El Viaje Silencioso
El camión de lona verde, un viejo vehículo militar soviético, se adentró en la oscuridad gélida, dejando atrás el aeródromo clandestino. Conducía Lida, la agente de "La Vigilancia", una mujer delgada y con cicatrices que apenas hablaba, pero cuyo silencio era más tranquilizador que cualquier promesa. En la parte trasera, Kira, Vance y Nido estaban apretujados entre sacos de dormir y suministros.
Kira se había puesto un grueso traje de peregrino, con varias capas de lana y algodón. La sensación de la ropa de monje, extraña y pesada, contrastaba con su entrenamiento militar.
—Lida nos ha traído la documentación. Somos peregrinos de Bután. Vamos a la gran celebración del Tsechu en Rongbuk —explicó Nido, mostrando un pasaporte falso con el rostro de Vance.
Vance se miró en un espejo de mano. Su rostro, marcado por la ansiedad y la fatiga, se veía aún más solemne bajo la gorra tradicional.
—El Cónclave no busca a peregrinos, pero sí a occidentales fuera de lugar —murmuró Vance—. Si nos detectan los agentes de seguridad chinos infiltrados, será un problema. Victoria sabrá que estamos cerca.
Kira asintió. La verdadera seguridad no estaba en los detectores de metales, sino en la vigilancia humana que El Cónclave mantenía alrededor del lugar sagrado.
El Corazón de la Montaña
Tras un viaje brutal por carreteras de tierra congelada, el camión se detuvo justo antes del amanecer. La vista del Monasterio de Rongbuk era impresionante. Se alzaba como un nido de piedra y madera encajado en la ladera, con el majestuoso e imponente rostro del Monte Everest (Chomolungma) alzándose a sus espaldas, como un dios de hielo.
El Tsechu había atraído a cientos de peregrinos. El aire vibraba con los cánticos de los monjes y el aroma a incienso. La multitud era su mejor cobertura.
—El mapa indica que la entrada a la Cámara del Corazón está en la cripta más antigua, bajo el templo principal —susurró Kira, mientras se mezclaban con los devotos.
—Tenemos que llegar allí sin llamar la atención. La vigilancia será más densa cerca de los edificios sagrados —advirtió Nido.
Lida les dio la señal y se separó, lista para proporcionarles cobertura remota si era necesario.
El Desafío de la Cripta
El equipo avanzó a paso lento, imitando la devoción de los demás. Al llegar al patio principal, Vance se tensó. Vio a un hombre alto y delgado, vestido con un uniforme de la policía de fronteras local, cuyos ojos barrían la multitud con una frialdad antinatural.
—Agente del Cónclave —siseó Vance por el comunicador de oreja que les había dado Nido—. No miren. Es Xyros, un especialista en infiltración.
Kira mantuvo la cabeza baja, fingiendo rezar. La única forma de evitar a Xyros era ser aún más sigilosos.
Aprovechando la marea humana que se dirigía a la ofrenda matutina, lograron deslizarse por un pasillo lateral y encontrar una pequeña puerta de roble que llevaba a la cripta. Estaba asegurada con un simple candado ceremonial.
Nido se movió con sorprendente agilidad. Sacó una herramienta diminuta de su manga, y en menos de diez segundos, el candado cedió con un chasquido casi inaudible.
Entraron en la oscuridad húmeda de la cripta. El aire era pesado, con olor a piedra antigua y moho. La tenue luz de sus linternas reveló estatuas polvorientas y viejos manuscritos.
—Aquí debe estar —murmuró Vance, desdoblando el pergamino de metal.
La pared del fondo era de roca viva, pero el pergamino, al acercarse, brilló con una luz azul débil. El brillo trazó el contorno de lo que parecía ser un mapa estelar o una constelación.m
—El acceso atlante —dijo Kira, con el aliento contenido.
Vance extendió la mano y tocó el centro del mapa estelar en la roca. No pasó nada.
—Necesita energía. Un activador —dijo Vance.
En ese momento, desde arriba, escucharon un ruido sordo, seguido de un grito ahogado. La pequeña puerta de roble se abrió de golpe, revelando la silueta de Xyros, el agente del Cónclave, con una pistola de dardos de energía en la mano.
—Elías Aelarion. Y la Capitana Rourke. Victoria sabía que vendrían —su voz era dura y resonaba en la cripta.
Kira reaccionó al instante. Empujó a Vance contra la pared, justo cuando el dardo de energía se incrustaba donde él había estado un segundo antes.
—¡Nido! ¡Cubre la entrada! —gritó Kira, mientras sacaba su propia pistola compacta y se preparaba para el combate cuerpo a cuerpo en la oscuridad.