Ella camino de manera sigilosa hacia su ventana, porque hace más unos minutos veía a una niña mirando fijamente en ella, tratando de averiguar qué es lo que escondía la casa.
Una vez estuvo frente a la ventana, miró a la niña, escrutando su rostro con recelo.
La niña tenía un gesto pétreo pero al ver que ella se acercó poco a poco sus labios se fueron curvando en una sonrisa que apareció en su rostro. Era una sonrisa tan grande que se podía observar sus emblanquecidos dientes y, como sus ojos se hacían más chinitos por la manera en que sonreía. Sus orbes verdes destilaban alegría. Podía verle unas imperceptibles pecas en sus mejillas rosadas y regordetas. Y como su nariz se arrugaba en un gesto tierno. Su cabello negro azabache recogido en una coleta alta. Vestía un vestido floral verde.
Su vestido favorito.
¿Cómo lo sabía?
La sonrisa de la niña era tan contagiosa, que ella también había sonreído sin darse cuenta.
Una pequeña mariposa voló frente a ellas, robando la atención de la niña. Ella también la miro.
Una vez la mariposa desapareció regreso su vista a la niña.
El aspecto de la niña había cambiado, ya no había nada tierno en ella.
Ya no había sonrisa, ya no había alegría, su vestido estaba arruinando, su cabello hecho un desastre, en su mirada sólo se veía la desolación, de sus ojos brotaban lágrimas.
La niña le estaba pidiendo ayuda podía verlo por su manera de mirarla, era un grito silencioso.
Quiso ir ayudarla pero no podía moverse.
La niña lloro con más ahínco.
La desesperación la inundó, no sabía que hacer, entonces sólo cerró sus ojos y rogó internamente que alguien más vaya a por su ayuda.
Segundos después abrió sus ojos.
La niña ya no estaba. Ahora había una joven. Pero era ella, la niña. Había crecido.
Alzó su brazo al mismo tiempo que ella lo hacía, acercó su mano al cristal y ambas juntaron sus manos.
Entonces se dio cuenta de algo.
No era una ventana.
Era un espejo.