Kira no retiró el cuchillo. La tensión en la cabina del helicóptero, que se elevaba ahora sobre las heladas aguas árticas, era más cortante que el frío exterior.
—El anillo. El glifo del Toro. El mismo símbolo en el mapa —dijo Kira, su voz baja y cargada—. Mientes. No eres un simple explorador, Vance. Eres un descendiente atlante. El Cónclave no te busca por traición; te busca por linaje. Dime la verdad ahora.
Elias Vance dejó de volar. Ajustó el piloto automático, y por primera vez, la arrogancia se esfumó, revelando algo más complejo: una fatiga profunda y una desesperación elegante.
—Tienes razón, Capitana Rourke. El mentiroso soy yo.
Vance se desabrochó el puño de la camisa y se quitó el anillo de oro. Lo colocó sobre el panel, justo entre sus manos.
—Mi nombre completo es Elias Vance Aelarion. El Rey Alarion, el último soberano de Aethel, es mi tatarabuelo, diez mil años removidos —confesó Vance—. Mi familia no solo tiene el linaje, tiene la clave memorizada para entender las constantes del mapa.
Kira asimiló la revelación. Estaba aliada con un príncipe exiliado de una civilización perdida.
—¿Y el Cónclave?
—El Cónclave no es un sindicato; es la Hermandad del Sello Negro, tal como la conociste en la historia —explicó Vance—. Son la rama de mi linaje que creyó que la energía atlante les pertenecía. Ellos iniciaron el colapso de Aethel y han controlado los secretos del Oricalco desde las sombras por diez mil años, infiltrándose en todas las potencias mundiales.
—Y te persiguen porque tienes el anillo y la memoria de la clave —concluyó Kira.
—Me persiguen porque soy el único heredero que no quiso unirse a su causa de dominación global. Y yo, en un acto de estupidez, les vendí una parte del mapa que tú completaste. Necesito la ciudad, Kira, no por el poder, sino para sellar la fuente de energía antes de que el Cónclave consiga suficiente Oricalco para desatar el caos que viste en el vídeo.
Vance extendió una mano hacia Kira. Esta vez no fue un saludo, sino una súplica.
—No soy un héroe, Rourke. Soy un cobarde que necesita la redención. Tú tienes el mapa. Yo tengo la memoria. Necesitamos encontrar la Librería de Alejandría Sumergida para obtener el resto de las constantes y detener a mi propia familia.
La verdad de Vance, aunque tardía, sonaba más creíble que cualquier mentira. Kira bajó la guardia. Él era un objetivo tan grande como ella.
—Bien, Aelarion. Demuéstrame que tu linaje es de héroes, no de traidores. ¿Dónde aterrizamos para llegar a Estambul?
—No aterrizamos —respondió Vance, con una sonrisa que mezclaba el peligro y el encanto—. Estambul está demasiado vigilado por el Cónclave. Pero sé de un lugar donde un viejo contacto nos ayudará a descifrar el Toro y el Delfín. Un lugar en el Mediterráneo, lejos de los ojos de mi familia.
Vance ajustó el curso, apuntando hacia el sur.
—Vamos a la Isla de Santorini. Es un antiguo puesto de avanzada atlante que el Cónclave ignora. Ahí encontraremos al profesor que puede darnos la siguiente clave.
La alianza, basada ahora en una verdad brutal y un enemigo común, se selló. Kira guardó el cuchillo, pero la desconfianza permaneció, convertida en vigilancia. La aventura global acababa de empezar.