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El interior del jet privado se había convertido en una burbuja de alta tensión y aire enrarecido. Kira había retirado las tazas de café para dejar espacio al pergamino de metal que Nido, con una precisión casi quirúrgica, había conectado a su laptop blindada. En la pantalla holográfica que se proyectaba sobre la mesa de cuero, los símbolos atlantes danzaban, como una partitura escrita en luz ámbar.
—No son letras, Capitana Rourke —explicó Nido, ajustándose las gafas y deslizando el software de comparación de runas—. Es un código tonal. El Núcleo de Oricalco no se sella con una llave, sino con una frecuencia.
Vance se frotó las sienes, sintiendo cómo el linaje Aelarion ardía bajo la presión. Había pasado toda su vida estudiando la historia atlante, pero no su idioma operativo.
—Mi abuelo hablaba de esto —murmuró Vance—. El Aelarion Prime. Una lengua que se "sentía" más que se hablaba. Una secuencia rítmica que interactúa con el mineral.
—Exacto. Y si nos equivocamos en la secuencia rítmica o la entonación, podemos provocar una reacción en cadena. El Núcleo no se sellará, se detonará —sentenció Nido, sin dulcificar la verdad.
Kira lo ignoró, enfocándose en la única salida del Everest que había propuesto Nido: un sistema de alas delta de alta altitud.
—Dime del plan de escape, Nido —exigió Kira, con la mirada fija en el hombre. La confianza era un lujo que no podían permitirse—. ¿Los Ala-Vela Tíbet? ¿Funcionan a esa altitud?
Nido deslizó otra tableta. Un diagrama técnico complejo mostraba un arnés sofisticado con alas plegables y un micro-motor de pulso.
—Son prototipos de "La Vigilancia". Diseñados para operar en la estratosfera del Tíbet, donde el aire es tan fino que es como bucear en una piscina vacía —explicó Nido—. Se lanzan desde el complejo y tienen autonomía para sacarlos de la zona de exclusión. Su seguridad es mi prioridad.
Kira asintió, una chispa de respeto profesional encendiéndose en sus ojos. Nido no era un traidor, era un jugador ajedrecista.
—Bien, volvamos a la frecuencia —dijo Kira.
Vance ya estaba metido en el código. Se dio cuenta de que el mapa no solo mostraba el camino, sino también las líneas de energía que fluían a través de la Cámara del Corazón. Era un diagrama de un circuito.
—Mírenlo bien —dijo Vance, señalando un patrón recurrente—. Las sílabas están agrupadas en tres bloques. El primero, el más estable, representa la intención.
Nido, con el software escaneando, encontró el significado conceptual de la primera sílaba, un sonido que Vance pronunció en un susurro gutural: "Zhen". Significa Estasis.
—Zhen —repitió Kira—. Equilibrio. Lo que busca el Núcleo.
El segundo bloque era más complejo, entrelazado con las líneas de suministro de energía. Vance dudó, su mente inundada por el recuerdo de Victoria y sus ojos fríos. Su prima. Su ambición. La traición.
Kira lo presionó suavemente, sin tacto, solo urgencia.
—Victoria quiere convertir la cuna de su linaje en una tumba para millones. ¿Quieres eso, Elias? —Su voz era un látigo—. Enfócate en el fuego que arde frente a ti.
Vance tomó aire. Miró el patrón de energía y se dio cuenta. El atlante era un lenguaje de la naturaleza.
—El circuito central… parece un árbol. El corazón del sistema —señaló Vance—. La segunda sílaba debe significar Raíz. O Fuente.
Nido confirmó la traducción: "Khor". Fuente, Corazón.
Solo quedaba la sílaba final. El pergamino en ese punto se volvía una espiral de símbolos. Nido dejó que el algoritmo de "La Vigilancia" trabajara por descarte, comparando el patrón con rituales de sellado conocidos.
—La última es la Acción —anunció Nido, tecleando furiosamente—. El mandato final que inmoviliza la energía.
Los símbolos convergieron en una sola, poderosa sílaba: "Sil". Silencio. Sellado. Fin.
Vance sintió la resonancia de las tres sílabas. La Contraseña Silábica Final era: Zhen. Khor. Sil.
—Equilibrio. Corazón. Silencio —susurró Kira, el plan completo grabado en su memoria.
En ese momento, la cabina se iluminó con el aviso del piloto.
—Señores, iniciamos el descenso. Aeródromo de Gannan en dos minutos. Clima despejado, frío extremo.
Kira cerró la laptop, recogió el pergamino y miró a Vance. Ya tenían la llave. Ahora debían llegar a la cerradura, que estaba a miles de kilómetros, oculta dentro de la montaña sagrada.
—Nido —dijo Kira, poniéndose de pie—. Espero que tu agente tenga abrigos.
El jet aterrizó con un chirrido en una pista de aterrizaje apenas iluminada. Al abrirse la puerta, el aire helado y seco de Asia Central golpeó sus rostros, con el olor a tierra y a combustible. En la oscuridad, junto a un camión de lona verde, una figura solitaria vestida con un grueso anorak y una bufanda esperaba.
Kira salió del jet, la figura se acercó y le extendió unos documentos. La agente de "La Vigilancia" no sonrió, solo asintió hacia la vasta y oscura silueta de las montañas a la distancia. El Tíbet.