El último viaje

Una noche perfecta

Éramos sólo yo, el camino, una astro 2015 blanca, y tres maletas llenas de dinero en la parte trasera de ella, manejaba a 70km/hr., no llevaba prisa y no tenía seguridad de a dónde ir, lo único que sabía es que tenía que alejarme del pueblo y llegar como fuera a la casa Beaurette. Beaurette, como el apellido al que iba dirigida aquella carta que había encontrado en la parte trasera de la camioneta antes de que sucediera todo aquello, el sol iba apareciendo en el horizonte y a mi derecha el mar se asomaba como un hilo plata, supuse que era entre las 4 o 5 de la mañana, miss tripas rugían y el cansancio me estaba jugando una mala pasada, había decidido viajar sólo de noche para evitar a toda costa las patrullas.

Me orillé en cuanto vi un pequeño hostal al lado del camino, no era mucho y se veía sucio, pero sólo necesitaba un baño caliente, un plato de comida y unas cuantas horas de sueño, bajé de la camioneta después de estacionarla, las piedras cubrieron bajo mis pies haciendo eco en el evidente silencio de alrededor. Me dirigí al mostrador y pedí una habitación, la mujer que me atendió con cara de pocos amigos me entregó la llave de una habitación, preguntó cuanto tiempo me quedaría y contesté que sólo cuatro horas, la mujer me analizó y asintió, entré al cuartucho y me aventé a la cama, sentí como si nunca antes hubiera dormido en una pues parecían estar acostada sobre nubes. A los diez minutos tocaron a la puerta y con desconfianza, abrí.

- No sé de dónde vienes o a dónde vas, niña - dijo la mujer que sostenía una bandeja con comida en las manos - pero se nota que has sufrido bastante, debes tener hambre, así que te traje un pan, café y un poco de sopa. Come y descansa - concluyó dejando la bandeja en mis manos, le agradecí y en cuanto la mujer se dio vuelta volví a cerrar la puerta, me senté en una silla que estaba frente a la cómoda donde dejé la bandeja y tomando el primer bocado, comencé a llorar, lloré como nunca había recordado haber llorado antes. 

Entonces me pregunté cuál era el problema, qué había hecho mal para que todo aquello estuviera sucediendo ¿Es que acaso mi pecado era tan grande como para que me quisieran muerta? seguí comiendo mientras traté de analizar cuál era la situación. 

Tenía 15 años cuando mi padre, Salvador, un borracho de mierda que perdió su fortuna en bares y cantinas, dijo tener la solución a todos sus problemas, conoció a un hombre adinerado que estaba interesado en su hija, es decir: yo; pero mi madre, Ana, la mujer más brava del pueblo, se opuso rotundamente a esa idea.

- ¿Cómo que venderla? ¿Qué clase de ganado crees que es Mónica? ¿Estas enfermo? ¿Quién te crees como para...? - gritó mamá y Salvador ya molesto le propinó un golpe para callarla.

- ¡Te recuerdo que también es mi hija! y yo hago lo que quiero con mi progenie ¡A mi ninguna vieja me va a decir que hacer o que no hacer! Pasado mañana vienen por ella, ya me dieron un adelanto y el día que la entregue me darán el resto - Salvador era un hombre corpulento y alto, nunca me había tocado, pero a mamá la golpeaba cada que estaba borracho, Yo no entendía como era que a pesar del carácter de mi madre, se permitía callar por mi padre, siendo ella sumamente fuerte, aunque claro que Salvador no parecía tener conocimiento de este hecho. 

En dos días cumpliría 16 años y las más viejas del pueblo me criticaban, pues decían que ya estaba grande y que ningún hombre me iba a querer como esposa, pero es que a mí no me interesaba ningún hombre del pueblo, todos eran o muy viejos o muy idiotas, igual tampoco ayudaba el hecho de que fuera un poco más gordita que mis supuestas amigas, siendo que ellas ya habían tenido por lo menos un hijo, yo prefería estudiar, aunque en el pueblo no era bien vista, mi madre me compraba todos los materiales que requería para la escuela. Era la única mujer a la que le permitían el acceso al estudio, después de que mamá "hablara" con el director de la escuela. No era la más brillante, pero no permitía que ninguno de mis compañeros se pasara de listo conmigo sólo por ser mujer. 

De vez en cuando, junto a mamá, visitaba al viejo Héctor, un hombre ebrio que vivía en un terreno baldío, solo y todo el día echado, mamá le llevaba de comer y la verdad es que me daba la impresión de que en su juventud, Héctor, había sido un hombre culto, pues le pagaba a mamá con algunas clases extras para mí, ayudando con mis tareas y a veces, si no estaba muy borracho, me enseñaba algunas técnicas de defensa personal, "Que ningún barbaján se te quiera poner al brinco, bonita. Moni-bebé. Eres demasiada mujer para cualquier pendejo" me decía a veces con mayor sobriedad que otras. 

Nunca entendí nada, sólo sabía que esas visitas debía mantenerlas lejos del conocimiento de mi padre, eso y sobre la escuela también. Dentro de toda mi locura familiar y escolar tenía un desahogo, mi profesor, Erick,  era un hombre muy guapo, de alto grado profesional, pero también joven, todos los días llegaba vestido de mezclilla y chaqueta de cuero, viajaba en una Harley clásica, la mayoría de los profesores lo criticaban porque era enviado de la capital, "como si fuera mejor el muy cabrón" se expresaban de él. Pero yo he vivido enamorada de él, de su sonrisa, de sus ojos, de su amabilidad.  "De vez en cuando las cosas que nos pasan, pasan para que aprendamos algo, a ser más fuertes, a ser más inteligentes, a ser mejores. Te prometo que todo lo que te pase de ahora en adelante te hará mejor persona" me dijo Erick cuando decidí hablarle sobre lo que sentía por él, esa era su forma de rechazarme, pues prosiguió con "De la misma forma en la que tú serás mejor persona saldrás de este pueblo y conocerás más personas, mil veces mejores que yo, mereces a alguien mil veces mejor que yo" me miró a los ojos, y cuando mis ojos escocieron porque se llenaron de lágrimas concluyó "gracias por tus sentimientos, pero te suplico: encuentra a alguien mejor que yo".




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