—La isla es pequeña, Elias —dijo Kira, tomando la laptop con el mapa—. Y el Cónclave no dejará que la clave del mapa abandone Grecia. Necesitamos un barco, o estaremos muertos antes del anochecer.
El drone de reconocimiento del Cónclave ya no era la única amenaza. A lo lejos, el sonido de los motores a reacción indicaba que un equipo de asalto había llegado a la isla.
—¡Por aquí! —gritó el Profesor Damaris, señalando la parte trasera de su casa cueva—. Tengo un antiguo pasadizo de contrabandistas que desciende directamente por la pared de la caldera. Sale a un pequeño embarcadero.
—¿Y hay un barco? —preguntó Vance, la desesperación creciendo en su voz.
—Sí. El mío. Pero no es rápido —advirtió Damaris.
—Rápido o no, es mejor que morir aquí —dijo Kira.
Damaris abrió una compuerta oculta bajo una alfombra gruesa. Se reveló un túnel estrecho, excavado en la roca volcánica.
—El túnel es empinado, Capitana. Cuidado con el gas volcánico —advirtió Damaris.
—El gas volcánico es una preocupación secundaria. El equipo de asalto es la principal —dijo Kira.
Kira se lanzó al túnel, seguida por Vance. Damaris se quedó atrás.
—¡Profesor, venga con nosotros! —rogó Vance.
—Mi lugar está aquí, Elias. Mantendré el drone ocupado. Buena suerte, hijo de Aelarion. Y por favor, salva mi trabajo.
Damaris cerró la compuerta. Kira y Vance estaban ahora en la oscuridad total. El túnel era estrecho y resbaladizo. Descendieron en caída libre, usando las paredes para frenar la velocidad. Kira, con su entrenamiento militar, se movía con una eficiencia brutal. Vance, aunque atlético, luchaba por seguirle el ritmo.
—El Cónclave no enviará tropas por aquí. Demasiado lento y peligroso —dijo Kira, tratando de calmar su respiración.
—No los subestimes. Si tienen las constantes, necesitan el algoritmo del mapa que tienes en esa laptop. Irán directamente a por ti —respondió Vance.
El túnel se abrió en una pequeña cueva a la altura del mar. El aire era fresco y olía a sal y azufre. Un pequeño muelle de madera sostenía un barco de pesca antiguo, claramente el vehículo de escape del profesor.
—¡Rápido, Vance! ¡El barco!
Pero no estaban solos. Tres figuras vestidas de negro, con gafas de visión nocturna y armados con rifles de asalto silenciados, ya estaban en la cueva. Eran agentes de El Cónclave.
—Elias Aelarion. La familia te envía saludos —dijo la líder del equipo, una mujer alta y fría.
—¡Traición en la cueva! —gritó Vance, reaccionando por instinto.
Vance se lanzó hacia la mujer. La acción no fue un combate a puñetazos, sino una lucha por el control del rifle. Kira no dudó. El barco estaba a su alcance. Sabía que su fuerza no estaba en la pelea cuerpo a cuerpo, sino en el ingenio.
Kira notó que la cueva estaba llena de bolsas de fertilizante de azufre para los viñedos locales.
—¡Vance, a la izquierda! ¡La ventilación! —gritó Kira.
Vance entendió. Pateó un saco de fertilizante con furia. Kira, mientras tanto, se lanzó a la cabina del barco de pesca y encontró lo que buscaba: una bengala de emergencia.
Los agentes del Cónclave se cubrieron ante el humo de azufre. Kira encendió la bengala y la lanzó contra las bolsas de fertilizante esparcidas.
—¡A la mierda con la Atlántida, esto es Santorini! —gritó Kira.
La reacción fue inmediata. La mezcla de azufre y la bengala encendió una bola de fuego y humo denso que llenó la cueva en segundos. No fue una explosión, sino una nube tóxica que cegó y desorientó a los agentes de El Cónclave.
Vance aprovechó el caos para noquear a la líder del equipo.
—¡Al barco! —ordenó Vance.
Se lanzaron al barco de pesca. Vance encendió el motor con una llave oculta. El barco, viejo y lento, se alejó del muelle mientras los agentes del Cónclave tosían y disparaban a ciegas en el humo.
—El Mediterráneo es grande —dijo Kira, jadeando, con la laptop protegida—. Pero ahora saben que vamos a la Librería Sumergida. Es el único lugar que tiene sentido.
—Exacto. La carrera hacia Alejandría acaba de empezar. Y la primera regla es: no confíes en nadie —dijo Vance, mirando a Kira con una mezcla de respeto y recelo.