El Último Mapa Atlánte

Capítulo 8: El Ojo de la Caldera.

​El vuelo fue tenso. Kira, habiendo aceptado la verdad de Vance, se sentía aún más en peligro. Había pasado de huir de un sindicato a huir de una familia real caída con recursos globales.
​Finalmente, el helicóptero de Vance emergió sobre las aguas azules y cristalinas del mar Egeo. El contraste con los helados fiordos noruegos era brutal. Debajo de ellos, la Isla de Santorini se alzaba en un dramático semicírculo volcánico. Las casas blancas y azules, construidas en cascada sobre los acantilados de la caldera, parecían un paraíso, pero Kira sabía que el infierno acechaba bajo esa belleza.
​—El destino final de la Atlántida siempre estuvo en el Mediterráneo —dijo Vance, con nostalgia en la voz, mientras descendía el helicóptero con cuidado, buscando un lugar de aterrizaje discreto—. Nuestro contacto, el Profesor Damaris, vive en Oia. Es un excéntrico, pero su memoria sobre la simbología atlante es inigualable.
​Vance no aterrizó en un helipuerto. En su lugar, hizo descender el AgustaWestland en una pequeña playa de arena negra volcánica, oculta en la base del acantilado, lejos de la vista de los turistas.
​—Damaris es paranoico. No vendrá a la ciudad —explicó Vance.
​Kira abrió la escotilla. El aire caliente y salado era un shock agradable.
​—¿Cómo contactamos a este "profesor paranoico"? —preguntó Kira, sintiéndose expuesta en ese paisaje tan abierto.
​—Usamos el anillo —respondió Vance, sacando el anillo del Toro y sosteniéndolo a la luz del sol.
​Vance presionó el glifo. El anillo no emitió luz ni sonido, pero Vance sonrió. —Los verdaderos atlantes no usan tecnología visible. Usamos frecuencias. Él sabrá que hemos llegado.
​Caminaron por la arena negra hacia una escalera de piedra desgastada que subía la cara del acantilado. Kira notó la presencia de antiguos bloques de piedra con grabados erosionados por el tiempo, incrustados en el acantilado, una sutil prueba de que Santorini era más que una isla volcánica.
​Al llegar a la cima de la escalera, se encontraron en un estrecho camino flanqueado por muros de piedra blanca. Al final del camino, había una casa cueva tallada en la roca, con una puerta de madera azul.
​Frente a la puerta, un hombre canoso y corpulento, vestido con lino blanco, los estaba esperando. Este era el Profesor Damaris. Él no parecía paranoico; parecía resignado.
​—Elias Aelarion —dijo el profesor, su voz grave y cansada—. Llegas tarde. El Cónclave me visitó hace una hora.
​El corazón de Kira se hundió. La ventaja que habían ganado en el Ártico se había evaporado.
​—¿Qué les dijiste? —preguntó Vance, la desesperación en sus ojos.
​—Les dije lo que no me preguntaron —respondió Damaris—. Les dije que el linaje Aelarion tiene la clave de las Constantes Temporales. Pero me temo que se llevaron lo que necesitaban para encontrarlas sin ti, Elias.
​Damaris señaló una mesa de piedra a la entrada de su casa. Sobre ella, había un conjunto de tres tablillas de arcilla antiguas, cada una con una constelación atlante grabada, y cada una con un trozo de arcilla fresca que indicaba que habían sido copiadas.
​—Se llevaron la réplica de las constantes estelares que yo había estado estudiando durante treinta años. Ahora solo necesitan un criptógrafo para resolverlas.
​—¡Maldita sea! —maldijo Vance.
​Kira se acercó a la mesa. Las tablillas eran la pieza que faltaba.
​—No han ganado, Vance. Se llevaron las constantes, pero no el algoritmo de descifrado —dijo Kira, examinando la tablilla que representaba al Delfín—. El algoritmo para correlacionar estas constantes con el solsticio está oculto en el mapa de mi laptop. Si las constantes sin el mapa no sirven, y el mapa sin las constantes es ciego, tenemos una oportunidad.
​—Pero están un paso delante, Rourke. Y saben que vamos a ir a la Librería Sumergida —dijo Vance.
​Justo en ese momento, una sombra cayó sobre ellos. Kira y Vance levantaron la vista. En el cielo azul de Santorini, un drone de reconocimiento de ala fija del Cónclave planeaba silenciosamente. Habían sido localizados. Y esta vez, el asalto sería inmediato.
​—La isla es pequeña, Elias —dijo Kira, tomando la laptop con el mapa—. Y el Cónclave no dejará que la clave del mapa abandone Grecia. Necesitamos un barco, o estaremos muertos antes del anochecer.



#1660 en Otros
#113 en Aventura
#294 en Acción

En el texto hay: misterio, accion y aventura, intriga y suspense

Editado: 01.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.