El AgustaWestland rompió la superficie del océano Ártico y se sumergió con la suavidad de un pez. El rugido del jet de combate, que había sido el sonido dominante, se apagó, reemplazado por el susurro amortiguado del agua helada. La cabina, gracias al blindaje y la modificación, mantenía una presión y temperatura estables.
Vance estabilizó el helicóptero modificado a treinta metros de profundidad, justo bajo la gruesa capa de hielo. Afuera, el mundo era de un azul profundo y silencioso, solo interrumpido por las burbujas que ascendían.
—Tres minutos de sigilo activo —informó Vance, consultando un temporizador. Se quitó los auriculares y se giró hacia Kira con una sonrisa—. La cortesía exige que me devuelvas el cuchillo.
Kira no lo hizo. Ella lo miró fijamente.
—Me vendiste al Cónclave una vez. Dime por qué debería creer que esta vez no lo harás.
—Porque el Cónclave solo quería el mapa. Yo quiero la ciudad —respondió Vance, su sonrisa se hizo más fría—. No soy un traficante de armas, Kira. Soy un coleccionista. Los secretos son mi moneda. Yo te saqué del hielo, te di la tecnología. Yo sé cómo el Cónclave va a usar ese Oricalco. Ahora, hablemos del mapa.
Kira, obligada por la situación, bajó el cuchillo, pero lo colocó sobre la consola. Abrió su laptop y proyectó el glifo descifrado en la pantalla principal.
—Esta es la primera clave. El punto de partida es la Librería de Alejandría, la sumergida. Eso significa el Mediterráneo. Pero las coordenadas tridimensionales que reveló el mapa son complejas. Necesito saber qué significan las constantes de Toro y Delfín.
Vance se inclinó sobre la pantalla. Su proximidad era intensa, y Kira notó el olor a colonia cara y el perfecto corte de su chaqueta.
—El Toro y el Delfín son antiguas constelaciones atlantes. No son coordenadas terrestres, sino temporales. Para encontrar la Librería, debes calcular cuándo la posición de esas constelaciones coincidió con el solsticio. Es un rompecabezas de diez mil años.
—¿Y tú sabes resolverlo?
—Yo no —admitió Vance—. Pero sé quién sí. Un viejo contacto en Estambul. Un descifrador de manuscritos antiguos. Es nuestro primer destino.
La explicación de Vance era lógica, pero la desconfianza de Kira, el instinto de la ex-militar traicionada, seguía activa. Mientras Vance se ocupaba de verificar los sistemas de navegación para la siguiente etapa, Kira escudriñó la cabina en el silencio submarino.
El AgustaWestland era impecable, excepto por un detalle.
Kira vio en la guantera lateral, mal cerrado, un pequeño estuche de cuero. Asomando por la rendija, no había un mapa o un arma, sino un antiguo anillo de oro grabado. El diseño no era moderno; era el mismo glifo de la Constante del Toro que acababa de ver en su pantalla.
Vance notó que Kira miraba la guantera. Su expresión, por primera vez, se tensó.
—No toques eso —ordenó Vance, su voz aguda.
—¿El anillo del Toro? El mismo símbolo que el mapa atlante —dijo Kira, manteniendo su voz firme—. Dijiste que no eras un traficante de armas, sino un coleccionista. ¿Un coleccionista de qué, Vance? ¿De reliquias atlantes que te dan acceso a la ciudad?
—Es un recuerdo familiar, nada más.
—Mientes. Eres el único que sabía el código de la Constante. Tú no eres un simple explorador. Eres un descendiente o un iniciado del culto atlante. El Cónclave no te busca por traición; te busca por linaje.
Kira se dio cuenta de la magnitud de la mentira. Vance no era solo un aliado; él era parte de la historia que intentaban desenterrar.
—El sigilo ha terminado, Capitana Rourke —dijo Vance, la tensión entre ellos era ahora un campo minado. El helicóptero empezó a ascender.
—Y nuestra alianza también —replicó Kira, apuntando con el cuchillo al anillo—. Dime la verdad ahora, o el mapa se va contigo al fondo de este fiordo