Como ya sabéis, las fiestas estudiantiles se habían convertido en una rutina para mí. Cada noche era una oportunidad para perderme en el exceso, para ahogar mis recuerdos y mis remordimientos en el alcohol y las risas falsas. Pero esa noche, todo cambió.
La música estaba en su apogeo, los bajos resonaban a través del suelo, y las luces estroboscópicas creaban destellos de colores en los rostros de los estudiantes que bailaban y reían. Yo estaba en el centro de la fiesta, rodeado de personas que apenas conocía, pero no me importaba. Era el juego, y sabía jugarlo.
Fue entonces cuando la vi. Estaba sentada sola en una esquina, su cabello negro enmarcando un rostro marcado por una expresión de total desinterés. Sus ojos parecían perdidos en sus pensamientos, lejos de la agitación circundante. Su nombre era Elena. A diferencia de los demás, ella no parecía divertirse. Intrigado, me acerqué a ella con mi sonrisa más encantadora.
"Hola, soy Bastien. ¿Por qué no estás bailando?" pregunté, tratando de parecer relajado.
Ella levantó los ojos hacia mí, sus pupilas oscuras perforando las mías con una intensidad perturbadora. "Porque no me gustan las falsedades", respondió secamente antes de desviar la mirada.
Desconcertado, intenté reanudar la conversación. "Tal vez simplemente no has encontrado a la persona adecuada para hacerte disfrutar de las fiestas."
Ella soltó una risa sin alegría. "¿Y crees que tú eres esa persona?" Negó con la cabeza, visiblemente exasperada. "Mira, no estoy interesada. Ve a jugar a otro lado." Y se fue.
La bofetada verbal me dejó atónito. Era raro que alguien me rechazara de esa manera. Di la vuelta, no podía quedarme con esa derrota, y terminé la noche con otra chica, cuyo nombre se me escapó a la mañana siguiente. Pero Elena permaneció grabada en mi mente, su rechazo cortando mi ego como una afilada cuchilla.
Los días siguientes, no podía dejar de pensar en ese encuentro. Elena me obsesionaba. Su rechazo despertaba en mí una nueva determinación. Estaba decidido a conquistarla, a demostrar que nadie podía resistirse a mí. Me lo debía a mí mismo.
Pasaban los días y el siguiente encuentro se dio en un café cerca del campus. Ella estaba sentada sola, absorta en un libro. Mis ojos se iluminaron; la había buscado durante la semana. Mi corazón latía con fuerza al ver esa silueta familiar, inmóvil en medio del tumulto diario. La excitación mezclada con una feroz determinación hervía en mí, una combinación peligrosa pero irresistible.
Me sorprendí inhalando profundamente, como si me preparara para zambullirme en un mar desconocido. Cada fibra de mi ser estaba tensa hacia este único objetivo: conquistarla. Mis manos ligeramente temblorosas traicionaban mi ansiedad, pero mi rostro mostraba una confianza desmesurada. Después de todo, era el juego que había aprendido a dominar, aquel en el que la confianza en uno mismo podía derribar las barreras más sólidas.
Sin más demora, tomé coraje y me senté en su mesa sin ser invitado, mis movimientos impregnados de una audacia calculada. Mi presencia impuesta hizo que Elena levantara la vista, visiblemente molesta. Cerró su libro con un suspiro exasperado, pero ya sentía la electricidad del intercambio por venir.
"Tú otra vez", dijo levantando los ojos de su libro, visiblemente irritada.
"Pensé que merecías una segunda oportunidad de conocerme", respondí con una sonrisa.
Ella suspiró. "No entiendes, ¿verdad? No estoy interesada en tus juegos."
"No son juegos, Elena. Realmente quiero conocerte."
Ella cerró su libro y clavó su mirada en la mía. "¿Por qué? ¿Por qué yo?"
"Porque eres diferente. No eres como los demás", confesé, sintiendo una sinceridad inusual en mis palabras.
Ella sonrió, pero su sonrisa era fría. "Tal vez no quiero ser otro de tus trofeos."
Intenté disimular mi reputación con un aire despreocupado. "¿Otro de mis trofeos? ¿De qué estás hablando?"
Ella me miró fijamente, sus pupilas oscuras brillando con un destello irónico. "Sabes muy bien de qué hablo, Romeo de pacotilla", dijo en tono burlón, luego se levantó y se fue.
Las palabras acerbas de Elena resonaban en mí como un eco lacerante. Su ironía mordaz despertaba en mí una profunda molestia. ¿Cómo se atrevía a reducirme a un cliché, a ese Romeo insignificante que colecciona trofeos? Bajo mi habitual máscara de confianza, se abría una grieta, dejando filtrar la duda.
Sin embargo, frente a sus comentarios mordaces y sus obstinados rechazos, me negaba a ceder. Cada intercambio con Elena avivaba la ardiente llama de mi voluntad, reforzando mi determinación de romper su coraza de desconfianza y conquistar su corazón.
Así, persistí con una feroz determinación, convencido de que más allá de sus negativas se escondía una apertura, una posibilidad. Cada rechazo se convertía en un desafío a enfrentar con pasión.
Durante un paseo por el campus, intenté nuevamente penetrar su actitud distante. "Pareces siempre tan reservada. ¿Qué te hace tan desconfiada?"
Ella miró el horizonte, su expresión endureciéndose. "He aprendido a no confiar en la gente que quiere algo de mí."
"¿Y si te demostrara que no quiero nada de ti?"
Ella estalló en risa, una risa amarga que resonó en el aire como una melodía discordante. "¿Tú, Bastien, pretender que no quieres nada de mí? No me hagas reír..." Marcó una breve pero cargada pausa. "Todos quieren algo. Es la naturaleza humana. La única diferencia es que algunos lo ocultan mejor que otros. Pero tú, todos sabemos muy bien lo que realmente te interesa."
"Podría sorprenderte, ¿sabes?", repliqué simplemente.
Cada interacción con Elena reforzaba mi deseo de conquistarla. Ella era un misterio, un enigma que debía resolver. Sus palabras resonaban en mí, sacando a la luz verdades que prefería ignorar.
A pesar de mis esfuerzos, Elena permanecía imperturbable. Cada avance de mi parte chocaba contra un muro de frialdad y desconfianza. Sin embargo, persistí, resuelto a no abandonar. Esta batalla por conquistar su corazón se había convertido en una búsqueda personal, una prueba que superar para demostrar que no era tan superficial como ella había creído...como yo había creído.
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Editado: 22.07.2024