La lancha de fibra de carbono se detuvo en las coordenadas exactas que Kira había calculado usando la Constante de Orión. El lugar estaba a doscientos metros de la costa, en una zona de aguas revueltas que los barcos pesqueros solían evitar.
—Si Kira tiene razón, el Cónclave estará a tres kilómetros de aquí, buscando en un cementerio de arrecifes —dijo Vance, revisando su equipo de buceo.
—Si no la tiene, estaremos en el cementerio nosotros —respondió Kira.
Se pusieron los trajes secos y los tanques de aire. Kira se ajustó el cuchillo de buceo y, con especial cuidado, colocó la laptop sellada con el mapa en un compartimento estanco en su chaleco.
—Amir, tú espera aquí. Si en una hora no hemos regresado, vete y contacta a "Nido" con el código que te di —ordenó Vance.
Amir asintió. —El tiempo es nuestro enemigo. El Cónclave estará aquí en menos de lo que crees.
Kira y Vance se lanzaron al agua. La visibilidad era sorprendentemente buena. La luz del sol penetraba hasta veinte metros, pero más allá, la oscuridad era total. Descendieron siguiendo la línea del ancla.
A treinta metros de profundidad, la luz natural desapareció. Encendieron sus linternas de buceo de alta potencia. Lo que revelaron las luces era asombroso: no eran ruinas romanas o griegas, sino bloques ciclópeos de piedra negra, grabados con los mismos glifos atlantes del mapa.
—Es el Muelle del Sacrificio que describió mi tatarabuelo —susurró Vance a través del comunicador del casco.
Kira vio una formación que coincidía con sus cálculos: las ruinas del antiguo faro sumergido. Y justo debajo de su sombra, había una estructura que no era de piedra, sino de un metal oscuro y resistente que brillaba con vetas de azul pálido.
—Es Oricalco. Es la entrada de Aethel —dijo Kira.
La estructura era una puerta gigante, sellada, con un único agujero circular en el centro.
—La entrada del último Guardián. El mensaje del mapa —dijo Vance, acercándose al agujero—. Esto es un escáner biométrico o genético, Kira. Está esperando al linaje Aelarion.
Vance se quitó el guante y deslizó su mano desnuda en el agujero. No hubo descarga ni dolor. La mano de Vance pareció disolverse por un instante en una luz azul suave, la misma luz que desprendía el Oricalco.
La inmersión había funcionado. Pero la puerta no se abrió.
—No es suficiente. La puerta quiere mi memoria. No solo mi ADN —dijo Vance, con la frustración palpable en su voz.
—Entonces, dásela —dijo Kira.
Kira recordó la Constante de Orión: La protección.
—El Faro no solo protegía el puerto, Vance. Protegía el conocimiento. El Rey Alarion era el último custodio. Piensa en el conocimiento que él quería salvar.
Vance cerró los ojos y se concentró. Respiró hondo el aire del tanque.
—La Cronología de la Energía. El plan de diez mil años para el sellado de la fuente.
Vance pronunció una serie de glifos atlantes, la clave mnemotécnica de la protección. Mientras hablaba, la luz azul se intensificó en su mano.
Con un click sordo que resonó en el agua, la gran puerta de Oricalco se abrió lentamente, revelando un túnel negro y una corriente cálida que salía de la oscuridad.
—Lo hiciste, Vance —dijo Kira, asombrada.
—No. Lo hicimos, Rourke. Ahora, entremos a la Biblioteca de Alejandría Sumergida.
Navegaron por el túnel. La corriente los arrastró. Cinco minutos después, emergieron. Estaban en una cámara seca, una bolsa de aire preservada por la tecnología atlante. El aire era denso y cálido, con olor a ozono.
La cámara era, de hecho, una biblioteca circular con miles de rollos y tablillas de Oricalco apilados en estantes. En el centro, había un único pedestal con un pergamino de metal grabado.
—La clave del mapa está aquí —dijo Vance, acercándose al pedestal.
Kira se sintió atraída por la biblioteca. Era el conocimiento de la humanidad, perdido y recuperado.
Pero justo en ese momento, una nueva luz de buceo, más potente que la suya, parpadeó en la entrada del túnel.
—¡Nos encontraron! —gritó Vance.
—No es el Cónclave, Vance. Su cálculo estaba mal —dijo Kira, notando la diferencia en el equipo. La persona que venía no era del Cónclave.
La figura emergió del agua. Era una mujer, vestida con un traje de buceo de alta tecnología de color negro mate. En su casco, dos pequeñas hélices giraban silenciosamente para la propulsión. Las Hélices Negras del mensaje interceptado en la tienda de Amir.
—Elias Aelarion. Me alegra que encontraras la entrada —dijo la mujer, quitándose el casco. Su rostro era elegante y cruel, y en su brazo llevaba un tatuaje del glifo de Orión.
—Victoria —siseó Vance, el shock en su rostro era total—. ¿Qué haces aquí?
La mujer, Victoria, sonrió. —Amir trabaja para mí, Elias. Yo soy la verdadera Hermana que controla las Hélices Negras el mapa atlante es mío.