

- ¡Julio, frená! - El grito desaforado de su mujer quitó todas aquellas falsas esperanzas.

 

...

El frenazo repentino puso en riesgo sus vidas. El auto había empezado a colear de un lado para otro, produciendo un horrible chirrido, y Julio con todas sus fuerzas tuvo que sostener el volante firmemente para poder mantener el control y la estabilidad del vehículo y no volcar. Sin embargo, no la sacaron barata. Ana se había golpeado contra la ventana que estaba junto a su asiento, astillándola y provocándose un gran corte en el parietal derecho; por el lado de él, había recibido un fuerte impacto en el hombro izquierdo, el cual en aquellos momentos latía y dolía demasiado.

- Ani… Ani ¿Estás bien? – La desesperación aumentó al ver a su esposa con el rostro cubierto de sangre, se podía notar en el tono de su voz.

- Me duele mucho… - La mujer estaba llorando, y a medida que pasaban los segundos lo hacía de manera aún más nerviosa y aterrada.

Julio le quitó el cinturón de seguridad y la trajo consigo. Comenzó a buscar con la vista algo que pudiera detener la hemorragia, pero fue inútil, todas las pertenencias se encontraban en el baúl, el resto del vehículo estaba completamente vacío.

- ¿S… siguen ahí? – Preguntó Ana.

- ¿Quiénes? – La expresión de incertidumbre se insertó en el rostro del hombre.



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En el texto hay: terror, suspense

Editado: 07.03.2018

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